San Martín de Porres, concédenos la virtud de la humildad

fray martín de porres

Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani

San Martín de Porres, concédenos la virtud de la humildad

Muy queridos hermanos todos en Cristo Jesús:

Acabamos de terminar el mes del Señor de los Milagros, el Mes Morado. Por ello, lo primero que quiero hacer es darle gracias a Dios por tantas bendiciones que derramó en millones de corazones, en miles de hogares, en todos los rincones del Perú y del mundo, a través del Señor de los Milagros.

Es bueno ser agradecidos, por eso levantemos nuestro corazón para decirle al Señor así: «mantén vivo en nuestras vidas ese deseo de quererte, de acompañarte, ese deseo que hemos manifestado de manera impresionante con grandes multitudes, con millones de personas en el mundo entero ofreciendo su vida, sus hijos, y pidiendo a Dios».

Hoy domingo celebramos aquí en el Perú la solemnidad de nuestro San Martín de Porres: San Martín de Porres nació en Lima, de padre español y madre mulata, en el año 1579, y cuando alcanzó la juventud, ingresó en la Orden de los Dominicos. Llevó una vida de mortificación, de humildad, de gran devoción a la eucaristía, y murió a los 60 años, en 1639.

Fue canonizado por el ahora beato, Papa Juan XXIII, el 6 de mayo de 1962, cuando estaba de arzobispo de Lima el recordado y querido cardenal Juan Landázuri. Para nosotros, tener el ejemplo de San Martín de Porres en esta ciudad, es un motivo para meditar sobre todo lo que nos puede enseñar con su vida.

En primer lugar debemos recordar que fue un hombre humilde, sencillo, sin gran poder y sin gran cultura; por eso, el evangelio de hoy dice que el Señor ha querido revelar sus grandes misterios a gente sencilla, pero no olvidemos lo difícil que es ser humilde, porque la humildad es abrir la puerta a la verdad de tu vida.

Lo primero que te pide la humildad es: conócete cómo eres, reconoce tus limitaciones, tus virtudes, abre las puertas a esa humildad para que seamos sencillos. También te recomienda la humildad: deja que los demás te ayuden, todos lo necesitamos en algún momento, y piensa: ¿me dejo ayudar?, ¿se ayudar a los demás?, ¿dejo que Cristo sea el gran amigo, y me dejo ayudar por él?. Si haces un repaso de tu vida entonces, no te asustes, piensa que la humildad te llevará a aceptar la ayuda de Dios para cambiar.

Por eso, un rasgo tan importante de la vida de San Martín de Porres es su humildad, su sencillez, y la Iglesia nos ofrece a todos el poder ser como él. Por eso, ora así al Señor: ayúdame a tener esa sencillez, a no buscar el poder, el dinero, la autoridad, el llamar la atención. Mira más bien a aquel hombre sencillo, el santo de la escoba, San Martín; en su época no lo conocería casi nadie, pero ahora, conforme pasan los años, cada vez más reconocemos la grandeza del hombre que nos enseña el camino, el camino ordinario.

Aprende a hacer grande lo pequeño. Recuerden a ese hombre de Dios que tenía gran amor por la eucaristía y acompañaba a Cristo en el sagrario, recibía el cuerpo divino en su alma en gracia, y lo visitaba siempre. Recordémoslo para que también veamos que la Iglesia nos invita a ese camino de amor a la eucaristía, para recibir a Cristo en la hostia.

Ese amor por la eucaristía nos lleva a ser optimistas, alegres. ¿De donde sacamos ese optimismo?, pues de la amistad con Dios. Por eso, cuando estés triste, o cuando tengas ira, pregúntate así: ¿qué hay en común entre yo y tu, Señor?; y pregúntale entonces ¿qué ha interferido en nuestra relación?. Y entonces descubrirás la causa de una tristeza que está debilitando tu amistad con Cristo.

Pero la gran enseñanza de este hombre santo, San Martín de Porres, es el amor al prójimo. Nos dice el Papa Juan XXIII, en la homilía del día que lo hizo santo: «Martín nos demuestra con el ejemplo de su vida, que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino que nos enseñó Cristo: amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente. Y en segundo lugar, amar a nuestro prójimo como nosotros mismos».

Luego, el Papa Juan XXIII nos dice: «Martín, obedeciendo ese mandato de Dios, ayudaba con su amor a sus hermanos, a esos hombres pobres, disculpaba los errores de los demás, y perdonaba las más graves injurias y ofensas; y cuando era posible, ayudaba a los agricultores, ayudaba a los negros y mulatos que por aquel tiempo eran tratados como esclavos. Por eso en el pueblo se le conocía como «Martín de la caridad».

Hermanos, recordemos que el amor no se fabrica, y que dos personas se quieren sólo si hay algo que los une en sus vidas. Yo no puedo fabricar amor, porque ese amor viene de Dios, entra en mi alma y me dice: «ayuda a aquel hombre, a aquella mujer, aquel niño que está enfermo, discapacitado; ayuda al que está un poco solo, o acompaña a aquel enfermo que te espera».

¿Quién te hace ese mandato moral?, pues Dios. No es algo que tú puedas fabricar, y por ejemplo, cuando no hay amor en el matrimonio no debe imponerse ese sentimiento a la otra persona. Por eso en la epístola hemos escuchado esas palabras de San Pablo hablando del amor, y recordando que el verdadero amor siempre es paciente, no se irrita y no tiene envidia.

Por eso, cuando se quiere formar un matrimonio y un hogar, no se puede imponer el amor. O hay o no hay amor, surgido del fruto del entendimiento, del cariño, del sacrificio, del conocimiento mutuo. Recién luego puede surgir el amor conyugal, para toda la vida.

El amor no está en los libros, el amor no se fuerza, con el amor no se juega. Dice San Pablo que «el amor no presume, no se engríe, no es maleducado y egoísta, no se irrita. No se alegra en la injusticia, goza con la Verdad, el amor no pasa nunca». Hermanos, ¿saben qué amor es este que tenía San Martín de Porres?: pues un amor que viene de Dios, que pasa a través de nosotros y nos da esa fuerza, esa paciencia, esa alegría.

Ese es el amor cristiano. Y cuando queremos hacer del amor cristiano un hogar, tiene que haber un amor conyugal, un amor entre ese hombre y esa mujer para siempre. Y no lo puedo fabricar, no lo puedo imponer, está hecho de pequeños sacrificios, y si no es así te dirás: «esta mujer no es para mí», o «este hombre no es para mí».

No juguemos con el amor, y recordemos que cuando uno da su palabra y se casa, es para toda la vida; y Dios siempre estará allí para ayudarte y para que formes una familia.

San Martín nos enseña, a amar, a ser humildes, generosos, a cuidar a los niños y a los pobres. Porque San Martín se encargaba de la limpieza, se encargaba de atender en el convento, y era un hombre humilde, sencillo, pero dentro tenía una grandeza: amaba a Dios.

Señor, danos ese amor para volcarlo en los demás. Ayudemos a tanta gente pobre y humilde con esa honradez, no con palabras sino con obras. Sepamos hacer la caridad con aquel enfermo, con aquel niño, con aquel anciano, no como un gesto de grandeza, no, sino sabiendo que me hace mucho bien ayudar al prójimo.

Y es que al ayudar al prójimo, la primera ayuda es para mí, y eso me alegra, me entusiasma. La Virgen María nos enseñará en el Rosario a amar al prójimo, y San Martín nos abrirá las puertas a la humildad.

San Martín de Porres, concédenos la humildad, porque por allí conseguiremos la alegría, el optimismo en nuestras vidas. Y por allí conseguiremos el amor a Dios y al prójimo.

Así sea.

Cardenal Juan Luis Cipriani, en su homilía celebrada el Domingo, 3 de noviembre de 2002.

deprecaciones

Martín, en alguna ocasión todos necesitamos de ti; protégenos.

Deprecaciones a San Martín de Porres

Glorioso San Martín de Porres, que todo lo sufriste con alegría por amor a Dios. Ruega por nosotros.

Glorioso San Martín de Porres, por los trabajos, penalidades y desprecios que sufriste. Ruega por nosotros.

Glorioso San Martín de Porres, servidor de Cristo en la persona de los enfermos. Ruega por nosotros.

Piadoso San Martín de Porres, enamorado y confidente de Jesús en el Sagrario. Ruega por nosotros.

Glorioso San Martín de Porres, bienhechor complaciente con las oraciones de tus devotos. Ruega por nosotros. Padre Nuestro. Ave y Gloria.

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