Mater Dolorosa

Bernadette Carstensen -MotherofSorrows

Mater Dolorosa

                                                  por Josefina Tresguerras

¡Así está aún más bella la Madre del cielo! Su imagen con los ojos velados por el llanto adquiere una hermosura espiritual El dolor reflejado en el angustiado rostro le envuelve en destellos de amor sublime. De amor, sí, pues éste y el dolor son inseparables.

Tras el Hijo amado marcha la afligida Madre, queriendo agrandar los instantes que le quedan junto a El.

Poco a poco su corazón se va rodeando de espadas de dolor. Los insultos, los latigazos cruentos, los tropiezos en los duros guijarros del camino bajo el abrumador peso de la cruz, todo, todo, lo que hiere y martiriza al Hijo, es también herida y martirio para la Madre; y ya en el Calvario, cuando al pie de la cruz le estrecha muerto en sus brazos, el amor maternal llega a la cima de todos los amores y se hace dolor profundo, dolor sin límites…

Un río de lágrimas corre por sus santas mejillas y bajo ellas Mater-Dolorosa se ha transfigurado en máximo ideal. El espíritu y la carne se funden en un éxtasis divino y humano a la vez y sin estridencias ni rebeliones, pero sí, con amargura infinita, la Madre llora por el Hijo muerto en terrible suplicio.

Seguramente al besar el divino rostro, hoy helado y cubierto de sangre, evoca aquel beso de los tres que ayer le diese en él, cuando palpitando de calor y vida, era tierno capullo, o más aún, dorado rayo do sol que acababa de traspasar el cristal de su seno en el portal de Belén la noche más grande de la Creación, cuando besando sus manecitas como Señor y sus pies como Rey, besó también las aterciopeladas mejillas del Niño Dios con derechos de Madre.

El grito de la sangre se alzó imperioso por encima de todos, y sin restarle respeto ni adoración, había que acercar los labios, al hijito amado, y prodigarle ternuras.

Y ahora, otra vez dejando a un lado todas las promesas de Resurrección y de Gloria, el grito maternal se alza de nuevo, y los labios virginales se posan amorosos y angustiados en las huellas sangrantes, que las punzantes espinas dejaron en la faz del Hijo atormentado.

¡Qué hermosa estás, Señora! ¡Cómo nos atrae y subyuga tu justo dolor!…

Bajo la advocación de Virgen de las Angustias, de la Soledad, de la Amargura, y de los Dolores te hallas en distintos pueblos y altares, ora representada por imágenes modeladas por valiosos artistas o por humildes aficionados. No importa, siempre eres Tú, siempre es Ella, Mater-Dolorosa, la que llora por el martirizado por terribles sayones, que exprimieron hieles en su boca sedienta. Siempre es Ella, la que con El llora por nosotros y por nuestros pecados.

Por esto, cuando al pie de su altar, o en el recorrido de sus procesiones, la acompañamos implorantes, nuestros corazones se prenden del enlutado manto, y le siguen emocionados, llenos de una piedad infinita.

Porque, si a la madre de la carne nunca la amábamos tanto, como cuando la veíamos acongojada, y aun hoy lejos, muy lejos, del ser querido, al añorarla así, parece que la angustia nos ahoga, también la Madre del Cielo nos atrae intensamente, cuando su rostro refleja honda tristeza. Es que de este modo nos parece más cerquita de nosotros. Se aproxima mucho más a nuestros dolores de cuerpo y espíritu.

¿Quién no tiene algo de unos o de otros, o quizá mucho de ambos?…

Tras la sonrisa social se oculta varias veces la mueca del dolor. La risa es a menudo un celofán, que quiere esconder las flores del llanto, sin conseguir ocultarlas, y cuando la Virgen sufre también como nosotros, la encontramos más humana, más madre nuestra, más próxima a nuestras vidas.

Entonces nuestra admiración, como reina de los cielos, y nuestro cariño como Madre de Dios, da paso a algo más íntimo y más al alcance de nuestra naturaleza, a un amor filial intensísimo, que nos da ánimos para seguir adelante sin miedo a los abrojos del camino, pues nuestras lágrimas no están solas, que también Ella llora y nos comprende…

Nuestra Señora de los Dolores (Iglesia de San Franciso - La Orotava)

       Mater Dolorosa

En tu rostro de nácar es el llanto,
cual rocío en el cáliz de una flor,
y hay algo tan sublime en tu semblante,
que es luz, en las tinieblas del dolor.

Con tus manos de lirio entrecruzadas,
no estrujas, que acaricias el pañuelo;
no es tu pena sollozo irreflexivo,
es suspiro de amor y desconsuelo.

Ni aun siquiera retiras de tu pecho
el puñal, que traidor lo ha taladrado,
y al corazón lo dejas desangrar
para poder lavar nuestros pecados.

Serena en tu pesar nos das aliento,
para seguir contigo hasta el Calvario,
y en pos de ti marchamos decididos,
sin sentir que nos hieren los guijarros.

¿Qué importan las punzadas de las zarzas
que bordean el áspero sendero
si la Madre de Dios, que es nuestra madre,
nos preside marcando el derrotero?

¡Adelante, Maestros, compañeros!
Sigamos tras de Mater-Dolorosa.
Ella sabrá endulzar nuestra amargura
haciendo que el zarzal se trueque en rosa.

Y, siguiendo el consejo del «Pastor»,
la mente consagremos a Jesús;
demos el corazón a nuestros niños,
y la carne clavémosla en la Cruz.

                         Josefina Tresguerras. Tenerife

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