Poema al fuego

Poema al fuego

Quisiera,
como tú, fuego,
lleno de calor y lumbre,
morir intensamente.

Arder en sueños,
ser llama viva,
no dejar más rastro
que el humo o la ceniza.

Yo no quiero
una vida larga,
estar a oscuras
eternamente.

¡Yo quiero
una vida
como la tuya!,
oh, fuego,
luminosa y breve…

     José Rafael Hernández

* * *

Miércoles de Ceniza: Que los corazones fríos puedan resugir de las cenizas por el fuego de la Caridad

Oración por los enfermos

Bienaventurado Martín de Porres, que dijiste «yo te curo, Dios te sana», te pedimos que acompañes y cuides de los enfermos y que transmitas la señal de la ternura de Dios para aquellos que sufren.

Oración por los enfermos

Nos has bendecido, Señor, con el don de la fe que sana y salva
y, en la que todo encuentra sentido.
Señor, en momentos de duda y desconcierto,
cuando se imponen el dolor y el miedo o domina el sufrimiento:
aumenta nuestra fe, para descubrir tu amor entrañable,
tu misericordia que sana las heridas,
tu voluntad de conducirnos a la plenitud.
Señor, que en cada acontecimiento de la vida, en la salud o en la enfermedad, en la alegría o en el llanto, pasemos haciendo el bien.
Padre bueno, sabemos que Tú quieres lo mejor para nosotros.
Hoy quiero pedirte por… (nombrar a la persona enferma)
y por todos los enfermos.
Que  si es tu voluntad, que puedan sanar.
Y que les ayudes en los momentos difíciles para que no pierdan
ni la esperanza, ni la fe, ni la paciencia.
Dales a ellos y a quienes se encargan de acompañarles y cuidarles,
la fuerza y la confianza que necesiten.
Te lo pedimos hoy por intercesión de San Martín de Porres
que a tantos enfermos cuidó con amor cristiano. Amén.

Imagen de San Martín de Porres en la Iglesia de Nuestra Señora del Pino (Playa de Arinaga, Agüimes). Foto de Daniel Ramírez.

Conozca el secreto para ser humilde

Por su humildad María conquistó el corazón de Dios.

Conozca el secreto para ser humilde

Por Javier Navascués

Fuente: Adelante la Fe (enlace del contenido original y en su totalidad abajo)

Los filósofos clásicos tenían gran aprecio por la virtud, tanto es así que la estudiaron a fondo y llegaron a confeccionar una lista de más de 300 virtudes. Pero lo más curioso de todo es que entre ellas no estaba la humildad. Una virtud escondida a los ojos de los sabios que el cristianismo vendría a descubrir y ensalzar. Así lo leemos y meditamos en el Magnificat, perfecta radiografía del alma de María Santísima. «Él hizo proezas con su brazo: dispersó a los soberbios de corazón, derribó del trono a los poderosos, y enalteció a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos.»

Por su humildad María conquistó el corazón de Dios. La humildad es una virtud clave en la vida cristiana, pues se opone frontalmente a la soberbia, pecado luciferino por antonomasia. Es la base para alcanzar todas las virtudes, tanto las teologales (fe, esperanza y caridad) como las cardinales (justicia, templanza, prudencia y fortaleza). El propio Cristo no dijo que aprendamos de Él a predicar, a hacer milagros etc sino a ser mansos y humildes de corazón.

La palabra humildad proviene del término latino humilitas, de la raíz humus, que significa tierra (que es lo más bajo aparentemente), pero paradójicamente también humus significa fértil. Nada más fértil que un alma humilde, pues deja que Dios obre maravillas en ella. Su etimología griega dimana del término tapeinosis, que significa tapete, alfombra, algo que pisa todo el mundo. ¿Estamos dispuestos a dejarnos pisar (sufrir oprobios y desprecios) por amor a Cristo?

Humildad, divino tesoro. Decía un docto autor espiritual, del que no recuerdo el nombre, que el simple hecho de querer ser humilde es muy buena señal, aunque nos cueste mucho serlo, porque el soberbio ni siquiera se lo plantea. Para amar más esta virtud y tratar de alcanzarla meditaremos en este artículo sobre la excelencia y la belleza de la humildad, en radical contraposición con la fealdad y vacuidad de la soberbia y la vanagloria.

La soberbia se define como el deseo desordenado de la propia excelencia. La virtud opuesta a éste vicio, la humildad, es por tanto es una virtud derivada de la templanza por la que el hombre tiene facilidad para moderar ese apetito desordenado de la propia excelencia, porque recibe luces para entender su pequeñez y su miseria, principalmente con relación a Dios. Santo Tomás afirma en la Summa: “La humildad significa cierto laudable rebajamiento de sí mismo, por convencimiento interior”.

No sólo la Teología ensalza la humildad. También es una virtud muy valorada en la formación humanística. Hay millones de ejemplos, pero citaré uno muy castizo. Miguel de Cervantes afirma en el famoso Coloquio de los perros que: “La humildad es la base y fundamento de todas las virtudes, y que sin ella no hay ninguna virtud que lo sea realmente”

Meditemos en lo que es la humildad y la importancia de esta virtud en aras a la santidad e incluso a la salvación. Sin humildad no haremos nunca la voluntad de Dios, sino la nuestra. La soberbia perdió a Lucifer, que se rebeló radicalmente contra Dios en un acto de desobediencia. La humildad ensalzó a María como Madre de Dios, de donde dimanan todos sus privilegios.

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Escucha, Dios…

Carta encontrada en la cartera de un soldado norteamericano, muerto en combate. En el momento decisivo de su vida creyó en Dios…

Escucha, Dios
Yo nunca hablé contigo
Hoy quiero saludarte ¿cómo estás?
¿Tú sabes? Me decían que no existes
y yo, tonto, creí que era verdad.
Anoche vi tu cielo. Me encontraba
oculto en un hoyo de granada.
¡Quién iba a pensar que para verte
bastaba tenderse uno de espaldas!

No sé si aun querrás darme la mano;
al menos creo que me entiendes.
Es raro que no te haya conocido antes,
sino en un infierno como éste.
Pues bien ya todo te lo he dicho.
Aunque la ofensiva nos aguarda para pronto,
¡oh Dios! no tengo miedo
desde que descubrí que estabas cerca…

¡La señal! Bien, Dios, debo irme.
Olvidaba decirte… que te quiero.
El choque será terrible. Esta noche.
¿Quién sabe? tal vez llame o tu cielo.
Comprendo que no he sido amigo tuyo
pero, ¿me esperarás si hasta Ti llego?
¡Cómo! Mira, Dios estoy llorando…
¡Tarde te descubrí! ¡Cuánto lo siento!
Dispensa debo irme…
¡Qué raro! ¡Sin temor voy a la muerte!

Plegaria-Invocación a Nuestra Señora de Candelaria

“Y como se cumplieron los días de la purificación de María, conforme la Ley de Moisés, trajeron al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor… Y para dar la ofrenda conforme a lo que está dicho en la ley del Señor: un par de tórtolas… Y he aquí había un hombre en Jerusalén, llamado Simeón y este hombre, justo y pío… lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios y dijo:… Luz para ser revelada a los Gentiles…” (San Lucas, 11, 22-32).

Plegaria-Invocación a Nuestra Señora de Candelaria

Virgen de la Candelaria,
Madre de mi Redentor,
Reina de la grey canaria:
¡No nos niegues el calor
de tu celestial amor!

Porque un día, en el templo de Israel
al Niño presentaste ¡Virgen Pura!
a tu alcázar venimos en tropel
en demanda de paz y de ternura.

Luz de Revelación brindaste a los Gentiles
al traerlos a Aquél que ennobleció a la Cruz.
Duchos nosotros hoy en mil ciencias sutiles
precisamos también el fulgor de esa luz…

Morenita Candelaria
cuyo trono es mi Nivaria
quiero quemarme al calor
de tu celestial amor.

Acepta nuestra plegaria:
Ella es tórtola votiva
que en esta tierra canaria
—porque aspira a ser cautiva
de tus manos, oh, Señora—,
con impaciencia aletea…
En su volar hacia arriba,
sepa guiarla en buena hora,
como antorcha, como tea
de esplendente luminaria,
tu candela, Candelaria.

¡Abrásenos el calor
de tu celestial amor!

       Amaro Lefranc

Foto ilustrativa: Nuestra Señora de la Candelaria. Iglesia de Santo Domingo de Guzmán, La Orotava.

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Virgen de Candelaria, bendita Virgen morena