Sor Inmaculada Leonato, O.P., otra monja de San Martín

sor inmaculada

Oh Martín nuestro abogado, que de Dios tan cerca estás, seas guía que nos lleves a feliz eternidad

Si hace algún tiempo nos acordábamos de Sor Imelda, hoy 20 de Junio lo hacemos cariñosamente con otra monja devota de San Martín de Porres, Sor Inmaculada Leonato, O.P -también monja de clausura del convento de Santo Domingo el Real de Toledo-. Para ello nos referimos a un bonito artículo de María Jesús Galán publicado, en su día, en la revista “Amigos de Fray Martín».

Si en el corazón de cada monja de nuestro monasterio San Martín tiene un altar, en el de Sor Inmaculada tiene un retablo entero. Con inmenso cariño le llamaba mulato. A ella le habría hecho ilusión saber que iba a salir en la revista de San Martín y hubiera disfrutado con saberlo, pero no tuvimos tiempo ni para pensar que se iba al cielo; decía que no tenía prisa por ir. Su ilusión era vivir hasta los cien años y que la canonizara Juan Pablo II. Casi nos convencimos de que iba a ser así…

Su enfermedad fue un misterio para nosotras. Hace trece años, cuando tenía 56, le dieron varios infartos cerebrales quedando ciega, paralítica y casi sin poder hablar. Recuperó la vista y el movimiento, pero hablaba con dificultad. Su mente quedó enferma, como la de una niña. No perdió la conciencia de su consagración a Dios, ni su ilusión por la vida religiosa que vivió plenamente dentro de su capacidad. Siempre estaba contenta, pues era monja de clausura. Aparentemente no era consciente de nada, pero vivía en consecuencia su consagración. Antes de caer enferma, aunque de carácter muy agradable, era más bien reservada, pero a partir de ese momento se hizo muy comunicativa y así nos dijo que un viernes santo se había ofrecido víctima y que Dios le había cogido la palabra.

Con la enfermedad Dios la despojó de todo menos de El mismo. Fue una imagen del Siervo de Yahvé que describe Isaías: “…familiarizado con el sufrimiento,…sin que le tengamos en cuenta. Pero fue él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, mientras que nosotros le tuvimos por castigado, herido por Dios y abatido. El castigo de nuestra paz fue sobre él, y en sus llagas hemos sido curados. Quiso Yahvé quebrantarle con padecimientos. Ofreciendo su vida en sacrificio por el pecado, verá descendencia que prolongará sus días, y el deseo de Yahvé prosperará en sus manos”. Su vida, aparentemente destruida, tenía una gran riqueza que sólo Dios podía ver en su plenitud y nosotras vislumbrábamos.

Podía repetir el salmo 131, “Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros, no pretendo grandezas que superen mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre”. Tenía alma de niña, de inocencia y sabiduría para gustar las cosas de Dios y las que la vida le ofrecía, y así vivió los últimos años. Siempre nos sorprendió la capacidad que tenía de disfrutar con las alegrías de los demás. Se alegraba de la felicidad ajena como si fuera para ella misma.

La vida con ella en los últimos años fue una fiesta continua. Siempre la encontrabas contenta, nunca exigió nada. La enfermedad le redujo a una total pobreza y obediencia, no ya en los votos que hizo en la Profesión, sino que tuvo que vivirlo como una realidad. Impresiona la pobreza y obediencia porque no tenía, dada su incapacidad de movimiento, nada propio, ni decisiones propias, todo lo teníamos las enfermeras, que éramos las que “decidíamos”, tanto en las comidas, como en el horario. Teníamos que adivinar lo que le pasaba, si estaba enferma, si estaba cansada de estar en la silla de ruedas o en la cama…Pero nada importaba, Dios la sostenía y la llenaba de ilusión. Con cualquier cosa que le dieras, era feliz; no sólo vivió feliz, sino que hizo feliz a toda la comunidad. En eso imitó a Santo Domingo de Guzmán, “nadie más tratable, nadie más alegre”.

Su vida para todas nosotras fue un don, un regalo. Por eso el Señor tuvo prisa por llevársela para celebrar las Bodas de Oro. ¡Menos mal que se nos ocurrió empezar a celebrar las Bodas con los cincuenta años de la Toma de hábito! Y así la fiesta ha ido repartida entre la tierra, el 27 de enero de 1998 y el cielo, el 28 de enero de 1999.

Una de sus armas habituales era el rosario. Se pasaba el día y la noche pasando las cuentas. En eso era “muy cumplida”; a cada una que llegábamos nos decía: estoy rezando una parte del rosario por ti. Otras de las cosas que le gustaba recitar era la Secuencia de Pentecostés, y si le preguntabas qué estaba haciendo, decía que estaba meditando la Secuencia del Espíritu Santo.

El día del Inmaculado Corazón de María, 20 de junio, el Señor y su Madre dieron por colmada su vida. Es curiosa la coincidencia que nos contó su hermana Toña. Fue Sor Inmaculada la que eligió la imagen del Inmaculado Corazón de María para la iglesia de su pueblo, Armellada, un poco antes de ingresar en el monasterio.

No puedo dejar de recordar a sor “Joaqui”, compañera de enfermería durante muchos años de sor Inmaculada. Le preguntábamos si en nuestro convento había “santas de libro”, como decía ella, y mirándonos con cara de pilla, decía: “santas de libro, no”. Quizá no tengamos ninguna santa de libro, pero lo que sí es cierto, que se puede llegar a ser muy santa sin necesidad de que te escriban un libro, y así ha sido con estas dos monjas.

Sor Inmaculada, Sor Joaqui, ya no podremos cantar con vosotras el himno de San Martín y decir: Oh Martín nuestro abogado, que de Dios tan cerca estás, seas guía que nos lleves a feliz eternidad. Vosotras ya estáis en el cielo con San Martín, N.P. Santo Domingo y todos los santos, pero con vuestra vida nos habéis dejado un trocito de cielo que esperamos.

Que ellas nos ayuden desde el cielo a conseguir el premio con que nos espera el Señor si le seguimos con fidelidad y alegría.

María Jesús Galán Vera (Toledo)

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Artículo relacionado: Sor Imelda, una monja de San Martín

Antiguo grabado de San Martín de Porres y San Juan Macías (1768)

Grabado de San Martín

Grabado de San Martín de Porres 1

Grabado del año 1768 en que aparece Martín de Porres como Venerable junto al entonces también venerable Juan Macías. El grabado perteneció al Convento de la Madre de Dios hasta su cierre, y posteriormente fue trasladado al Convento de Santo Domingo el Real de Toledo (España) en 1993, donde se restauró.

Fotos por gentileza de María Jesús Galán

Sor Imelda, una monja de San Martín

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En estos días se cumple el 15 aniversario del fallecimiento de Sor Imelda (Nembra, Asturias, 27 de febrero de 1930 – Toledo, 21 de noviembre de 1996). Por este motivo he querido rescatar un precioso artículo de María Jesús Galán publicado en la revista «Amigos de Fray Martín» hace algunos años:

Sor Imelda, una monja de San Martín

Sor Imelda se marchó al cielo con San Martín. El enfermero del convento quiso llevársela en su mes, pero dejó que fuera la Virgen quien la acompañara el día de su Presentación. Mortalmente herida desde el día 1 de noviembre, fue sostenida hasta el día 21 y así poder celebrar en la Jerusalén Celeste la fiesta de Cristo Rey, viendo su rostro.

Esta monja nació en un pequeño pueblo asturiano, Nembra, el 27 de febrero de 1930. Con sólo catorce años, un tío suyo dominico, el P. Cesáreo Lobo, la trajo a este convento. Ella comparó siempre su vocación a la de Abraham, pues salió de su tierra sin saber dónde la llevaría el Señor. A los quince años tomó el hábito dominicano y a los dieciséis hizo la primera Profesión. El año 1996 celebró las Bodas de Oro de Profesión.

La devoción a San Martín en la comunidad comenzó a finales de los años cincuenta. El convento se caía de puro viejo y las monjas le encomendaron a “este santo necesitado” para la canonización, que alguien se animara y restaurara el Monasterio. San Martín se lo tomó en serio y a principios de los años sesenta comenzaron las obras. No fue fácil. San Martín tenía tanto trabajo que a veces se olvidada de Santo Domingo el Real. Había que rezarle insistentemente. Se le hacía una procesión por las ruinas, para que tomara nota de lo que faltaba, se hacía un ayuno a pan y agua y se le ofrecía una limosna de la subvención que se recibiera. Era infalible, el dinero siempre llegaba. Las monjas agradecidas, decidieron llamar al jardín Parque de San Martín de Porres, colocando una imagen de San Martín en cerámica toledana con el nombre.

Parque San Martín de Porres - Toledo

El cariño hacia San Martín se ha mantenido a lo largo de estos años, pero al entrar Sor Imelda de priora le quiso dar un impulso más: extender la devoción a todos los que se acercan al convento y darle a conocer. Así, hizo una pequeña sucursal del Secretariado de Palencia en Toledo, haciendo propaganda de San Martín de mil maneras, regalando o vendiendo imágenes de San Martín a enfermos o personas con problemas, haciendo suscripciones, escobitas…El día anterior a su muerte me dijo: “a ver si me pongo un poco más fuerte y te ayudo a coser escobas”. Su sueño era comprar una imagen grande para nuestra iglesia y llegó a realizarlo. Una bonita imagen de madera policromada a tono con la Iglesia y que lleva los dos símbolos de San Martín: la cruz y la escoba.

Capilla de la iglesia de Santo Domingo el Real de Toledo 1

En marzo de 1996 comenzaron para Sor Imelda los apeaderos que la llevaron a las estaciones del Vía Crucis. Hacía dos años que había sido operada de Neo de ovario y aunque la operación fue muy grave, salió bien, recibiendo sesiones de quimioterapia que la dejaban agotada; pero siempre animosa, todo lo superaba. Al año volvieron a operarla y todo seguía muy bien. Pero…empezaba el Año Jubilar y teníamos que devolverle al Señor su propiedad. Las vísperas de las Bodas supimos que tenía metástasis en el pulmón y en los vasos linfáticos. No perdíamos la esperanza y seguíamos rezando a San Martín que la curara.

Poco a poco el Señor la fue cercando. En octubre empezó con el oxígeno y el día 31 de ese mes ya no tuvo ánimos para ir a Vísperas. El día 1 de noviembre ya no se levantó. Recibió la Unción de los Enfermos en presencia de toda la Comunidad. Fue especialmente emocionante cuando nos pidió perdón a todas por los “malos ejemplos” que habíamos recibido de ella. Pensábamos que se moría el día de fiesta de San Martín. Mejoró un poco. El oxígeno lo tenía permanente, apenas si podía dar un paso por la fatiga que le entraba. Entonces le decía a San Martín: “tú que eres tan buen enfermero, ayúdame y dame unas pocas fuerzas”. Esto lo pedía no por ella, sino por nosotras, para que pudiera valerse un poco y no nos costara manejarla. Comer era un suplicio, pero desde la cama y mirando el crucifijo se esforzaba al máximo y desde el sillón se dirigía a la Virgen del Rosario que tenía enfrente y ofrecerle ese sacrificio. Nos decía: “tengo que estar fuerte por vosotras”.

Aceptó la enfermedad y la muerte con valentía. Sabía lo que tenía y si pedía curación era para seguir siendo útil a la comunidad, pero siempre decía: “lo que Dios quiera”. Un gran sacrificio fue el no poder cantar con el coro y no poder asistir a él en los últimos días. Su sufrimiento, el continuo malestar, la imposibilidad de dormir en tres semanas, lo vivía de forma tranquila y gozosa. “Sufría en lugar de otros”, ella padecía por otros que seguramente no tendrían fuerza y ella desde su dolor se ofrecía por ellos.

El día 18 por la noche se volvió a agravar: Le hicimos la recomendación del alma y quedó tranquila. Al día siguiente pidió que le cantáramos la Salve. Empezamos y a duras apenas acabamos. Todas nos callamos y ella, con voz muy débil entonó el O Spem Miram, la antífona en que Santo Domingo animaba a sus frailes para que no lloraran su muerte, pues desde el cielo les iba a ser más útil. Todavía le quedaban dos días de vida y mantuvo hasta el final una asombrosa lucidez mental. El día 20 apenas si tenía aliento para hablar, pero empezó a recitar la poesía de Santa Teresa, “Vivo sin vivir en mí”.

Era el atardecer. La respiración durante este tiempo fue muy dificultosa. Fuimos a acostarla y empezó a respirar profundamente. Llamamos a la Comunidad, volvimos a cantar la Salve y el O Spem Miram, este último ya le cantó con nosotras desde el cielo. Así, como en un sueño, se fue.

A la misa funeral vinieron muchos amigos a darle el último adiós. También vinieron sus hermanos y sobrinos. A ella que tanto le gustaban las flores, le trajeron gran cantidad de ellas. Concelebraron doce sacerdotes y el que presidía, el provicario de la Diócesis, tuvo una homilía realmente inspirada. No conocía a Sor Imelda, sino que vino en representación del Sr. Arzobispo. Era el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos y Sor Imelda fue durante toda su vida la cantora del Monasterio. Comenzó diciendo que esta monja debió ser una gran mujer, pues había reunido a tanta gente en torno a ella. Había sabido interpretar su partitura haciendo del Evangelio una sinfonía.

Sor Imelda nos ha dejado un vacío en el corazón, pero tenemos la certeza de que vive y desde el cielo, junto con San Martín nos seguirán ambos ayudando y mandándonos su mensaje de sencillez y bondad.

María Jesús Galán Vera (Toledo)

Iglesia del convento de Santo Domingo el Real de Toledo

iglesia convento santo domingo el real toledo

Vista de la iglesia conventual

Capilla de la iglesia de Santo Domingo el Real de Toledo

Capilla de San Martín de Porres, en la Iglesia del Convento de Santo Domingo el Real de Toledo (Toledo – España). La talla de Fray Martín cuenta con una bonita historia y una gran devoción entre las monjas del convento. (Fotos: gentileza de María Jesús Galán)

Situado en uno de los rincones más típicos y sugestivos de la ciudad, el Monasterio de Santo Domingo el Real, es uno de los monumentos artísticos más notables de Toledo. Fr. Manuel José de Medrano OP, en su Historia de la Provincia de España de la Orden de Predicadores, dice: Por este tiempo logró nuestra Provincia uno de sus más ilustres y religiosos adornos, en el Convento de Monjas de Santo Domingo el Real, de Toledo. Desde el principio compitieron la observancia, la opulencia y la suntuosidad de los edificios, permaneciendo hasta hoy con singular belleza estas circunstancias.

Sin duda, un convento lleno de historia y de arte; pero principalmente, un convento iluminado por la santidad de sus monjas:

Nosotras, con nuestra vida alegre y sencilla, queremos ser un claro testimonio ante los hombres de la vivencia de Dios, no sólo desde estos muros que tanta historia contienen, sino desde nuestro corazón, manifestado en nuestra entrega de cada día al Señor.

María Jesús Galán Vera

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convento santo domingo el real (toledo)

Se denomina «Real» no por ser fundación de Reyes, sino porque en él tomaron el hábito dominicano muchas personas reales, y por los favores de que fue objeto por los Reyes de Castilla.

Convento de Santo Domingo el Real de Toledo

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Libro recomendado: El Monasterio de Santo Domingo el Real de Toledo, de María Jesús Galán Vera.