¡Bellas horas de la vida!…

              ¡Bellas horas de la vida!

En mis manos las magnolias perfumadas de tus manos
florecían; blancas, tiernas, de pureza virginal;
En mis labios las sonrisas de tus labios, rojos, sanos,
desgranaban el encanto de un sonoro madrigal.

En mis ojos de las luces de tus ojos los reflejos
fulguraban luz divina de otro mundo de ilusión,
luz divina de una llama que venía de allá lejos,
de allá arriba, de aquí dentro, de mi pecho, la emoción.

En mis sueños de tus sueños los miríficos dioramas
disipaban de las sombras de otros horas el capuz;
horizontes se encendían y grandiosos panoramas
en suntuosas lejanías irisados por la luz.

En mis ansias se escanciaba de tus ansias la dulzura;
era el vino de un anhelo que hacia un mundo celestial,
embriagado, me llevaba suavemente, en la ventura
de una vida inmarcesible, esotérica, inmortal.

En mis tímidas caricias, como el roce de unas alas,
cual el toque de aquel beso que se apaga sin rumor,
se cernían tus caricias, mariposas cuyas alas,
con sus oros, orquestaban los silencios del amor.

En mi vida la fragancia embriagadora de tu vida,
trascendiendo de este vaso palpitante de mi ser,
perfumaba el holocausto, sobre el ara bendecida,
de otro sueño, de otra gloria que no fueras tú, mujer.

¡Bellas horas de la vida que emprendisteis la carrera
de infinitos y de soles hacia ignota eternidad,
arrastradme con vosotras, transportadme adondequiera!…
¡Qué no sienta yo el vacío de esta inmensa soledad!…

                                                               José F. Hidalgo

Imagen: Ilustración perteneciente al manuscrito «Las muy ricas horas del duque de Berry» (también conocido como «Las bellas horas de Jean de Berry»).

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