Sor Imelda, una monja de San Martín

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En estos días se cumple el 15 aniversario del fallecimiento de Sor Imelda (Nembra, Asturias, 27 de febrero de 1930 – Toledo, 21 de noviembre de 1996). Por este motivo he querido rescatar un precioso artículo de María Jesús Galán publicado en la revista «Amigos de Fray Martín» hace algunos años:

Sor Imelda, una monja de San Martín

Sor Imelda se marchó al cielo con San Martín. El enfermero del convento quiso llevársela en su mes, pero dejó que fuera la Virgen quien la acompañara el día de su Presentación. Mortalmente herida desde el día 1 de noviembre, fue sostenida hasta el día 21 y así poder celebrar en la Jerusalén Celeste la fiesta de Cristo Rey, viendo su rostro.

Esta monja nació en un pequeño pueblo asturiano, Nembra, el 27 de febrero de 1930. Con sólo catorce años, un tío suyo dominico, el P. Cesáreo Lobo, la trajo a este convento. Ella comparó siempre su vocación a la de Abraham, pues salió de su tierra sin saber dónde la llevaría el Señor. A los quince años tomó el hábito dominicano y a los dieciséis hizo la primera Profesión. El año 1996 celebró las Bodas de Oro de Profesión.

La devoción a San Martín en la comunidad comenzó a finales de los años cincuenta. El convento se caía de puro viejo y las monjas le encomendaron a “este santo necesitado” para la canonización, que alguien se animara y restaurara el Monasterio. San Martín se lo tomó en serio y a principios de los años sesenta comenzaron las obras. No fue fácil. San Martín tenía tanto trabajo que a veces se olvidada de Santo Domingo el Real. Había que rezarle insistentemente. Se le hacía una procesión por las ruinas, para que tomara nota de lo que faltaba, se hacía un ayuno a pan y agua y se le ofrecía una limosna de la subvención que se recibiera. Era infalible, el dinero siempre llegaba. Las monjas agradecidas, decidieron llamar al jardín Parque de San Martín de Porres, colocando una imagen de San Martín en cerámica toledana con el nombre.

Parque San Martín de Porres - Toledo

El cariño hacia San Martín se ha mantenido a lo largo de estos años, pero al entrar Sor Imelda de priora le quiso dar un impulso más: extender la devoción a todos los que se acercan al convento y darle a conocer. Así, hizo una pequeña sucursal del Secretariado de Palencia en Toledo, haciendo propaganda de San Martín de mil maneras, regalando o vendiendo imágenes de San Martín a enfermos o personas con problemas, haciendo suscripciones, escobitas…El día anterior a su muerte me dijo: “a ver si me pongo un poco más fuerte y te ayudo a coser escobas”. Su sueño era comprar una imagen grande para nuestra iglesia y llegó a realizarlo. Una bonita imagen de madera policromada a tono con la Iglesia y que lleva los dos símbolos de San Martín: la cruz y la escoba.

Capilla de la iglesia de Santo Domingo el Real de Toledo 1

En marzo de 1996 comenzaron para Sor Imelda los apeaderos que la llevaron a las estaciones del Vía Crucis. Hacía dos años que había sido operada de Neo de ovario y aunque la operación fue muy grave, salió bien, recibiendo sesiones de quimioterapia que la dejaban agotada; pero siempre animosa, todo lo superaba. Al año volvieron a operarla y todo seguía muy bien. Pero…empezaba el Año Jubilar y teníamos que devolverle al Señor su propiedad. Las vísperas de las Bodas supimos que tenía metástasis en el pulmón y en los vasos linfáticos. No perdíamos la esperanza y seguíamos rezando a San Martín que la curara.

Poco a poco el Señor la fue cercando. En octubre empezó con el oxígeno y el día 31 de ese mes ya no tuvo ánimos para ir a Vísperas. El día 1 de noviembre ya no se levantó. Recibió la Unción de los Enfermos en presencia de toda la Comunidad. Fue especialmente emocionante cuando nos pidió perdón a todas por los “malos ejemplos” que habíamos recibido de ella. Pensábamos que se moría el día de fiesta de San Martín. Mejoró un poco. El oxígeno lo tenía permanente, apenas si podía dar un paso por la fatiga que le entraba. Entonces le decía a San Martín: “tú que eres tan buen enfermero, ayúdame y dame unas pocas fuerzas”. Esto lo pedía no por ella, sino por nosotras, para que pudiera valerse un poco y no nos costara manejarla. Comer era un suplicio, pero desde la cama y mirando el crucifijo se esforzaba al máximo y desde el sillón se dirigía a la Virgen del Rosario que tenía enfrente y ofrecerle ese sacrificio. Nos decía: “tengo que estar fuerte por vosotras”.

Aceptó la enfermedad y la muerte con valentía. Sabía lo que tenía y si pedía curación era para seguir siendo útil a la comunidad, pero siempre decía: “lo que Dios quiera”. Un gran sacrificio fue el no poder cantar con el coro y no poder asistir a él en los últimos días. Su sufrimiento, el continuo malestar, la imposibilidad de dormir en tres semanas, lo vivía de forma tranquila y gozosa. “Sufría en lugar de otros”, ella padecía por otros que seguramente no tendrían fuerza y ella desde su dolor se ofrecía por ellos.

El día 18 por la noche se volvió a agravar: Le hicimos la recomendación del alma y quedó tranquila. Al día siguiente pidió que le cantáramos la Salve. Empezamos y a duras apenas acabamos. Todas nos callamos y ella, con voz muy débil entonó el O Spem Miram, la antífona en que Santo Domingo animaba a sus frailes para que no lloraran su muerte, pues desde el cielo les iba a ser más útil. Todavía le quedaban dos días de vida y mantuvo hasta el final una asombrosa lucidez mental. El día 20 apenas si tenía aliento para hablar, pero empezó a recitar la poesía de Santa Teresa, “Vivo sin vivir en mí”.

Era el atardecer. La respiración durante este tiempo fue muy dificultosa. Fuimos a acostarla y empezó a respirar profundamente. Llamamos a la Comunidad, volvimos a cantar la Salve y el O Spem Miram, este último ya le cantó con nosotras desde el cielo. Así, como en un sueño, se fue.

A la misa funeral vinieron muchos amigos a darle el último adiós. También vinieron sus hermanos y sobrinos. A ella que tanto le gustaban las flores, le trajeron gran cantidad de ellas. Concelebraron doce sacerdotes y el que presidía, el provicario de la Diócesis, tuvo una homilía realmente inspirada. No conocía a Sor Imelda, sino que vino en representación del Sr. Arzobispo. Era el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos y Sor Imelda fue durante toda su vida la cantora del Monasterio. Comenzó diciendo que esta monja debió ser una gran mujer, pues había reunido a tanta gente en torno a ella. Había sabido interpretar su partitura haciendo del Evangelio una sinfonía.

Sor Imelda nos ha dejado un vacío en el corazón, pero tenemos la certeza de que vive y desde el cielo, junto con San Martín nos seguirán ambos ayudando y mandándonos su mensaje de sencillez y bondad.

María Jesús Galán Vera (Toledo)

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