La concordia (poema)

La concordia

Se reunió en concilio el hombre con sus dientes,
examinó su palidez, extrajo
un hueso de su pecho: —Nunca, dijo,
jamás la violencia.

Llegó un niño de pronto, alzó la mano,
pidió pan, rompió el hilo del discurso.
Reventó el orador, huyeron todos.
—Jamás la violencia, se dijeron.

Llovió el invierno a mares lodos, hambre.
Navegó la miseria a plena vela.
Se organizó el socorro en procesiones
de exhibición solemne. Hubo más muertos.
Pero nunca, jamás, la violencia.

Se fueron uno, cien, doscientos, muchos:
no daba el aire propio para tantos.
El año mejor fue que otros peores.
No están los que se han ido y nadie ha hecho
violento recurso a la justicia.

El concejal, el síndico, el sereno,
el solitario, el sordo, el guardia urbano,
el profesor de humanidades: todos
se reunieron bajo su cadáver
sonriente y pacífico y lloraron
por sus hijos más bien, que no por ellos.

Exhaló el aire putrefacto pétalos
de santidad y orden.
Quedó a salvo la Historia, los principios,
el gas del alumbrado, la fe pública.
—Jamás la violencia, cantó el coro,
unánime, feliz, perseverante.

José Ángel Valente, «La memoria y los signos» (1966)

(Los poderosos no resuelven nada, no salvan al mundo. Nunca nos han dado la paz, mucho menos la felicidad: La salvación y la Paz son de Dios).

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