Hombres golpeados

hombres golpeados

Frente a la talla policromada y agrietada que veneramos en el retablo de las Iglesias, a nadie se le ocurre pensar en el hacha que segó el tronco del árbol o en las hirientes incisiones del escoplo del carpintero. Queda tan sólo la presencia definitiva de una obra de arte y devoción.

De los santos pensamos con igual simplicidad. Nos deslumbra su actual resplandor, la luz de sus heroísmos, la grandiosidad de sus virtudes. Sin embargo, para que haya podido quedar  plantada su imagen en la hornacina dorada de una iglesia, mirado y admirado reverencialmente por hombres de siglos posteriores, han sido necesarias las más duras y sangrantes operaciones. La imagen de un santo, para llegar a serlo de verdad, ha de pasar por trances análogos a los de la propia vida real. Por eso no gustan, y valen menos, las imágenes «vestidas», consistentes tan sólo en un rostro sostenidos por cuatro listones de armazón. Una imagen de auténtica aproximación al santo que representa, ha de nacer a golpe de gubia y lija. Cada rasgo de su rostro, cada pliegue de su piel debe surgir perfectamente perfilada de las manos vivas del artista. Como los santos de Dios.

Fray Martín tiene una vida de llena de pequeños y magnos acontecimientos, presididos todos por la bondad y la ternura. Todas las anécdotas de sus años han llegado hasta nosotros en narraciones amables que nos lo hacen más atractivo y cercano. Al final de sus actuaciones queda siempre una impresión de alabanza, gratitud y admiración.

Ello hace que nos resulte apasionante su imitación. Pero trae también sus riesgos. Desconocer las áreas ásperas y dolorosas de su vida puede confundir la santidad de un mito rosado.

Nosotros, hambrientos de placidez y fortuna, preferimos el lado carismático y gozoso de la vida de los santos. Olvidamos fácilmente la extensa superficie astillada y punzante de la cruz que, sin embargo, constituye la columna vertebral de todos los santos. La sonrisa en que envuelven todos sus actos puede hacernos pensar ingenuamente que ellos sobrellevan sin sentir el dolor y la humillación.

Estamos tan acostumbrados a ver a Jesús caído en tierra, atado a la columna y flagelado, crucificado finalmente, que juzgamos «normal» y estereotipado este modo de pasar por la tierra hacia el cielo.

De Fray Martín conocemos tantos detalles de veneración y ternura que lo imaginamos siempre aclamado por los humildes, admirado por los poderosos, reverenciado por sus hermanos, alabado en todas partes.

Conocemos sus palabras de caridad y comprensión, sus reacciones serenas y magnánimas, su actitud de humildad y servicio. Pasamos por alto, sin embargo todo el proceso de dureza, rigidez y disciplina que hiciera posible ese estilo. La santidad no es un regalo unilateral de Dios al hombre; es también un obsequio esforzado y de violencia del hombre a Dios.

Recordamos la pobreza de Fray Martín: permanente y real. Pobreza de nacimiento, de infancia, de vida religiosa. Sin un capricho satisfecho ni una concesión a sus sentidos. Tengamos presente la condición social de su ambiente, más propicia para la burla y el desprecio que para el halago y la amistad. No olvidemos su ininterrumpida laboriosidad, su dedicación total a los apestados y pobres; su austeridad en la comida, en el sueño, en el vestido; la insobornable disciplina con que trató siempre a su cuerpo: cilicios y flagelos para su carne, modestia en sus sentidos, silencio para su imaginación y para su pasión.

Toda esta negación y violencia con que se trató a si mismo provocaron una floración de virtudes sobrenaturales que Dios alentaba porque Él era quien dirigía su ascetismo y quien daba sentido a su mortificación. Fray Martín era bueno, servicial, fiel, laborioso, caritativo porque había ido arrancando las retorcidas raíces del egoísmo y de la sensualidad, de la soberbia y de la envidia. No nació terminado ni luminoso. Se fue puliendo él mismo, mirando sin pestañear al Evangelio de Cristo en relieve.

Fray Martín fue un hombre golpeado, zaherido, punzado, sajado, cortado, mutilado…todo voluntariamente y, con plena conciencia de que esa labor de tronzar y poda, iría brotando vigoroso el injerto de Cristo.

No nos engañemos. La actual imagen de Fray Martín, pulida, brillante y aureolada, es fruto de golpes y golpes: de pobreza y soledad, de humillación y contratiempos, de desprecio y disciplinas.

No es fácil subir al retablo tallado de las iglesias.

Calendario 2015. Secretariado San Martín de Porres (Palencia)

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