Salmo de la gota de agua

SALMO DE LA GOTA DE AGUA

Esta gota de agua que Tú dejas colgada
para que el sol la ponga rubia como una uva
y que encima de mí balancea su universo,
puede morir, Señor, si empujas con el dedo
una cinta de aire que le llegue a la entraña
o le avivas la sed a ese pájaro torpe
que en torno se desliza.
Mientras tiembla de frío en la esquina del árbol
sirve para mirarla encendida de agua
y de un zumo que acaso sea un poco de Ti.
Ya tienes aquí el mundo submarino del río
y más lejos el mar abrazando la tierra
y las fuentes, la lluvia para lavar las torres,
la piscina cubierta por barcos de papel
y la saliva tuya que nos cubre la vida.

Pero arriba, colgando como un recién nacido
planeta luminoso,
esa gota de agua nos apaga la sed
porque Tú nos has dicho que al verte, la saciamos.

El estío nos cubre de un humo impalpable
para entibiar acaso tus palabras que vuelan.
Pasan las flotantes brozas,
las uñas afiladas que cortan el cristal,
el tren interminable de criaturas,
todos los días que llevan delante la letra de tu nombre.
Y te buscamos en las aguas revueltas,
o en el misterio de una puerta cerrada
sin darnos cuenta, Señor,
que sonríes delante de los ojos,
tan cerca, que rozamos tu túnica de colores
y creemos que ha sido un arco iris o el viento.

Te busco en las cosas pequeñas para verte
ahí arriba, donde
la presencia diminuta de la dicha,
balancea el milagro, la leve eternidad
de una gota de agua.

Miguel Fernández