Homilía del Cardenal Juan L. Cipriani en el 50º aniversario de la Canonización de San Martín de Porres

Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne
Domingo, 06 de mayo de 2012
50º Aniversario de la Canonización de San Martín de Porres
Basílica Catedral de Lima

Muy queridos hermanos en Cristo Jesús.

Hoy la Iglesia universal, también la Iglesia en el Perú y en Lima, celebra con especial gozo estos cincuenta años desde la canonización que Juan XXIII, Beato, hizo de nuestro Hermano San Martín de Porres.

Saludos mis hermanos Obispos aquí presentes.

Saludo también al Provincial de la Orden Dominica a quien perteneció San Martín, a los miembros eclesiales de la Orden, a todos los sacerdotes, religiosos y religiosas que hoy nos acompañan en esta Catedral.

Saludo al Doctor César San Martín, Presidente del Poder Judicial. A los Congresistas, autoridades, a la Hermandad de San Martín de Porres, a todos.

Hoy el Santo Padre, en el saludo que ha hecho al rezar el Regina Coeli al mediodía en Roma, al final, ha querido recordar este aniversario pidiéndole a San Martín: Intercede por los trabajos de la nueva evangelización y ayúdanos para que florezca la santidad en la Iglesia.

Hermanos, en el Evangelio que acabamos de escuchar, toda las doctrina que Jesús enseña a sus discípulos en este pasaje “Yo soy la verdadera vid, mi Padre es el labrador”. Todo sarmiento que no da frutos lo arranca; y todo el que da fruto lo toma para que de más frutos.

A partir de esa explicación de Jesús, cada uno de nosotros tiene por delante esa tarea, todos tenemos esa llamada de Jesús: “Estén conmigo, únanse a mí”. Esa primacía de la gracia que viene de Cristo explica la santidad de San Martín de Porres, es Cristo quien lo escoge y es él que con su libertad responde heroicamente a todo lo que Cristo le va pidiendo.

Justamente poco tiempo después de la canonización, el Concilio Vaticano II hizo toda una doctrina conciliar recordando al mundo entero que desde el bautismo estamos llamados todos a esa santidad de unión con Cristo, como decía Juan Pablo II: “No es para un grupo de privilegiados”. No hay en la Iglesia una entrega minimalista, no hay una vida más o menos buena, la Iglesia nos enseña que busquemos la santidad, la unidad con Cristo en todo, tarea nada fácil.

Desde el bautismo, Cristo nos ha escogido a todos uno por uno, nos ha incorporado a esa vida en Él y nos dice: “Ya no eres Pedro, Tomás, María, Juana, no, ya eres hijo de Dios en Cristo”. Y empieza esa tarea de ser santos a la que todos estamos llamados, en el trabajo, en la familia y en el día a día.

Que bien, haría la Iglesia si en esta tarea de la nueva evangelización volviera a promover la belleza de la santidad, la posibilidad de la santidad en la vida corriente y ordinaria, porque siempre hemos visto a los santos como muy lejanos, muy diferentes a la vida corriente y entonces decimos: la santidad es para unos cuantos.

San Martín de Porres fue un hombre sencillo, un hombre del pueblo, un hombre humilde, no estaba en el poder, no tenía grandes doctorados, no tenía una plataforma de nada, era como cualquiera de nosotros solo que más humilde, más generoso y el Señor en esa alma, como en la tuya y en la mía, sembró un amor a Cristo que hizo que San Martín no estuviera jamás tranquilo hasta no hacer todo por amor a todos, amigos, no tan amigos, conocidos no tan conocidos, ahí está el heroísmo. ¡Qué fácil es amar a los que te aman! ¡Qué fácil es agradecer a los que te ayudan!

San Martín nos ha dejado una huella en la Iglesia Universal del hombre humilde que se vuelca a toda hora por ayudar a los demás, por escuchar a los demás, por comprender a los demás, por estar con los demás; y uno pensará a veces: ¿Este alto grado de la vida cristiana fue suficiente?

Claro que fue suficiente, no se dedicaba San Martín a hacer milagros, se dedicaba a amar al prójimo, no había en su boca una palabra que no fuera de cariño y de ternura, no había en sus pensamientos nada que fuera de agravio a los demás, no había en su vida comunitaria nada que no fuera obediencia a su misión. Y en ese cumplir cada día con sus deberes, Jesús fue poniendo una luz cada día mayor y hoy vemos que el mundo entero ve en el santo de la escoba el ejemplo del hombre humilde, del hombre que ama al prójimo, del hombre que busca siempre pero con una caridad que tiene contenido.

Amar a todos es estar en la cruz de Cristo, amar a todos es morir a nosotros mismos cada día, y hermanos eso solo se puede en esa intimidad con Cristo.

homilía aniversario

Grande fue el amor a la Eucaristía de este hermano nuestro. Nos dice la historia que pasaba largos ratos junto a Jesús Eucaristía. Hoy que estamos tan apurados no se sabe para que, ¿cómo sería este mundo si le dedicáramos un minuto cada uno a estar delante del Santísimo, adorando, escuchando, pidiendo amor a la Eucaristía y confesándonos frecuentemente?, porque no es fácil ir adelante sino hago ese acto grande de humildad, porque en la confesión está la esencia de la conversión. Voy en un acto de humildad para decir la verdad, para poner ese acto de arrepentimiento, dolor de corazón y Jesús entra en el alma y te deja lleno de gozo, alegre, con entusiasmo, con vitalidad para ir a la búsqueda de todos tus hermanos.

La lectura meditada de la palabra de Dios, el amor a María, en el rezo del Rosario y un ardor misionero es la misión que se nos encomienda. Realízala en tu casa, con tus hijos, con tus hermanos, en tu barrio, en tu trabajo. Esa es tu misión, siembra ahí el amor, la paz, la comprensión. Por eso el apóstol San Juan nos da ese como resumen de la vida de San Martín, no amemos de palabra ni de boca, sino de verdad y con obras.

Por eso, hoy saludo a la Orden Dominica y a toda la Iglesia, a las Diócesis vecinas que nos acompañan, donde el Patrono de la Iglesia de Chosica es San Martín de Porres. La Iglesia de Lima está de fiesta, la Orden Dominica está de fiesta, todos estamos de fiesta porque este buen hombre visita su Catedral y nos dice a todos: “Ánimo, si se puede ser santo, Jesús te busca para que seas santo”.

Bendice San Martín a nuestra patria, con la paz, con la verdad, con la unidad de toda la familia peruana.

Así sea.

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convento de sto domingo lima

Deprecaciones a San Martín de Porres

Glorioso San Martín de Porres, que todo lo sufriste con alegría por amor a Dios. Ruega por nosotros.

Glorioso San Martín de Porres por los trabajos, penalidades y desprecios que sufriste. Ruega por nosotros.

Glorioso San Martín de Porres, servidor de Cristo en la persona de los enfermos. Ruega por nosotros.

Piadoso San Martín de Porres, enamorado y confidente de Jesús en el Sagrario. Ruega por nosotros.

Glorioso San Martín de Porres, bienhechor complaciente con las oraciones de tus devotos. Ruega por nosotros. Padre Nuestro. Ave y Gloria.

Fray Martín y su escoba santificadora

fray martín y su escoba

Si el hábito hace al monje, la escoba lo realza

Al contemplar su imagen llama la atención un elemento que casi siempre le acompaña; encontramos un elemento que no suele ser elemento de santificación pero que en San Martín se vuelve elemento maravilloso que le sirvió de santificación: la escoba.

La “escoba de san Martín”. No se puede hablar de san Martín sin mencionar “su” escoba… ¿Conocen algún personaje que haya pasado a la historia por una escoba? Yo no. Sólo sé que Martín es conocido por ese elemento tan utilizado en todos los tiempos (ahora también, aunque han proliferado las máquinas y utensilios de todo tipo para la limpieza, sigue siendo un instrumento). Un elemento tan sencillo y tan cotidiano es protagonista de santidad en las manos de fray Martín y de todos los que queramos vivir como él. Sirviendo desde el amor.

Su escoba y, conjuntamente con ella, todos los servicios que realizaba fueron para él una mediación de acercar lo pequeño, lo sencillo, lo cotidiano a lo trascendente y a la humanidad. Fray Escoba fue haciéndose desde Jesús, por eso Martín se vuelve buen samaritano a imagen de Jesús, acoge, sana y cuida a los tirados por el camino de la vida.

Su escoba, la de Martín, es nuestra escoba. Es un santo dominico pero universal, que nos hace una llamada: VIVIR SIRVIENDO CON AMOR. Hacer de nuestra vida, de nuestra historia un servicio, ”barrer” lo que nos impide ser fraternos, abrirnos al bien del otro, a favor de, siendo artesanos de bendición… Nuestra escoba nos debe hacer santos. No es una utopía, es una realidad. Ser santos, nos lo indica Martín, es “hacer lo ordinario, extraordinario desde el amor”, es así de sencillo…

Parroquia Santo Tomás de Aquino (Bogotá), de la Homilía: La Eucaristía, la Cruz y la Escoba

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«Con su escoba milagrosa»

Letra:

Con su escoba milagrosa, San Martín, de los cuerpos va quitando el dolor, y a la vista de su humilde tez morena van las almas otra vez pensando en Dios.
Es la historia de este santo singular la que ahora se las voy a relatar, y aunque negro, y de origen natural, San Martín, llega así a la santidad. Del convento, las campanas al tocar, a los frailes van llamando a cantar; por los claustros, con su escoba sin cesar, en silencio él no deja de rezar.
Cierto día, que en grave necesidad en demanda, sale el prior a la ciudad San Martín, se le ofrece y es verdad como esclavo, alguien me puede comprar es a un perro y es a un gato y un ratón que le dice San Martín con gran bondad no se admiren, de su buena amistad todo puede, cuando reina el amor.
Por los pobres, en su triste padecer dulce y bueno, fue su amigo San Martín todos saben, donde pueden recurrir siempre es cierto que él los sabe socorrer.
Para enfermos sin consuelo en su dolor su esperanza es sólo verlo aparecer cuando sienten el milagro de su amor es un santo gritan todos por doquier.
Del convento las campanas al doblar a sus puertas gimen, lloran la ciudad es Martín que se acaba de marchar lo ha llamado su buen Dios a descansar.
Más el Santo con nosotros se quedó para ayuda de nuestra necesidad San Martín, San Martín
¡No te olvides de los que estamos aquí!

Martín de la Caridad

Iglesia San Martín de Porres - Mar de Plata

“Martín de la caridad”

Homilía del Obispo de Mar del Plata en la memoria de San Martín de Porres

Mar del Plata, 3 de noviembre de 2014

Convento de frailes dominicos, San Martín de Porres

Esta comunidad conventual de frailes dominicos, sede del noviciado de la Orden, celebra hoy con gozo la fiesta de su patrono, San Martín de Porres. Hablamos de una de las glorias de la Orden de Predicadores, y una de las primeras flores de santidad en América Latina.

Como obispo de Mar del Plata, siento un gran gusto al responder positivamente a la invitación de presidir esta Misa. Este convento dominicano manifiesta continuamente su voluntad de comunión con la Iglesia diocesana y lo demuestra de muchas maneras. Sé que siempre puedo contar con su activa colaboración a la hora de proponerles una tarea pastoral, la suplencia puntual de un sacerdote, la ayuda en el sacramento de la Confesión, la presencia en las manifestaciones de fe, lo mismo que en eventos de trascendencia diocesana, o bien el compromiso de asumir una cátedra.

Recuerdo el día de mi ingreso en esta diócesis, el 4 de junio de 2011. Estaba previsto hacerlo a partir de este lugar, pero sin ingresar en este templo. Por detalles del protocolo, la oración del obispo ante el sagrario se reservaba para el ingreso en la Catedral. Con sana e ingenua picardía, los frailes, presididos por el Provincial, habían preparado un reclinatorio ante el altar y entre tímidos y distraídos me preguntaron si no deseaba pasar a saludar al Señor. ¿Cómo negarme?

Transcurridos unos instantes, después de rezar ante el Santísimo y la Virgen del Rosario, volví la mirada hacia la hermosa imagen de uno de mis santos preferidos, San Martín de Porres. Soy sensible ante las manifestaciones artísticas de calidad, y sé que esta talla se debe a uno de los mejores artistas que trabajaron la escultura en madera, Leo Moroder, abuelo de un querido sacerdote porteño, fallecido en plena juventud.

No vine para hablarles de arte ni quiero distraerlos. A este santo siempre atribuí una gracia decisiva en mi juventud, al término de una novena. Algún fraile de este convento conoce mi relato. Por eso, a los dos meses de ingresar en el Seminario, en el año 1962, sentí inmensa alegría por la canonización de este humilde hermano lego dominico, hijo de padre español y de madre mulata. Luego leí con fruición en L’Osservatore Romano la homilía del Papa San Juan XXIII.

Con el paso del tiempo, quise conocer más sobre la vida de este santo y leí una biografía que en su momento me hizo mucho bien.

Sobre su biografía no abundo, pues estoy hablando ante sus hermanos en religión, que bien la conocen; y ante una feligresía habituada a escuchar hablar de él.

Me complazco, en cambio, en recordar algunos rasgos de su estilo de vida, de su camino de santidad, que pueden servirnos a todos, cualquiera sea nuestro estado.

En las lecturas bíblicas, podemos encontrar la clave de comprensión de su existencia. El profeta Isaías habla del sentido del verdadero ayuno: “compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne” (Is 58,7). San Pablo al describir las diversas funciones en el Cuerpo de la Iglesia, nos dice: “El que tiene el don del ministerio, que sirva … El que comparte sus bienes, que dé con sencillez … El que practica misericordia, que lo haga con alegría … Ámense cordialmente con amor fraterno, estimando a los otros como más dignos” (Rom 12,7-9). El Evangelio nos trae la exclamación gozosa de Jesús: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños” (Mt 11,25).

En la vida de este humilde hermano lego, estas cosas resplandecían mediante sus obras.

Lo primero que destaco es la forma específica en que se tradujo su ardiente caridad. En una orden religiosa donde es bien conocido el lema contemplare et contemplata aliis tradere, vale decir: “contemplar la verdad y ofrecerla a los demás”, San Martín nos invita a ahondar en este aserto y darle a esta afirmación un significado que no excluye el esfuerzo del estudio, pero indica otra vía de conocimiento de la verdad y sabiduría del Evangelio, que Dios regala a los humildes y sencillos.

Conocer la sagrada doctrina, como base para instruir a los demás y dar respuesta a los numerosos interrogantes que se plantean en el encuentro entre el Evangelio y la vida de los hombres, es tarea irrenunciable en la vida de la Iglesia. Algunos miembros del Pueblo de Dios están llamados a conocer la revelación cristiana mediante el arduo estudio de la ciencia teológica en sus distintas áreas. Algunas órdenes, en particular, y entre ellas la dominicana, recibieron históricamente este carisma. Pero este camino es para pocos en comparación con la mayoría del Pueblo de Dios.

 En cambio, es para todos, incluidos los teólogos, el camino de la humildad y de la caridad, que se revestirán de expresiones diversas según cada estado de vida.

San Martín fue un gran contemplativo, aunque su fuente de sabiduría no eran los libros ni el esfuerzo de la ciencia. Él nos enseña con su vida que la contemplación no es un simple mirar y entender, ni sólo razonar  con fría objetividad sobre lo que es verdadero. La contemplación cristiana consiste en conocer a Dios mediante el amor. Por eso dice el Apóstol San Juan en su primera carta:  “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1Jn 4,7-8).

La vida de San Martín de Porres abunda en gestos e iniciativas permanentes de conmovedora caridad, encendida en su oración constante, alimentada en su devoción eucarística y en su actitud receptiva ante los relatos y enseñanzas del Evangelio. Al pensar en la pasión del Señor, no podía evitar las lágrimas.

Este “Martín de la caridad”, como fue llamado, no había leído la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, dominico como él, pero sabía por la enseñanza interior del Espíritu Santo lo que el gran doctor enseñaba: “donde hay amor hay visión”, ubi amor ibi oculus (In Sent.III, 35, 12). Y también aquello que enseña Santo Tomás, siguiendo a San Gregorio Magno: “ «Cuando se ha visto a quien se ama se enciende más ese amor». Y esa es la perfección última de la vida contemplativa: no sólo la visión de la verdad divina, sino también su amor” (II-II, q.180, a.7 ad 1).

Hoy la Iglesia, bajo la guía del Papa Francisco, quiere volverse decididamente misionera, ser Iglesia en salida, que va al encuentro de las periferias geográficas y existenciales de la sociedad; testigo de la misericordia de Dios, al encuentro de las llagas de los hombres, sin excluir a nadie, pero privilegiando a los pobres.

De todo este programa puede ser modelo inspirador San Martín de Porres, a quien encomendamos hoy esta comunidad y esta feligresía, junto con los trabajos misioneros de nuestra diócesis.

+ Antonio Marino

Obispo de Mar del Plata

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Capilla de San Martín de Porres

Iglesia Convento San Martín de Porres, Mar del Plata (Argentina)

San Martín de Porres, un donado revestido de piedad

imagen de smp

Un donado revestido de piedad

A mí me parece San Martín de Porres como un carisma luminoso que se extiende a lo largo de los siglos, que sigue vivo. Martín fue de Jesucristo, de Jesucristo hombre; vivió desde los pobres y desde los menesterosos la humanidad de Jesucristo. La humanidad de Jesucristo se puede y se debe vivir en la realidad de los más pequeños y de los más pobres, donde Dios se hace presente.

Cada uno tiene su entrada en la pobreza de los demás, como puede y desde donde puede, pero de una forma o de otra Martín me ha tirado mucho y me ha impresionado por su contacto con el Cristo doliente en los pobres…

¡Qué finura del alma, qué don del espíritu, qué ecología, qué don de piedad consistente en tener cariño por las cosas creadas, por toda creación! San Martín de Porres se metió en lo profundo de la pobreza humana, y nosotros desde otras coordenadas completamente distintas pero quizá en la línea de lo que el Señor nos quiera ir dando a lo largo de los años, en este momento en la línea del testimonio y en la línea de la palabra, tengamos el mismo alma de San Martín para procurar hacer el bien que podamos a todas las personas que, de una forma u otra, necesiten nuestro alimento como lo hizo San Martín de Porres en aquellos tiempos».

Chus Villarroel, O.P.

Click aquí para escuchar la interesante enseñanza del Padre Chus Villarroel, O.P.

Página recomendada: frayescoba.info

Jesús Villarroel (Chus) nació en Tejerina, León, en 1935. Ingresó en el noviciado de los Dominicos de Ocaña. La Filosofía la estudió en Ávila y la Teología en Alemania y Suiza. Terminó su formación con el Doctorado de Filosofía en Roma. Se ha dedicado largos años al profesorado en la facultad de los Dominicos de Alcobendas, y algunos cursos en la Pontificia de Salamanca. Ha ejercido varias veces el cargo de Prior y el de Maestro de Estudiantes. En la Renovación carismática ha trabajado con intensidad desde hace 18 años, sobre todo en la predicación y retiros; y durante 8 años en la Coordinadora nacional. Se ha ocupado, igualmente, de otras labores pastorales en la parroquia periférica de Jesús obrero, en San Blas, durante 3 años. Hasta hace muy poco fue párroco en la parroquia de Ntrª. Sra. del Rosario, de la calle Conde de Peñalver, Madrid, desde el año 1987. Hoy es Superior de la Casa de Móstoles.

Apresurémonos hacia los hermanos que nos esperan: San Martín de Porres

Fiesta de Todos los Santos

Solemnidad de Todos los Santos (1 de Noviembre)

La santidad es una forma de ser y estar en el mundo, de asumir el amor como esencia, como parte de la identidad. Hoy conmemoramos a todos los santos y santas del mundo, a los que fueron, son y serán, a los conocidos y a los anónimos, a todas las personas de bien que siguen haciendo de su propia vida una obra de arte esculpida por el amor de prójimo. Santas y Santos, gracias por seguir testificando que Dios es amor. (Evangelio 2010 -Ciclo C-. Camino, verdad y vida. Edit. San Pablo)

Alfombra de SMP

*San Martín de Porres (3 de Noviembre)

¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta fiesta que le hacemos a San Martín de Porres? ¿De qué le sirven los honores terrenos si reciben del Padre celestial los honores que les había prometido verazmente el Hijo? ¿De qué les sirven nuestros elogios, cuetes, música… y todo lo que hacemos? Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo.

Lo primero que nosotros sacamos de provecho al recordar la memoria de San Martín es el deseo de gozar de su compañía, tan deseable, y de llegar a ser conciudadanos y compañeros de los espíritus bienaventurados, de convivir con la asamblea de los patriarcas, con el grupo de los profetas, con el senado de los apóstoles, con el ejército incontable de los mártires, con la asociación de los confesores, con el coro de las vírgenes, para resumir, el de asociarnos y alegrarnos juntos en la comunión de todos los santos.

Despertémonos, por fin, hermanos; resucitemos con Cristo, busquemos las cosas de arriba, pongamos nuestro corazón en las cosas del cielo. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos hacia los que nos esperan, entremos a su presencia con el deseo de nuestra alma. Hemos de desear no sólo la compañía, sino también la felicidad de que gozan los santos, ambicionando ansiosamente la gloria que poseen aquellos cuya presencia deseamos.

El segundo deseo que enciende en nosotros la Fiesta de los Santos es querer vivir como ellos vivieron; imitar su ejemplo. En efecto, San Martín nos demuestra con el ejemplo de su vida que podemos y debemos llegar a la salvación y a la santidad por camino que nos enseñó Cristo Jesús: a saber, si en primer lugar, amamos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente; y si, en segundo lugar, amamos al prójimo como a nosotros mismos.

Él sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y por esto tuvo un amor especial a Jesús crucificado, de tal modo que, al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía evitar el derramar abundantes lágrimas. Tuvo también una singular devoción al santísimo sacramento de la eucaristía, al que dedicaba con frecuencia largas horas de oculta adoración ante el sagrario, deseando nutrirse de él con la máxima frecuencia que le era posible.

Además, San Martín, obedeciendo el mandato del divino Maestro, se ejercitaba intensamente en la caridad para con sus hermanos, caridad que era fruto de su fe íntegra y de su humildad. Amaba a sus prójimos porque los consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos; y los amaba aún más que a sí mismo, ya que, por su humildad, los tenía a todos por más justos y perfectos que él.

Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las más graves injurias, pues estaba convencido que era mucho más lo que merecía por sus pecados; ponía todo su empeño en retornar al buen camino a los pecadores; socorría con amor a los enfermos; procuraba comida, vestido y medicinas a los pobres; en la medida que le era posible, ayudaba a los agricultores y a los negros y mulatos, que, por aquel tiempo, eran tratados como esclavos de la más baja condición, lo que le valió, por parte del pueblo, el apelativo de «Martín de la caridad».

Este santo varón, que con sus palabras, ejemplos y virtudes impulsó a sus prójimos a una vida de piedad, también ahora goza de un poder admirable para elevar nuestras mentes a las cosas celestiales, y este es el tercer beneficio que sacamos de una fiesta, su valiosa intercesión…

No todos, por desgracia, son capaces de comprender estos bienes sobrenaturales, no todos los aprecian como es debido, al contrario, son muchos los que, enredados en sus vicios, los menosprecian, los desdeñan o los olvidan completamente. Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos la dulzura y felicidad que se encuentra en el seguimiento de Jesucristo y en la sumisión a sus divinos mandatos:

– Sigan trabajando por su salvación con humildad y temor de Dios, pues él es quien les da energía interior para que puedan querer y actuar conforme a su voluntad.

– Háganlo todo sin quejas ni discusiones, para que sean ustedes hijos de Dios, irreprochables, sencillos y sin mancha.

Que cada fiesta sea motivo de crecimiento en la fe, en la esperanza y en el amor de Jesús que vivió San Martín y podemos decir con el salmista: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar? Lo único que pido, lo único que busco es vivir en la casa del Señor toda mi vida, para disfrutar las bondades del Señor y estar continuamente en su presencia.

Así, pues, ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía, caminemos seguros caminado por donde san Martín camino, amando lo que él amó y sirviendo como el sirvió…

Padre Félix Castro Morales

*Fuente: homiletica.org (con permiso de parroquiadelasoledad.org)