María Goretti, la santa de la pureza y el perdón

SMaria Goretti

María Goretti, virgen y mártir italiana, nace en un pequeño pueblo italiano llamado Corinaldo, el 16 de octubre de 1890. Su familia, humildes campesinos, buscando una mejor vida, se asocia a otra –como colonos- para hacer más llevaderas las faenas en las tierras de un rico noble, el Conde Mazzolini. Tras la muerte de su padre por la malaria, su madre se ocupa del trabajo del campo mientras María se encarga de las tareas del hogar y del cuidado de sus hermanos menores. Además de sus obligaciones cotidianas acude a clases de catecismo, destacando por su alegría y piedad. En esto, un joven vecino llamado Alejandro, se le insinúa con tratos deshonestos que ella rechaza en varias ocasiones. Un día, el muchacho enfurecido por las negativas de la joven y sintiéndose despechado, la hiere mortalmente. Trasladada al hospital, fallece al día siguiente. “Que Dios le perdone, como yo lo perdono”, fueron las últimas palabras de María, que prefirió la muerte antes que pecar. El asesino confiesa y es condenado a prisión, donde expiará su crimen en varias cárceles italianas. Con el tiempo se arrepiente plenamente de su vida pasada ante el recuerdo de la bondad de María. A partir de entonces, busca la conversión y su conducta es ejemplar. Al salir de la cárcel años después, pidió un sincero perdón a la madre de la joven e ingresó como lego en un convento de los capuchinos. Junto a la familia de su víctima, asistió, en el Vaticano, a la canonización de María Goretti (24 de junio de 1950, por Pío XII). Es considerada, junto a Santa Inés, patrona de los adolescentes, y también consuelo de aquellos que han sufrido violencia sexual.

* María Goretti

Fue en las primeras horas de la tarde del 5 de julio del 1902. Alejandro Serenelli había premeditado seriamente su crimen. Se había procurado una especie de puñal de 24 centímetros, muy afilado. Si María se obstinaba en su negativa, se vengaría matándola.

La casa estaba desierta. María Goretti cosía y tenía al lado a su hermana Teresita, de dos años años, dormida sobre una manta.

Alejandro sube las escaleras; deja a mano el hierro, sobre un arcón de la cocina. Luego abre la puerta y llama.

– María, ven adentro.

– ¿Para qué? ¿Qué quieres?

– Tú ven dentro.

– Dime primero lo que quieres; si no, no voy.

El joven sale, coge brutalmente a la niña, la arrastra al interior de la casa y cierra la puerta.

Ella, con energía, repite:

– No, no, no. Dios no quiere. ¿Qué haces? Tú vas al infierno.

Alejandro la amordaza con un pañuelo, pero María no cede y él no puede conseguir nada.

Al cabo de unos minutos, ciego de rabia, toma el puñal y empieza a descargar golpes sobre la niña. El vientre queda desgarrado por espantosas heridas, que dejan al aire los intestinos.

María Goretti sigue firme en su heroico «no», y más que evitar las puñaladas, se preocupa de cubrir su cuerpo con los girones del vestido desgarrado.

– Dios…Me muero, ¡Madre!…- dice en tierra, cubierta de sangre.

Alejandro la deja y se retira a su habitación; todavía tiene fuerza la pobre niña, para arrastrarse hasta la puerta, abrirla y decir al padre de Alejandro:

– Juan, ven arriba, que Alejandro me ha matado.

La sencilla muchacha se encontró sola, frente al enemigo, sin defensa terrena. María se jugaba en tal trance la muerte o la pureza de su alma y de su cuerpo. Sola ante Alejandro, la niña acudió a su Madre del cielo. Era para ella natural buscar tal amparo. Nos lo dice su misma madre: «Desde niña se había acostumbrado a acudir con todos sus pequeños problemas a la Virgen Santísima…»

Mas en esta ocasión, en la que necesitaba una fuerza heroica, una gracia de mártir, intensificó su petición en demanda de auxilio a la Virgen sin mancha, y echó mano de su arma…, pues desde el día en que Alejandro le habló, «tenía siempre el rosario en la mano y no lo dejaba más que cuando tenía que trabajar». Es confesión del mismo Serenelli, el asesino arrepentido, que, en cuanto le era posible, no la perdía de vista.

Goretti buscaba un refugio en donde defenderse y espontáneamente acudió al rosario…¡Precisamente al rosario! Sí, era el impulso del hábito quien le conducía a ello. Goretti era un alma del rosario. El rosario era para ella algo connatural; era como el suspiro, el habla de una hija cuando se dirige a su Madre. Su misma madre lo testificó: «El Rosario llegó a convertirse en una especie de necesidad para ella»; y al rosario rezado cada día en la familia, añadía otra parte para satisfacer su devoción.

El rosario, en cuyos misterios había meditado tantas veces la pureza de la Virgen Inmaculada, fue quien le proporcionó la gracia de la heroicidad. Rosario que ni en el sepulcro ha abandonado, ya que lo tiene asido a su mano derecha, como el arma con la que consiguió la victoria.

En el delirio, poco antes de su muerte, creyéndose todavía en el suelo donde fu herida, dice:

– LLevadme a la cama, porque quiero estar más cerca de Nuestra Señora.

Recibe la medalla de Hija de María, la besa sonriente y muere con los ojos fijos en un cuadro de la Virgen, mientras repite varias veces con plena lucidez:

– Nuestra Señora me espera, Nuestra Señora me espera.

* José María Díez Alegría, «Santa María Goretti». Madrid, Apostolado de la Prensa, 3ª ed., 1953.- Revista Cruzada del Rosario, noviembre (1951).

Juan Pablo II rezando a María Goretti

Los restos de la santa reposan en la capilla que se le ha dedicado en el Santuario de Nuestra Señora de las Gracias y de Santa María Goretti, de los Padres Pasionistas, en la localidad italiana de Nettuno.

Marietta, como era llamada familiarmente, recuerda a la juventud del tercer milenio que la auténtica felicidad exige valentía y espíritu de sacrificio, rechazo de todo compromiso con el mal y disponibilidad para pagar con el propio sacrificio, incluso con la muerte, la fidelidad a Dios y a sus mandamientos.

Hoy se exalta con frecuencia el placer, el egoísmo, o incluso la inmoralidad, en nombre de falsos ideales de libertad y felicidad. Es necesario reafirmar con claridad que la pureza del corazón y del cuerpo debe ser defendida, pues la castidad «custodia» el amor auténtico.

Que santa María Goretti ayude a los jóvenes a experimentar la belleza y la alegría de la bienaventuranza evangélica: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».

La pureza de corazón, como toda virtud, exige un entrenamiento diario de la voluntad y una disciplina constante interior. Exige, ante todo, el asiduo recurso a Dios en la oración.

 S.S Papa Juan Pablo II, 6 de julio de 2003

María Goretti

Oración

Señor, fuente de la inocencia y amante de la castidad, que concediste a tu sierva María Goretti la gracia del martirio en plena adolescencia, concédenos a nosotros, por su intercesión, firmeza para cumplir tus mandamientos, ya que le diste a ella la corona del premio por su fortaleza en el martirio. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

* * *

Santa María Goretti, por Casimiro Sánchez Aliseda