A Jesucristo en la Cruz

A Jesucristo en la Cruz

¡Tú, por Mi amor de un leño suspendido!
¡Tú, que tienes por trono el firmamento,
haber desde tan alto descendido
a dar así tu postrimer aliento!

¡Tú sufrir, resignado de esa suerte
tanta y tan honda y, tan amarga herida,
y Tú del mundo recibir la muerte,
cuando viniste a dar al mundo vida!

¡Tú, rasgados los miembros soberanos;
Tú, escupido en la faz cándida y pura,
y al hombre ver clavándote las manos,
esas manos, gran Dios, de que es hechura!

¡Tú, que animas el rayo y das el trueno,
así expiar entre amarguras tantas
por un gusano de miserias lleno,
que no vale ni el polvo de tus plantas!

¡Tú por mi amor, en fin, tan humillado!
¿Y aún a ofenderte, Santo Dios, me atrevo,
cuando yo, nada a Ti, nada te he dado,
y cuando tanto a Ti, tanto te debo?…

¡Miserable de mí! Más los enojos
depón, Señor, del rostro esclarecido;
que ya cansados de llorar los ojos
vuelvo a tu Cruz con pecho arrepentido.

Vuelvo, Señor, a demandar tu gracia;
vuelvo, Señor, como al pastor la oveja;
porque el dolor en tan cruel desgracia
ni aun aire ya que respirar me deja.

Vuelvo trayendo el corazón doliente
lleno de contrición, de luto lleno,
y ante tus plantas a inclinar la frente,
con la profunda devoción del bueno.

¡Escucha, pues mi voz! Yo no soy digno
de hallar, Señor, tu voluntad propicia;
mas suple Tú mis méritos benigno,
y juzgue tu bondad, no tu justicia.

                  Ramón de Satorres

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