Mártires de Tazacorte: Sangre en el mar

Mártires de Tazacorte, sangre en el mar

Era el tiempo en que la Rosa de los vientos llevaba el pabellón de la España imperial clavado en cada uno de sus estilizados pétalos. Era el tiempo en que España dejaba blanquear los huesos de sus hijos —soldados y teólogos— en las costas de Albión, en las dunas de Flandes, en los campos de Francia y Alemania para mantener enhiesta, sobre la herejía vencida, la Fe católica de Roma. Era la Edad gloriosa, cuando España, no contenta de salvar a la Europa latina de la infección protestante,— «fiera recrudescencia de la barbarie septentrional»— ofrecía a la Iglesia, a cambio de los desgarros que en su túnica perpetraron manos apóstatas, un nuevo mundo conquistado por el valor de sus capitanes y evangelizado por la virtud de sus Misioneros.

Un día del año de 1570 zarpa del puerto de Lisboa un navío con rumbo al Brasil. Un navío hispano – lusitano porque el mismo cetro real de Felipe II rige a Portugal y a España y, además, porque en lo ideal no hay fronteras dentro de la Península ibérica; el mismo destino histórico evangelizado y civilizador impera en las gestas de españoles y portugueses. La nave lleva un rico cargamento, de Hispanidad: arcabuceros, fogueados quizás en San Quintín o en las marismas bátavas, licenciados de Coimbra o Salamanca, labriegos, mercaderes, menestrales, y, como razón que justifica y guía que señala infalible el camino de la Civilización verdadera, sobre la cubierta del bajel se destaca- el austero hábito del sacerdote de Cristo.

Hacia el Brasil se dirigen cuarenta religiosos de la Compañía de Jesús, es superior de la expedición, el Padre Ignacio de Azevedo. Nombre ya prestigioso en el recién fundado Instituto. Nacido en Oporto en 1527, ingresó en el noviciado a los veintiún años admitido por el Padre Simón Rodríguez, compañero de San Ignacio e introductor de la Compañía en Portugal. En 1552 es nombrado rector del Colegio de San Antonio en Lisboa, pasando luego de superior a la casa profesa de San Roque y poco después se le otorga el cargo de Vice-Provincial de todo Portugal. Asistió a la segunda Congregación general en la que fue elegido San Francisco de Borja, quien le envió a las misiones brasileñas. De Roma se trajo, como obsequio del Papa S. Pío V, una copia del cuadro de Santa María la Mayor, imagen que llevaba consigo en todos los viajes.

Regresó de América para allegar recursos y misioneros y una vez obtenidos se reembarca para proseguir en las selvas vírgenes del Amazonas, su iniciada labor conquistadora de almas para Cristo. Pero la Divina Providencia había decretado que aquellos apóstoles no arribaran al puerto de Río de Janeiro sino a otro puerto de término definitivo —«inmortal seguro»— adonde van consignados los tesoros de «preciosas margaritas». Al llegar el buque el 15 de julio de 1570, a la altura de la isla de La Palma, frente al puerto de Santa Cruz, avista una nutrida escuadra que les cierra el paso. En los mástiles de aquellos navíos ondea el siniestro pabellón de un corsario calvinista. Su nombre ha llegado hasta nosotros: Jacobo Serel, (no Soria como impropiamente se le designa) natural de Criel, entre Dieppe y la Villa d’Eu; famoso por sus correrías manchadas siempre de crimen y exterminio.

Frente a frente se hallan dos concepciones antropológicas y teológicas de oposición irreductible. De una parte el paroxismo de la rebeldía, del error y del odio hecho carne en el Calvinismo; de otra la personificación más acendrada de la disciplina y obediencia heroica —«tanquam cadaver»— de amplísima verdad —humanismo cristiano del «ratio studiorum»— y de la caridad como suprema ley y regla de vida, plasmada en la última maravillosa producción de la Iglesia Católica: la COMPAÑÍA DE JESÚS.

Los más genuinos representantes de la Hispanidad, los Hermanos en Religión del P. Laínez cuya doctrina sin medias tintas — tan católica como hispana— sobre el libre albedrío afirma que todos los hombres, sin distinción de razas superiores e inferiores, si quieren, pueden salvarse; los que, por estar imbuidos en esta doctrina, sienten, quizás como, ninguna Orden, la vocación misionera, se encuentran, como corderos entre lobos, rodeados de los herejes que han llevado más lejos sus errores sobre la, libertad humana: el fatalismo había hallado en Calvino su más brutal definidor: «hay hombres que nacen destinados al infierno porque Dios lo quiere». Y el hombre que formula esta blasfemia inverosímil tiene discípulos y ejerce una influencia enorme en Suiza, Francia e Inglaterra…

Mediante un rápido abordaje consiguen los piratas apoderarle de su fácil presa. Los cuarenta jesuitas son condenados a muerte. No puede haber cuartel para la quinta esencia del Catolicismo y de la Hispanidad El Padre Ignacio de Azevedo, con la imagen de Santa María la Mayor a guisa de escudo, lleno de sobrenatural serenidad, exhorta a sus Hermanos con palabras de fuego a ser dignos soldados de la Milicia de Jesús; se vuelve, luego, a los herejes e increpa su impiedad y extravío hasta que cae acribillado por golpes de lanza. Sus compañeros sufren un martirio más prolongado. Despojados de sus hábitos, son apaleados hasta fracturarles brazos y piernas, alanceados y acuchillados son, por último, arrojados semivivos al mar.

Durante la ejecución de la inicua sentencia acaece un suceso digno de figurar en un acta martirial de la Iglesia primitiva. Los herejes habían indultado a un Hermano coadjutor por precisar de sus conocimientos culinarios. Un joven pasajero (sobrino del capitán de la nave portuguesa ) que ya había mostrado su deseo de ingresar en la Compañía, sintiéndose solidario de aquellos invictos confesores y para completar el simbólico, número de cuarenta, ocultamente se viste la sotana perteneciente a uno de los verdugos confesando su fe y su vocación, recibiendo al momento la púrpura inmortal infinitamente más valiosa que la de los Césares romanos.

Entre los mártires se encontraba un sobrino de Santa Teresa: Francisco Pérez Godoy, natural de Torrijos. La Doctora Mística tuvo una visión sobrenatural donde contempló a los cuarenta mártires victoriosos ascender llenos de júbilo a los cielos. Este es el asunto de la alegoría que ilustra este artículo. En el cuarto centenario de la fundación de la Compañía de Jesús es oportuno recordar esta gloria conjunta de. ella y de Canarias. No fueron mártires del Brasil, como se les suele llamar a los cuarenta beatificados por Pío XI el 1 de mayo de 1854, sino mártires de Canarias donde se les conmemora con Oficio particular y propio.

La bondad divina quiso que las costas del Archipiélago se vieran ungidas por sangre de martirio. La espuma del Atlántico que besa nuestras playas dejó de ser blanca. Un día de julio las olas empenacharon sus crestas con el color ardiente del sacrificio y de la caridad heroica. La sangre fecunda de los inmolados por Cristo circundó como corona de rosas bermejas a esta tierra atlántica, centinela avanzado de la Hispanidad.

Gabriel G. Landero. Prebístero
Santa Cruz de Tenerife. 1941

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Mártires de Tazacorte

Festividad de los Mártires de Tazacorte (Beato Ignacio de Azebedo y 39 compañeros jesuitas)

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