Elogio de la Cruz

La Cruz es el mejor imán que atrae las bendiciones del cielo… (Foto: José J. Santana)

La Cruz es el Ara sacratísima sobre la que fue inmolada la Víctima y el Sacerdote… La Cruz es el Palo sangriento, la Serpiente de bronce a cuya sola vista nos sentimos curados los que somos mordidos por las víboras de los siete pecados capitales; por los dientes venenosos de las tres concupiscencias que nos traen continuamente a mal traer… Sin la Cruz salvadora, ¿qué sería de nosotros, míseros y eternos menores de edad, ante la nefanda trinidad que enseñorea el mundo, porque todo en él es poco menos que carne, demonio y muerte en amalgama constante y abrasadora?

La Cruz es, empero, la mejor arma que repele, ahuyenta y vence, al fin, a Satanás con toda su traílla de precitos que no saben amar: la Cruz es el mejor imán que atrae las bendiciones del cielo… Por esto todas las bendiciones de la Iglesia dance en forma de Cruz, desde la Bendición Papal hasta la que da a su hijo la más humilde de las madres…

La Cruz es la más excelente gloria del amor de Cristo, porque es confortador recuerdo y constante y dulcísimo memorial de la infinita caridad que a todas nos tuvo y tiene, porque así nos amó, que quiso morir por nosotros en ella clavado, como el ludibrio de la plebe, entre los desamparos de Dios, y las iras y abominaciones de los hombres… ¡Ah!, ¡balanza finísima, sensibilísima la suya!, fue su Diestra platillo donde colocó toda su Sangre—¡bastaba una gotilla!—, y al punto bajó el siniestro platillo donde todas nuestras ruindades… y, al levantar la diestra, dio con la puerta del cielo que quedó abierta, patente, invitadora… Statera jacta corporis! Todo nos lo es la Cruz, porque allí tenemos los ejemplos más encumbrados de todas las virtudes: sobresalen allí por manera tal la humildad, la paciencia, la caridad heroica, la mansedumbre, la obediencia y la suma constancia de ánimo no solamente en sufrir dolores por la justicia, sino también en padecer muerte y muerte afrentosa… que con toda verdad puede decirse que en sólo el día de su Pasión expresó en Sí mismo nuestro Salvador todas las reglas del buen vivir que nos había dado de palabra durante el tiempo de su predicación…

Por eso, al colgar de la espetera mi pluma al final de este Año Santo, Décimonono Aniversario de nuestra Redención, cúmpleme escribir y gózome en clamar con voz prepotente: «¡Señor mío Jesucristo, Rey inmortal de las siglos!, confieso y proclamo que nací en los brazos de tu Cruz… que he vivido y quiero seguir viviendo asido a tu Cruz como la débil hiedra al robusto olmo que la protege: que quiero luchar y sufrir amarrado a tu Cruz… y, si en los embates de la vida, me es fuerza caer, quiero caer cosido con tu Cruz; porque así no he de recibir daño alguno: que quiero morir, acabar mi peregrinación prolija (que ya me cansa este destejer cotidiano y fastidioso… cupio dissolvi!….); que quiero cerrar mis ojos, digo, fijándolos en tu Cruz, asido a tu Cruz, para resucitar, al fin de los tiempos, todavía clavado con tu Cruz que habré sostenido en el seno de la tierra con mis brazos descarnados… Quiero resucitar con tu Cruz abrazado, porque tu Cruz es el Código por el que serán juzgadas todas las Generaciones en aquel tremendo Día… y allí, tu Justicia Eterna resplandecerá, eso es, me hará justicia, aquella justicia que he buscado casi siempre inútilmente en los jueces humanos… porque tu Código no puede mentir y no miente… porque es él solo infalible, inapelable, insobornable… Por eso hoy para mañana, ganando, prudente y avisado, tiempo al tiempo, dígote, Señor, Dios misericordioso, dulce Jesús bendito: Inter oves locum praesta…. ¡Siéntame, Señor, aquel día entre tus ovejas, a tu diestra, a mí que he llevado y defendido tu Cruz!».

Fray Francisco Iglesias, O.F.M.
(La Hormiga de Oro, abril de 1934)

* * *

Una Cruz sencilla

Nada se ha inventado sobre la tierra
más grande que la cruz.
Hecha está la cruz a la medida de Dios,
de nuestro Dios.
Y hecha está también a la medida del hombre…
Hazme una cruz sencilla, carpintero…,
sin añadidos ni ornamentos,
que se vean desnudos los maderos,
desnudos y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un sólo adorno que distraiga este gesto,
este equilibrio humano de los mandamientos.
Sencilla, sencilla…
hazme una cruz sencilla, carpintero.
Aquí cabe crucificado nuestro Dios,
nuestro Dios próximo,
nuestro pequeño Dios,
el Señor,
el Enviado Divino,
el Puente Luminoso,
el Dios hecho hombre o el hombre hecho Dios,
el que pone en comunicación
nuestro pequeño recinto planetario solar
con el universo de la luz absoluta.
Aquí cabe… crucificado… en esta cruz…
Y nuestra pobre y humana arquitectura de barro…
cabe… ¡crucificada también!

                                        León Felipe

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