Siervo de Dios Buenaventura Codina, Obispo de Canarias (1848 – 1857)

Siervo de Dios Buenaventura Codina

Uno de los obispos más santos que ha tenido esta nuestra diócesis de Canarias» (Obispo Pildain)

D. Buenaventura Codina y Augerolas nace en Hostalrich (Gerona), el 3 de Junio de 1785. De sus padres aprende la piedad y la honradez. Desde niño profesa una gran devoción a María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Socorro, y a su protector, San Buenaventura. Se gradúa en Filosofía y Teología, en la Universidad de Cervera. El 23 de Mayo se le ve “vistiendo la sotana de Misionero” en el Seminario que la Congregación de la Misión tenía en Barcelona. Ordenado sacerdote en 1809, ejerce sus primeros ministerios en Cataluña, Mallorca, Zaragoza y Extremadura. La formación y espiritualidad de los sacerdotes fueron su mayor preocupación. Sufrió destierro durante el gobierno liberal de Mendizábal.

La atención a las Hijas de la Caridad, recién llegadas a España, ocupó muchos años de su vida apostólica. Las dificultades que rodearon su venida, y las circunstancias políticas del momento, le hicieron sufrir incomprensiones y persecuciones. Siempre mostró serenidad y fortaleza.

Durante todo este tiempo, los pobres y los enfermos fueron el objeto de sus desvelos pastorales, como sacerdote de la Misión, convirtiéndose para ello en organizador de las “Juntas de Beneficencia” por toda España. Sus escritos, en defensa de los pobres, son un reflejo de los de su padre espiritual, San Vicente de Paúl.

Es promovido al Episcopado en Diciembre de 1847, rechazando su elección por tres veces, y sin que su renuncia sea aceptada ni por la Reina ni por el Santo Padre. Finalmente, termina aceptando su Ministerio episcopal por pura obediencia. El P. General de la Congregación de la Misión, P. Etienne no lo entendió, y esto motiva, en último término, su expulsión de la Congregación de la Misión, unos años antes de su muerte.

El 20 de Febrero de 1848 es ordenado obispo en la Iglesia de San Isidro de Madrid. El Padre Claret estuvo presente en su consagración episcopal. Este santo misionero le acompaña en su venida a Canarias, a donde llega el 14 de Marzo, desembarcando por el Puerto de la Luz, y en cuya ermita reza ante la Virgen de la Luz.

A su llegada se encuentra ante un pueblo sin formación religiosa, un clero, en general, muy poco ejemplar, un seminario que empezaba a salir de su agonía, y un Cabildo Catedral, contagiado de liberalismo y jansenismo. Su respuesta y programa pastoral a esta situación fue la gran misión predicada por el P. Claret; el irse a residir, a poco de llegar, al Seminario; y la renovación de los miembros del Cabildo Catedral.

En el año 1851, la peste del cólera-morbo invade la isla de Gran Canaria, en pocos días. El Prelado se pasa todas las horas visitando las casas de Triana, para atender espiritualmente a los apestados. Y fallecido el capellán del Hospital de San Martín, él mismo asume la capellanía del Hospital. La epidemia incrementó la miseria entre sus diocesanos. Sus rentas las dividía en tres partes: una para el Hospicio y el Hospital de San Martín, otra para los pobres, y la otra tercera para su atención personal.

Sobresalió por su piedad a la Eucaristía, siendo cuidadoso en el cumplimiento de las leyes litúrgicas y decencia de los templos; y su amor a la Virgen Milagrosa. Consiguió de Roma el privilegio de poder usar el color azul en las celebraciones, en honor de la Inmaculada; y en sus visitas a las parroquias, repartía medallas de la Virgen Milagrosa.

Sus nueve años de obispo en Gran Canaria lo gastó generosamente en llevar a término este su programa misionero, a pesar de su delicada salud. Por las tardes solía pasear por el barrio de San José, acompañado de Don Antonio Vicente González, a quien le unía una gran amistad. La muerte de este sacerdote, víctima del cólera, traspasó el corazón del obispo, según cuenta un testigo presencial.

Año 1857, el Siervo de Dios enferma gravemente. El mismo, consciente de su gravedad, pide que se le administre el viático y la unción de enfermos, que recibe con una gran devoción; y el 18 de Noviembre de este mismo año, tres días después de haber recibido la unción y el viático, a las ocho y media de la mañana, moría en el Palacio Episcopal, dejando la herencia de una vida santa. Fue exhumado, hallándose su cuerpo incorrupto. Por acuerdo capitular, se guarda cariñosamente en una urna de Cristal, siendo visitado por los fieles y por muchos de sus hermanos, sacerdotes de la Misión, Hijas de la Caridad, e incluso por uno de los padres generales de dicha congregación.

Obispo Codina 1

Su vida, Señor, fue una súplica constante por los pobres y enfermos, pidiendo el pan nuestro de cada día; el nuestro y no el mío, el pan compartido. Fue consciente de la miseria del pecado, por lo que te pedía que le perdonaras las ofensas, así como él perdonaba a su deudores, que no le faltaron durante toda su vida.

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