A María Santísima

A MARÍA SANTÍSIMA

Yo te saludo al comenzar el día,
Madre excelsa de Dios y Madre mía,
Cifrando desde el alba mi ventura
En invocar ¡oh Virgen! con fe pura
El dulcísimo nombre de María.

Yo te saludo cuando el sol hermoso
Brilla en el medio día esplendoroso;
Y al ver en ti mi amparo más seguro,
Repito sin cesar tu nombre puro
Más que la miel dulcísimo y sabroso.

Yo te saludo cuando en luces bellas
Sucede al sol el escuadrón de estrellas,
Cifrando siempre mi placer y encanto
En invocar el nombre sacrosanto,
De la que brilla coronada de ellas.

¡Ea, pues Virgen pura y Madre amada!
Tú que del sol vestida y adornada
A tu planta inmortal tienes la luna,
Y libre de mudanzas de fortuna
Junto al trono de Dios estas sentada!

Haz que mi labio que con fe tan pía
En repetir tu nombre se gloría,
Así prosiga en venturosa suerte;
Y cuando llegue el trance de la muerte,
Sea invocando el nombre de MARÍA.

              Miguel Agustín Príncipe

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El Santo y Dulce Nombre de María

La Piedad

La Piedad

Vierte sus gotas de rocío la noche
sobre el botón de la temprana rosa,
que al entreabrir su purpurino broche,
en diamantes purísimos reboza.

Tú eres la flor; tu noche es el que canta;
sus lágrimas las gotas del rocío;
tu alma, regazo de ternura santa
que acaricia piadosa el canto mío.

                  Néstor Galindo

Foto: ferchu1965, en Cathopic.

Natividad de María

En Nazaret de Judea vivían dos santos esposos, entrados en años, llamados Joaquín y Ana. Rogaban ambos al Señor que les concediesen sucesión, y Dios escuchó sus súplicas, haciendo que, contra la posibilidad de la naturaleza, una madre anciana concibiese y pariese a la criatura humana más perfecta: nació una niña, a la que llamaron, por disposición del cielo, María; que fue después la Madre de Dios, quedando siempre Virgen santísima Nuestra Señora. Al nacer a este mundo la Virgen María, apareció ya santa y adelantada en perfecciones, pues ya desde su Concepción Inmaculada, o sea desde nueve meses antes de nacer, estaba adornada de méritos con entendimiento y voluntad y gran correspondencia a la gracia.

Es hoy la fiesta por antonomasia de Gran Canaria, nuestra tierra. Todas las rutas se abren —con alborozo— en este día hacia la villa mariana de Teror. Es un tributo de amor y de sentimientos admirativos hacia la madre celestial de los grancanarios, que eso es la Virgen del Pino. Todos los corazones tienen en la Patrona su cita amorosa, porque en este día se la honra bajo el título litúrgico de su Natividad.

Natividad de María

I
Virgen del Pino Amorosa,
Hoy en tu honor celebramos
La fiesta de los Canarios,
Es la mayor del año.

II
En desfiles y Promesas
Vamos todos a Teror,
A contemplar tu Hermosura
Y a pedirte con amor.

III
Toda hermosa eres María,
Desde tu Sitial Luciente
Los ángeles te cortejan
Al verte tan sonriente.

IV
Todos te aclaman Patrona,
Desde tu bello Vergel
De tu santuario: Preciosa,
Diamante de oropel.

V
Desde el Pino donde moras
Te has erigido en Patrona
De la Gran Canaria entera,
Que satura hasta la Aurora.

VI
Las flores cubren tu Trono,
Que se torna en Celestial
En tornasol de Colores
Y volutas de Cristal.

VII
En plenitud de Alborada
Se nos presenta Teror,
Todo imbuido de flores
Con singular esplendor.

VIII
Por doquier su Fértil Valle
Con sus huertos y sus frutos,
Con sus Pomas escarlatas
Entre el Nogal y el Arbusto.

IX
Tus Barrancos y Laderas,
Con su Fuente de «Agua Agría»
Enhornado está de Verde
Hasta las mismas montañas.

X
Ante la Madre del Pino
Nos postramos con fervor,
Para rezarte y cantarte,
Y decirte: Te queremos con
Singular dilección.

XI
La más buena de las Madres
Es la Madre de Jesús,
La Virgencita del Pino
Es la Madre de los cielos
Y nuestra Madre en Jesús.

XII
Yo quisiera estar contigo
En amanecer Triunfante,
Rodeado de querubes
Y serafines Radiantes.

Adiós Madre de los Cielos;
Adiós Madre del amor,
Tu Bendición te pedimos:
Y a Dios hasta el Cielo
«ADIÓS».

     J. Suárez Guerra

Foto: Daniel Ramírez Gil

Ecce Homo, por Miguel de Unamuno (poema)

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¡Tú eres el Hombre-Dios, Hijo del hombre!
La humanidad en doloroso parto
de última muerte que salvó a la vida.
Te dio a luz como Luz de nuestra noche,
que es todo un hombre el Dios de nuestra noche
y hombría es su humanidad divina.
Tú eres el Hombre, la Razón, la Norma,
tu cruz es nuestra vara, la medida
del dolor que sublima, y es la escuadra,
de nuestra derechura: ella endereza
cuando caído al corazón del hombre.
Tú has humanado al universo, Cristo,
¡que por Ti es Obra humana! ¡Vedlo todo!
«¡He aquí el Hombre!» por quien Dios es algo.
«¡No tengo Hombre!», decimos en los trances
de la vida mortal; mas Tú contestas:
«¡Yo soy el Hombre, la Verdad, la Vida!»
Tal es el Hombre, Rey de las naciones
de desterrados, de la Iglesia Santa,
del pueblo sin hogar que va cruzando
el desierto mortal tras de la enseña
y cifra de lo eterno, que es la cruz!…

                 Miguel de Unamuno
(Del libro «El Cristo de Velázquez»)

Imagen: Detalle del Cristo Crucificado (Cristo de Velázquez), óleo sobre lienzo de Diego Velázquez.

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