San Antonio de Padua y los pobres

San Antonio de Padua,
testimonio evangélico:
Tu lengua es el fuego
Sagrado,
del verbo Divino;
Devora herejías,
Pecados,
Nos transforma en amigos
de Jesús, nuestro hermano.

El apostolado de Jesucristo de la Iglesia de hoy y de siempre y de todos los santos, ha coincidido siempre en el amor a los pobres: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos». (Mt. 5, 3; Luc. 6, 20). Este es el marco maravilloso donde vamos a centrar toda la vida, predicación, milagros y doctrina del Doctor de la Iglesia: San Antonio de Padua, llamado y conocido por el Santo de los Milagros, a pesar de que sabemos a priori y en buena doctrina teológica, que sólo Dios hace milagros, aunque instrumentalmente puede servirse de todas las criaturas que han dimanado de sus poderosas manos.

San Antonio nace en Lisboa, según la tradición, el año 1195 en un amanecer radiante del 15 de agosto, festividad de la Asunción de la Santísima Virgen, en que su hermosa ciudad estaba engalanada con banderas y gallardetes patrios, en una casa adherida a la catedral, que hoy está convertida en una hermosa capilla, dedicada al santo. Era hijo de Martín de Bouillon y Teresa de Tavera, sangre real de los Pelayos, de la gloriosa reconquista ibérica, frente a la morisma. Fernando, que fue su nombre de pila, pasó su infancia en la escuela catedralicia de Lisboa, donde aprendió las primeras letras. En su pubertad, se despiertan dentro de sí mismo sus aviesas pasiones humanas; pero lucha con la gracia de Dios y el favor de la Santísima Virgen, venciendo sus fuertes tentaciones. Antonio de Padua se convirtió en poco tiempo en la voz de Dios y de la Iglesia. Con él estaban a salvo todos los derechos, tanto los pertenecientes a la divinidad cómo a la persona humana.

Los pobres y San Antonio

Es un tema sugestivo, social–religioso a la altura de los días de los pueblos subdesarrollados tan protegidos por las Encíclicas de los Pontífices y, de una manera casi alarmante, del Papa Pablo VI en «Populorum Progressio», y su reciente Carta Apostólica «Octogésima Adveniens» con ocasión del 80 aniversario de la Encíclica «Rerum Novarum». Es tema profundamente social, religioso y evangélico de nuestros días para someterlo al diálogo de la fraternidad cristiana, evocando sabrosas secuencias de las catacumbas romanas, al leer y meditar en las Sagradas Escrituras estas palabras: «Los pobres siempre están con vosotros» (Pauperes semper habetis vobiscum). Esta es nuestra herencia, los pobres. Luego, el tema es definitivo, importante, angustioso; pero, de ninguna manera, se vea en mis palabras franciscanas de amor fraterno, atisbos de demagogia, sino doctrina sana y sólida entresacada del Santo Evangelio y de la vida ejemplar de San Antonio de Padua, que un día solemne se le puso en el bautismo el nombre de Fernando. Antonio de Padua nace en la bella ciudad que los romanos llamaron felizmente Felicitas Julia y los fenicios Olissippo, en una mañana del estío, el 15 de agosto, festividad de la Asunción de la Santísima Virgen a los Cielos, en el año 1195; de padres cristianos y ricos, cuyos nombres conocemos por lltmos. Sres. Teresa de Tavera y Martín de Bouillon, a quienes la santidad de sus hijos les liberará en su momento oportuno de los aprietos palaciegos y de las calumnias de lenguas viperinas y maledicentes que le habían cargado sobre sus hombros un homicidio. Si este es el nacimiento material de San Antonio religioso y franciscano pobre, llamado en el mundo Fernando, nacido entre dos ríos que fecundan sus espumas y cantarinas aguas por casi toda la orografía peninsular, el Duero de la inmensa Castilla y el Tajo de la alta y brava Extremadura. Su nacimiento espiritual no es menos fecundo y maravilloso; la vocación religiosa ha llamado a su alma y él ha dicho a Dios, como otro Samuel: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Fernandito es un modelo de niños y de juventud prometedora, lo mismo en sus juegos de infancia que en su aplicación y obediencia a sus padres —hoy lastimosamente en crisis–, y por estas virtudes lo mismo pueda ser modelo de los jóvenes que de los pobres de espíritu. San Antonio, por su juventud rozagante y primaveral, es el Viriato peninsular que detiene el empuje del ejército romano, y en lo espiritual es el soldado de Cristo, el guía evangélico y el pastor de las almas que acuden a él.

San Antonio nace, espiritualmente, el día que abandona su casa siguiendo el consejo evangélico: «Vende lo que tienes y dalo a los pobres; ven y sígueme». Antonio es distinto del joven del Evangelio; cumple los Mandamientos y da a los pobres todo lo que tiene, “Toma tu cruz y sígueme”.

Sus primeros pasos religiosos los da con los canónigos regulares de San Agustín, en el Convento de San Vicente de Lisboa. Viste la librea negra, correa a la cintura y zapatos con hebilla de plata. ¡A tal señor, tal honor! Fernando, que pronto se llamará Fr. Antonio de Padua, pertenecía a la estirpe peninsular, sangre real de los Pelayos de la Reconquista frente a la morisma. En este convento se veía acosado por las visitas de sus familiares y cariñosos amigos de su infancia, en los que él veía un peligro para su soledad y la entrega absoluta a la misma, que él había prometido. Entonces se dirigió a sus superiores y pidió, de limosna, ser enviado al monasterio de Santa Cruz de Coimbra, donde santamente pasaba su vida religiosa entregado a la oración y al estudio. En este convento era muy apreciado y las crónicas de aquellos tiempos nos narran de prodigios maravillosos dignos de ser narrados: Deseoso un día de oír misa y no pudiendo salir de su celda, oye la campana de alzar y puesto de rodillas se abren las paredes hasta contemplar el santo la Sagrada Forma en manos del sacerdote del altar. El otro fue el siguiente: Sufriendo uno de los religiosos una de las enfermedades más graves del espíritu, le cubrió su muceta y el religioso quedó repentinamente curado. Los religiosos lo estimaban grandemente y acudían a él en sus enfermedades. ¡Los altos designios de Dios! El Señor le tenía marcado otro camino muy distinto y otra vocación más severa y más pobre, que era la de seguir a Francisco de Asís y ser pobre. ¿Qué hechos influyeron en su nueva vocación religiosa? Un testimonio fehaciente de fe. Un día, Francisco de Asís manda a sus religiosos a predicar el Evangelio a todo el mundo. Y he aquí el hecho y lo sucedido: Francisco de Asís, el «desesperado de la pobreza» como le llamaba Bossuet, manda un buen día a sus hijos predicar el Evangelio por todo el mundo. No tardaron en arribar a Portugal y hacerse pobres moradores en la ermita de San Antonio Abad en Olivares, los primeros franciscanos con los nombres de Fr. Zacarías y Fr. Guautthier, favorecidos y agasajados por Alfonso II y su esposa doña Urraca. Estos religiosos franciscanos tenían trato y visitaban al joven agustino de Santa Cruz de Coimbra, y hablaban largamente de cosas del espíritu. Veía en los hijos del «poverello» una mansedumbre y una humildad que lo hipnotizaba… pero no tardó en realizarse el milagro. Los hijos de Francisco de Asís pasaron a África con el deseo de derramar la sangre por Cristo y por el Evangelio. «Aquella tierra de África, colocada entre las costas de España como amenazador centinela, como alfanje perpetuamente desenvainado». Este pensamiento de derramar la sangre por el Evangelio lo tenía en continuo éxtasis y su espíritu se salía de sí mismo y ansiaba, también, el martirio. San Antonio ya era sacerdote y diciendo misa vio en una revelación el alma de un fraile franciscano volando al Cielo, y esto fue el móvil de su vocación por a Orden Franciscana, que le costó pedir, concediéndosele, la licencia para entrar en la Orden. Este es el momento solemne en que Antonio se hace franciscano y pide el hábito ante tanto ejemplo y tanta renuncia. ¡Antonio se hace franciscano y pobre por Cristo!

San Antonio de Padua y los pobres

En el Dogma de la Comunión de los Santos está enclavada la devoción y el culto a San Antonio, nuestro santo predilecto con el título de Dulía. Admitimos en buena doctrina el culto a San Antonio, su poder milagroso a favor de sus devotos y, entre todos, los más favorecidos son los pobres. ¿Cuántas clases de pobres existen dentro de la Iglesia Católica, apellidada por el inmortal Pontífice Juan XXIII la Iglesia de los Pobres? Me pregunto, ¿también hay clases entre los pobres? Sí, también, pero por razón de gravedad, hay que socorrer a unos más urgentemente que a otros. Los enfermos de cuerpo y los enfermos del alma. Los enfermos del cuerpo tienen sensibilidad ante el dolor físico, y los del alma tienen que tener fe como la pecadora del Evangelio, que su amor y su fe ha arrancado del Maestro estas palabras: «Tu fe te ha salvado. Tus pecados te son perdonados». Pobres pobres, son los enfermos del alma, los pecadores a los que falta la amistad de Dios, más que los que carecen de pan. Luego, la pobreza puede estar en la falta económica y la mayor pobreza en una disposición interior o una actitud del alma con relación a Dios.

Como consecuencia de estas premisas, la pobreza en Israel era un mal menor que había que superar, y era también un estado despreciable porque miraba las riquezas materiales como una recompensa cierta de la gada la prueba, Dios le devolvió mayor fidelidad a Dios. No dudamos que existen pobres virtuosos; pero abundan más los perezosos y los desordenados por falta de medios y también de virtud, que a veces se convierte en ocasión de muchos pecados. Por esto decía el sabio: «No me des ni pobreza ni riqueza sino sólo lo necesario». Los pobres deben ser considerados y tenidos en cuenta. Los profetas y los santos fueron sus defensores por antonomasia; Amos ruge contra los crímenes de Israel. Los fraudes desvergonzados en el comercio, el acaparamiento de las tierras, el esclavizamiento de los pequeños, el abuso del poder y la perversión de la justicia misma. Una de las misiones y apostolados del Mesías era defender los derechos de los míseros y de los pobres (Is. 11, 4). La limosna redime y perdona los pecados. El grito de los pobres se eleva hasta los oídos de Dios (Job. 34, 28). En el N. Testamento se levanta un monumento al pobre y Jesús lanza el sermón maravilloso de las Bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres de espíritu» (Luc. 6, 20). Jesús es el Mesías de los pobres y el testimonio que admite Juan como fe de su llegada y contraseña, que los pobres son evangelizados. Más todavía, como prueba contundente que Jesús es un pobre: Belén, Nazaret, la vida pública de Jesucristo, la cruz, ¿no nos habla de pobreza? (Luc. 2, 7). (Mat. 13, 55). La pobreza de Jesús nos habla por todos los sitios, hasta su entrada triunfal en Jerusalén la hace sobre un humilde jumentillo, el que es «manso y humilde de corazón».

Pobreza voluntaria de San Antonio de Padua

El Señor no tenía dónde reclinar su cabeza. Las aves tienen sus nidos y el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. Jesús pone en guardia a sus discípulos del peligro de las riquezas (Mat. 6, 19; Luc. 8, 14). El que sigue a Jesucristo no debe de llevar consigo «oro, plata ni cobre». (Mat. 10, 9). Los primitivos cristianos no tenían nada propio. (Act. 4, 32). Este pensamiento de la pobreza evangélica está galardonada y es el Reino de los Cielos de quienes la cumplen en la parábola del pobre Lázaro, frente a los despilfarros y vanidades del rico Epulón. Los ricos tienen una mina y una solución para salvarse, como dice el Evangelio por San Lucas (14, 13, 21). Hacerse amigos con el dinero de mala ley. «El que ama al pobre ama a Jesucristo». (Mat. 25, 34-46). Si alguien ve a su hermano en necesidad y le cierra las entrañas, ¿cómo morará en él el amor de Dios? San Antonio de Padua cumple a la letra esta pobreza y en su nombre se establece el pan de los pobres, y él mismo se hace pobre y quiere seguir a Jesucristo más perfectamente, y para ello sigue a Francisco de Asís, el Padre de los Pobres. Sus predicaciones eran maravillosas, todas llenas de milagros.

El avaro. – Predicaba un día en Florencia el tema evangélico: «Donde está tu tesoro allí está tu corazón». Y de súbito se llenó la catedral de un séquito fúnebre que llevaba a enterrar uno de sus familiares. Y de repente, con brío, San Antonio se dirigió a la concurrencia y les dijo: «Este rico, cuyas honras celebramos, ha sido precipitado en los abismos de la desesperación y del llanto. Era un miserable avaro. Id a su casa, abrid el cofre donde encerraba sus tesoros y, allí, encontraréis las monedas».

El hombre que castiga a su madre.  – También San Antonio socorría y perdonaba a pobres del espíritu o del alma, ¡pobres pecadores! Un día se le acercó un campesino fornido a confesar sus pecados y le dice: «Padre, me da vergüenza confesarme. Padre, he pegado de puntapiés a mi madre». Entonces, le dice San Antonio: «El que esto hace debe cortar su pie». El penitente, lleno de dolor y arrepentimiento, llega a casa y sin parar mientes, coge un hecha y corta el pie con que había pegado a su madre. La sangre, los gritos, los escándalos, etc. La madre, afligida, le pregunta por qué había hecho eso. Antonio, en aquellos días fraile, se lo había dicho. Acuden al convento, ven a Fr. Antonio, que rápidamente acude al suceso y tomando el pie con sus manos lo restituyó al miembro cortado, y con tal prodigio retornó de nuevo la paz y la alegría a todos sus familiares y vecinos. Pero no olvidemos que existe un Mandamiento de «honrar padre y madre».

El matrimonio donde no reina el amor, es un infierno anticipado. – Los celos de un marido como el de tantos de los días de hoy, que vigilan y culpan de pecados a sus inocentes esposas, haciendo del hogar un verdadero infierno de desconfianzas y de celos. San Antonio, un buen día, se vio sorprendido por uno de estos sucesos que tan corrientemente suceden todos los días en los pueblos y las casas de muchos de los cristianos que convierten en víctimas a sus pobres esposas, atenazándolas y martirizándolas con sus celos y sus desconfianzas. Este joven matrimonio tuvo un hijo y el celoso esposo negaba que fuera hijo de él, sino de una escondida pasión de su dignísima esposa. San Antonio, avisado por la víctima, acudió al hogar de los atribulados esposos e hizo decir al pequeño infante quién era su padre.

San Antonio socorre a una casa pobre. San Antonio repito, no es que sea el criado para buscar las cosas perdidas o “un mago de fianzas” del pueblo, pero ama la paz del hogar. En cierta casa vivía una mujer viuda con sus cuatro hijas solteras sin tener recursos ni trabajo. Cansadas de hacer novenas y rezos a San Antonio, una de ellas arrojó su imagen a la calle, golpeando a un caballero que pronto se enamoró de ella y fue el trabajo y el pan del hogar.

Estos y otros prodigiosos milagros acompañaban la palabra del taumaturgo en todas sus intervenciones y no quiero silenciar entre los innumerables milagros la intervención de San Antonio cuando libra de la muerte a su propio padre. Unos malhechores lanzan el cadáver de una víctima en el pórtico de los honrados padres de San Antonio. El Santo al saber la triste noticia se presenta ante el tribunal de justicia, que le juzgaba con hechos falsos y testigos de la misma calaña. San Antonio expuso, sus razones; pero los jueces se resistían a doblegarse a lo que decía el santo y San Antonio puso por testigo fidedigno al mismo muerto que le obligó a hablar. Desenterrado y a la vista de los mismos jueces San Antonio le dijo, que declarara si su padre habla tomado parte en su muerte: Contestó, no, Martín de Bouillon no es mi asesino ni ha intervenido en mi muerte». Intervinieron los jueces para que les dijera, quien le había matado. El santo contestó, «yo no he venido a descubrir al agresor ni al pecador sino a defender al inocente». Si el santo tenía mucho amor a Dios éste amor lo había recibido de sus padres, a quien tanto amaba como lo demuestra este prodigio y defensa de quien debemos nosotros aprender a venerar a nuestros mayores y representantes de la autoridad como dice San Pablo, «que toda autoridad viene de Dios». En el año 1231 predica en Padua toda la Cuaresma, celebra su entrevista con el fiero Ezzelino ante el cual fracasa, y agotado por sus muchos trabajos y penitencias, muere, santamente, a las afueras de la ciudad de Padua en el convento de La Arcella el 13 de junio de 1231. El 30 de mayo del año siguiente es canonizado, solemnemente, en la catedral de Espoleto. Pío XII lo proclamó Doctor Evangélico de la Iglesia el 16 de enero de 1946.

 Juan Salvador Sierra Muriel, OFM. *Junio, 1979-1980

San Antonio de Padua

Te saludo San Antonio y me regocijo en los favores que nuestro Señor libremente te ha otorgado. Te recuerdo en especial tu momento de dicha cuando el Divino Niño Jesús condescendió abrazarte con ternura. ¡Oh, que gran felicidad y alegría llenaría tu corazón en esa ocasión! Por esta especial prerrogativa y por la alegría de tu beatifica visión, que ahora le tienes a El cara a cara, te ruego, te suplico y te imploro Oh querido San Antonio, que me ayudes en mis aflicciones, problemas y ansiedades, particularmente concerniente a (aquí menciona tu petición). Oh, deja que tu corazón se conmueva para interceder por mí, para escuchar y responderme. Dile al Señor de los deseos y necesidades de tu devoto(a). Una palabra, una mirada de tu corazón que tanto ama el Niño Jesús, coronara mi éxito y me llenara de alegría y de gratitud. Amén.

San Antonio a quien el Niño Jesús amó y honró, concédeme lo que te pido.
San Antonio, poderoso en palabra y acción, concédeme lo que te pido.
San Antonio, siempre dispuesto a ayudar a los que te invocan, concédeme mi petición. Amén.

V. Ruega por nosotros San Antonio.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

ORACIÓN. Oh Dios, que te dignaste escoger a San Antonio como modelo de todas las virtudes para la bendición de toda la humanidad, y has convertido a muchas almas a través de sus sermones y buen ejemplo, concédeme que por sus méritos e intercesión pueda real y verdaderamente convertirme, renunciar al pecado y a todo deseo de pecar, y hacerme cada vez más y más del agrado de Dios por la practica de la verdadera virtud. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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«San Antonio de Padua y los pobres». El Eco de Canarias, 13 de junio de 1979.

«San Antonio de Padua, en las fiestas de Moya. Pregón». El Eco de Canarias, 14 de junio de 1980.

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