Dedicada a la Santísima Virgen de los Dolores

Al Pie de la Cruz.
(Dedicada a la Santísima Virgen de los Dolores)

I

Venid en derredor, cercadme todos,
Mirad al Hijo tierno mármol frío,
Y entre los varios modos
Con que el pecho combate al albedrío.
Decid, ¿dónde hay un dolor igual al mío?

Su sangre es leche mía, sus entrañas
Entrañas mías son ¿quien tal dijera?
¡Ay! ¿cómo al alma extraña
Podrían ser las penas que sufriera
Aquel por cuya vida miles diera?

Torno los ojos sin su luz perdidos
Que mi sol se anubló ¡tristes amores!
Si al cielo fueron idos.
Coronada de espinas, flor de flores,
Virgen y madre soy, más de dolores.

De aquí no apartaré la planta esquiva
Hasta quererlo y ordenarlo el Padre,
Sea yo mientras viva
La efigie del dolor para que cuadre:
“No hay un amor igual al de una madre”.

Dijo María, y con pesar profundo
Muda, a sus pies lloró la humanidad:
¡Oh! ¡cuán cara ha costado siempre al mundo
La inestimable luz de la verdad!

Amargura del mar, mar de amarguras
Dice a todos tu santo y dulce nombre;
Más por eso entre tantas criaturas
Mereciste ser madre del Dios-hombre.

Lágrimas mil mas puras que el rocío
Tu herido corazón tierno manó;
Más, ¡cuántas almas del averno impío
Cada gota de aquellas rescató!

Si una madre no acepta ya consuelo
Cuando vela el sepulcro de su amor,
Temple al menos tu pena en este suelo
Ver los hijos que engendra tu dolor.

Veelos unidos…. tu piedad imploran
Porque amaron también, y en este día
Recuerdos de su amor perdidos lloran
Juntando su dolor al de María.

Helos todos aquí que al Hijo amado
Con inefable afán ruegan y admiran;
Más al tocar tu pecho desgarrado,
¡Ya no pueden orar…. solo suspiran!

II

“Amad y perdonad”: Jesús lo dijo
Y de amor y perdón nos dio el modelo
Cuando en sufrir prolijo
Tras descender cual hostia desde el cielo,
Por nuestro amor no más murió en el suelo.

Pues no saben lo que hacen, exclamaba,
Padre mió, perdónalos te pido:
¡Ah! con ello enseñaba
Que el Justo de ignorantes ofendido,
La injuria debe dar siempre al olvido.

Se estremece la tierra adolorida
Mientras el árbol de paz firme se ostenta
Cual roca combatida:
Así vence la Iglesia a la tormenta
Que a los pueblos sacude y amedrenta.

Turbado el sol en convulsión tan fuerte
Viste por luto fúnebre capuz;
Más, ¡cuál es nuestra suerte!
Pío temáis si del sol muere la luz,
Que otra eterna ha nacido de la cruz.

Si aurora sin ocaso blanda hiere
Los ojos en el vicio adormecidos,
Un día el que creyere,
Con los ojos del alma enaltecidos
Verá al sol de justicia entre escogidos.

Y las nieblas del mal que al orbe entero
Amagaron cubrir, temerá en vano
Cuando al fulgor primero
Que su imagen tomó del Soberano,
Torne el destino del linaje humano.

Si el hierro al sauce hiere, aun más pomposo
Extiende a su placer tallos y sombra;
Tal el mártir glorioso
Con sentir en su cuerpo mal que asombra
Extiende más y más la fe que nombra.

Árbol a cuyo pie, si herido, fuerte,
Reúnes hoy la humanidad perdida
En busca de su suerte;
La palabra de Dios está cumplida,
Un árbol dio la muerte, otro da vida.

Mas, ¡ay! que entre tus vástagos lozanos
Tinta en llanto de sangre tan preciosa,
Por nuestra culpa, hermanos,
Está de Jericó la blanca rosa,
Triste como el dolor, cual él hermosa.

¡Ah! Madre virgen, si entre mil dolores
Ves cual hombre morir al Dios que admiran.
Perdonen tus amores
A estos hijos que al verte cual le miran.
Como amaron también, también suspiran.

                                 C. Pascual y Genís

Imagen ilustrativa: «A tus plantas», pintura a acuarela y tinta china del artista Domingo J. Cabrera.

Elogio de la Cruz

La Cruz es el mejor imán que atrae las bendiciones del cielo… (Foto: José J. Santana)

La Cruz es el Ara sacratísima sobre la que fue inmolada la Víctima y el Sacerdote… La Cruz es el Palo sangriento, la Serpiente de bronce a cuya sola vista nos sentimos curados los que somos mordidos por las víboras de los siete pecados capitales; por los dientes venenosos de las tres concupiscencias que nos traen continuamente a mal traer… Sin la Cruz salvadora, ¿qué sería de nosotros, míseros y eternos menores de edad, ante la nefanda trinidad que enseñorea el mundo, porque todo en él es poco menos que carne, demonio y muerte en amalgama constante y abrasadora?

La Cruz es, empero, la mejor arma que repele, ahuyenta y vence, al fin, a Satanás con toda su traílla de precitos que no saben amar: la Cruz es el mejor imán que atrae las bendiciones del cielo… Por esto todas las bendiciones de la Iglesia dance en forma de Cruz, desde la Bendición Papal hasta la que da a su hijo la más humilde de las madres…

La Cruz es la más excelente gloria del amor de Cristo, porque es confortador recuerdo y constante y dulcísimo memorial de la infinita caridad que a todas nos tuvo y tiene, porque así nos amó, que quiso morir por nosotros en ella clavado, como el ludibrio de la plebe, entre los desamparos de Dios, y las iras y abominaciones de los hombres… ¡Ah!, ¡balanza finísima, sensibilísima la suya!, fue su Diestra platillo donde colocó toda su Sangre—¡bastaba una gotilla!—, y al punto bajó el siniestro platillo donde todas nuestras ruindades… y, al levantar la diestra, dio con la puerta del cielo que quedó abierta, patente, invitadora… Statera jacta corporis! Todo nos lo es la Cruz, porque allí tenemos los ejemplos más encumbrados de todas las virtudes: sobresalen allí por manera tal la humildad, la paciencia, la caridad heroica, la mansedumbre, la obediencia y la suma constancia de ánimo no solamente en sufrir dolores por la justicia, sino también en padecer muerte y muerte afrentosa… que con toda verdad puede decirse que en sólo el día de su Pasión expresó en Sí mismo nuestro Salvador todas las reglas del buen vivir que nos había dado de palabra durante el tiempo de su predicación…

Por eso, al colgar de la espetera mi pluma al final de este Año Santo, Décimonono Aniversario de nuestra Redención, cúmpleme escribir y gózome en clamar con voz prepotente: «¡Señor mío Jesucristo, Rey inmortal de las siglos!, confieso y proclamo que nací en los brazos de tu Cruz… que he vivido y quiero seguir viviendo asido a tu Cruz como la débil hiedra al robusto olmo que la protege: que quiero luchar y sufrir amarrado a tu Cruz… y, si en los embates de la vida, me es fuerza caer, quiero caer cosido con tu Cruz; porque así no he de recibir daño alguno: que quiero morir, acabar mi peregrinación prolija (que ya me cansa este destejer cotidiano y fastidioso… cupio dissolvi!….); que quiero cerrar mis ojos, digo, fijándolos en tu Cruz, asido a tu Cruz, para resucitar, al fin de los tiempos, todavía clavado con tu Cruz que habré sostenido en el seno de la tierra con mis brazos descarnados… Quiero resucitar con tu Cruz abrazado, porque tu Cruz es el Código por el que serán juzgadas todas las Generaciones en aquel tremendo Día… y allí, tu Justicia Eterna resplandecerá, eso es, me hará justicia, aquella justicia que he buscado casi siempre inútilmente en los jueces humanos… porque tu Código no puede mentir y no miente… porque es él solo infalible, inapelable, insobornable… Por eso hoy para mañana, ganando, prudente y avisado, tiempo al tiempo, dígote, Señor, Dios misericordioso, dulce Jesús bendito: Inter oves locum praesta…. ¡Siéntame, Señor, aquel día entre tus ovejas, a tu diestra, a mí que he llevado y defendido tu Cruz!».

Fray Francisco Iglesias, O.F.M.
(La Hormiga de Oro, abril de 1934)

* * *

Una Cruz sencilla

Nada se ha inventado sobre la tierra
más grande que la cruz.
Hecha está la cruz a la medida de Dios,
de nuestro Dios.
Y hecha está también a la medida del hombre…
Hazme una cruz sencilla, carpintero…,
sin añadidos ni ornamentos,
que se vean desnudos los maderos,
desnudos y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un sólo adorno que distraiga este gesto,
este equilibrio humano de los mandamientos.
Sencilla, sencilla…
hazme una cruz sencilla, carpintero.
Aquí cabe crucificado nuestro Dios,
nuestro Dios próximo,
nuestro pequeño Dios,
el Señor,
el Enviado Divino,
el Puente Luminoso,
el Dios hecho hombre o el hombre hecho Dios,
el que pone en comunicación
nuestro pequeño recinto planetario solar
con el universo de la luz absoluta.
Aquí cabe… crucificado… en esta cruz…
Y nuestra pobre y humana arquitectura de barro…
cabe… ¡crucificada también!

                                        León Felipe

Cristo de La Laguna

Cristo de La Laguna

Ahilado en tu negra cruz, entre pálidas pirámides de cirios, donde tus carnes enjutas se derriten en marfil a fuerza de espiritualidad y sufrimiento.

…Así te vi en tu recóndita capilla de la ciudad ascética, —solemne en capas pluviales y nieblas de incienso—, cierta tarde en que mi alma tenía ansias de tus consuelos y mi conciencia era como un grito
de angustia en medio de los afanes trepidantes del mundo.

¡Cristo de La Laguna!, visión del Greco materializada de repente en el milagro de tu faz sangrante, de tu corona de espinas, de tu melena de sombras, que es luz en la penumbra, espejismo en la distancia y realidad eterna cuando unas manos piadosas nos cierren para siempre los ojos.

Permíteme ¡oh, Maestro!, que yo, pecador y escéptico, repita en estos instantes, en que la barbarie humana quiere otra vez crucificarte, las divinas palabras del poeta:

«Sea mi corazón
brasa de tu incensario».

J. Pérez Abreu

Imagen: «Santo Cristo de La Laguna», óleo por José Antonio Contreras.

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Enlace de interés: Santo Cristo de La Laguna

El Dulce Nombre de María

El Dulce Nombre de María

Hay un nombre en el mundo que enamora
a aquel que le pronuncia con fe pía:
este nombre es el nombre de María
con que Dios adornó a la gran Señora.

Por esto cuando brilla ya la aurora
derramando la luz y la alegría,
se hunde en el pasado un nuevo día
huyendo sin cesar hora tras hora…

La mar que en leves ondas se dilata,
el ave que en el bosque se guarece,
de la luna la tibia luz de plata,

El sol que entre las nubes resplandece,
y aun el hombre, que acaso desconfía,
murmuran con amor: ¡Virgen María!

                     José Rogerio Sánchez

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El Santo y Dulce Nombre de María

A la Virgen de la Piedad

Madre, que sabes lo que significa estrechar entre los brazos el cuerpo muerto del Hijo.

Gozos en honor a Nuestra Señora de la Piedad

Pues tanta es vuestra bondad
que a nadie habéis desoído:
Consolad al afligido,
tierna Madre de Piedad.

Cuando el Señor os crio
hermosa e inmaculada
para ser su Madre amada,
ya de piedad os dotó;
toda piadosa os formó
en pro de la humanidad.

Vuestra piedad hacia Dios
es la mayor que ha existido,
pues ser creado no ha habido
que le amase como Vos,
ni que mostrase por nos
más ardiente caridad.

Al Niño Dios concebisteis
para nuestro Salvador,
al que en Belén con amor
por nosotros a luz disteis,
y en el templo lo ofrecisteis
hostia por nuestra maldad.

Sumamente piadosa
en el Calvario os mostrasteis,
cuando a Jesús contemplasteis
clavad o en Cruz afrentosa;
lo sufristeis generosa
para nuestra libertad.

Por hijos a Vos nos dio
el Redentor moribundo,
y con dolor muy profundo
vuestra piedad nos parió
en espíritu, y cumplió
de Jesús la voluntad.

En los brazos recibisteis
ya muerto al Hijo querido,
y habiéndonos a Él unido,
al Padre nos ofrecisteis,
“Son los hijos que me disteis”,
diciendo a Su Majestad.

Desde entonces, Madre amada,
piadosa al hombre miráis
por hijo, y no le olvidáis,
aunque Reina coronada
del cielo, y sois su abogada
delante la Trinidad.

Aunque pobres pecadores
somos todos hijos vuestros;
no miréis los yerros nuestros,
causa de vuestros dolores:
de tantas culpas y errores
el perdón nos alcanzad.

Siempre que con devoción
el fiel a Vos ha acudido
pronto el efecto ha sentido
de vuestra protección;
por Vos toda tentación
cede y toda enfermedad.

En el trance de la muerte
amparadnos piadosa;
ya que sois tan poderosa,
alcanzadnos del Dios fuerte
logremos la feliz suerte
de gloriosa eternidad.

Ya que a vuestra gran bondad
en vano nadie ha acudido:
Consolad al afligido,
tierna Madre de Piedad.

V. Per tuam pietatem, Virgo María

R. Intercede pro nobis ad Dominum.

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Oración a la Virgen de la Piedad

Madre, que sabes lo que significa estrechar
entre los brazos el cuerpo muerto del Hijo,
de Aquel a quien has dado la vida,
ahorra a todas las madres de esta tierra
la muerte de sus hijos,
los tormentos, la esclavitud,
la destrucción de la guerra,
las persecuciones,
los campos de concentración, las cárceles.
Mantén en ellas el gozo del nacimiento,
del sustento, del desarrollo del hombre y de su vida.
En nombre de esta vida,
en nombre del nacimiento del Señor,
implora con nosotros la paz y la justicia en el mundo.

Madre de la Paz,
en toda la belleza y majestad de tu Maternidad
que la Iglesia exalta y el mundo admira,
te pedimos:
Permanece con nosotros en todo momento.
Haz que este nuevo año sea año de paz
en virtud del nacimiento y la muerte de tu Hijo.

Amén.

            Homilía del Santo Padre Juan Pablo II. Basílica de San Pedro, Vaticano, 1-1-1979

Imagen ilustrativa: Cuadro de Nuestra Señora de la Piedad (Ermita de la Piedad, La Orotava).