Camino de Viernes Santo

Camino de Viernes Santo

Camino de Viernes Santo

Cristo Jesús que tu calvario andas
con paso lento y la mirada baja.
¡Tú que llevas palabra soberana!
El consuelo al dolor Tú lo aceptabas.

Alegría de fe es tu esperanza
por sendas con rosal sólo de espinas
y el hombre de egoísmo, de mentiras
a la altura de una cruz al fin te alza.

Inequívoco camino ascendente
y Tú frente con la última emoción
donde tu eternidad vence a la muerte.

Con tu prójimo cerca traicionando
al Padre das tu espíritu rendido,
tu corazón divino coronado.

           Carmen Suárez Baute
«Imágenes en verso» (2005)

SEÑOR

senor

¡Tú sabes de la cima nevada de mis días!
Y sabes de mis soles el agresivo ardor,
¡Ten tu bondad propicia para las cuitas mías
Y llévate en tu veste, prendido mi dolor!
¡Mira que estoy herida! Repara en mi amargura,
un alto en el camino, Señor, dame tu mano;
yo no seré rebelde al dolor de la cura,
¡haz conmigo el oficio del buen samaritano!
¡Si yo quiero seguirte, si sé que blandamente
se hace plata el sendero que repujan tus huellas,
si sé tus suavidades… y qué amorosamente
abrillantas las rutas, regándolas de estrellas!
Pero hay zonas de sombra, que el sol está en la cumbre
y hay que trepar sin tregua por ascendentes vías,
como Tú tienes ¡Cristo! divina reciedumbre,
infúndele a mi espíritu cristianas energías.
Tú sabes como hieren la carne y el oído
la imprecación injusta y el desgarrón certero,
¡y sabes cómo el hombro se curva extremecido
si rebota en las piedras la punta del madero!
¡Cristo! ¡Sangre y heridas!
plantel de los amores,
no mires a mis culpas, mas vuélvete hacia mí,
por la esencia infinita de todos tus dolores
y por la estirpe humana del de Getsemaní!
¡Por la rosa encendida de tu amor y clemencia!
Por la estela gloriosa de las almas en luz.
¡Por el lirio gigante de toda penitencia,
Por la cruz de tu cuerpo y tus llagas en cruz!

¡Señor! Como en tu esencia misericordia eres,
y sé como me buscas, me cercas, y me quieres…
hacia tí me encamino con toda mi aflicción,
que al sentir que me llamas, y escuchar que me nombras
sabré, para adorarte, palpando entre las sombras,
por el rastro de sangre, hallar mi corazón!

                                       Ignacia de Lara

Súplica

Súplica

Señor, qué triste y solo
me encuentro confundido.
En mi secreta soledad me inmolo
sin el ritmo interior de tu latido.
Yo soy un pecador,
nada del hombre espero.
Tú que sabes, Jesús, de mi dolor,
acerca más mis labios al Madero.
Ven y cubre mi herida;
desecha los matojos…
tengan más luz para mirar mis ojos.
Retorna, ven, ya toca.
Haz que como Magdala arrepentida,
mi corazón tu frente.
¡Hoy una estrella se posó en mi boca;
hoy el cansado corazón te siente!

      Gregorio Rodríguez Martín
  (Los Llanos de Aridane, 1951)

El divino dolor

El divino dolor

He visto arrodillada al pie de un Cristo,
cubierta con un misero pañuelo,
y hechos fuentes de lágrimas sus ojos,
a una mujer del pueblo.
Inclinaba su frente,
y encorvaba su cuerpo,
y un quejido continuo y doloroso
lanzaba involuntaria de su pecho.
¡Que triste parecía
el divino madero,
ante el cual la ferviente mujercita
exhalaba gemidos lastimeros!
Mucho más triste y frío
que cuando solitario lo contemplo
sin almas que le recen,
ni le pidan alivio a sus tormentos.
Pero ese día estaba
el magnífico templo
rebosante de damas linajudas
cuajadas de aderezos,
que pasaban altivas, desdeñosas,
y mirando con aires de desprecio,
a la pobre que allí desentonaba,
envuelta por humilde traje viejo.
Más tarde vi en desfile,
por las calles del pueblo,
el cuadro silencioso y dolorido
de la Virgen detrás de su Hijo muerto.
Pesado estaba el día,
y encapotado el cielo,
ardían unos cirios
con suave crepitar y parpadeo,
y despacio la música marchaba
tocando notas de dolor inmenso.
Y aquellas ricas damas
que antes viera en el templo,
en tomo de Jesús y de María
lacrimosas y tristes van gimiendo.
Y entonces el doliente
semblante de la Madre sin consuelo,
me parece que cambia, y acrecienta
su amargura un pesar muy hondo y nuevo,
y que Cristo, pendiente
del divino madero,
hace un gesto piadoso,
vibrante de perdón, mirando al Cielo…

José Alvárez González. Tenerife (1926).

Romance del Crucificado

Romance del Crucificado

I
Ya llega Jesús al Monte
con su pesado madero.
Ya mojan en hiel sus labios
ardorosos y resecos.
Ya rasgan sus vestiduras,
que adheridas lleva al cuerpo,
con polvo, sudor y sangre,
con martirizados sellos.
Ya le despegan el manto.
Ya le desnudan, violentos.
Y al deshojarse con furia
—lirio de mártires pétalos—
arrancan trozos de carne
del Dulcísimo Cordero.

Corazones de los hombres,
nidal de obscuros venenos:
para salvaros, Dios mismo
se va a inmolar todo entero.

II
Martillos y clavos cantan
un monorritmo siniestro.
Y en la pista de la tarde,
con áspero martilleo,
hasta la Madre de Cristo
llegan los infaustos ecos
—clavos sonoros que buscan
a su amantísimo pecho,
como dobles funerales
en las campanas del viento.

Para salvar a los hombres
de sus pecados horrendos,
se inmola Dios a sí mismo,
sobre la Cruz, todo entero.

III
Miradle izado en la alturas,
en mástil de puro leño.
Con la su barba arrancada
y mesados sus cabellos.
Con las espaldas abiertas
y llagado todo el cuerpo,
¡Divino yunque batido
por infernales herreros!
La cabeza traspasada
por los puñales burlescos
de una corona de espinas,
¡la corona de su Imperio!
Manos y pies barrenados
y de tres clavos pendiendo.
La boca seca y sedienta.
Descoyuntados, los huesos.
Y las venas desangradas
en ríos de amor eterno.

Para limpiar de los hombres
el originario cieno,
Cristo nos lava en su sangre,
Dios y Hombre verdadero.

IV
Sobre las sombras navegan
tres estrellas en silencio.
Las tres Marías avanzan
en triángulo de fuego.
Oh, la cuña dolorosa,
cuyo vértice de acero
sobre la Madre de Dios
hunde su agudo tormento.
Ay, Jesús entre ladrones
y bajo el Inri sangriento.
Vibrante blanco de escarnios,
y de insultos y denuestos.
Befa de los sanhedrítas,
de los soldados y el pueblo.
Sin derramar una queja,
el inmolado Cordero
al Padre pide:—Perdónalos,
pues no saben lo que hicieron,
Flor de hieles, una esponja,
sobre su boca se ha abierto,
¡Divina sed apurando
los más amargos océanos.
Ya todo está consumado—
sus tristes labios dijeron.
Como azucena de sangre,
su cabeza hundió en el pecho.
Y en un profundo suspiro
al Padre entregó el aliento.

Corazones de los hombres,
nidal de obscuros venenos:
para salvaros, Dios mismo
se ha inmolado, todo entero.

V
Oh, Cristo izado en la altura,
en mástil de duro leño.
Rota bandera de amor
entre la tierra y el cielo.
Llama divina que funde
los endurecidos témpanos.
Longinos abrió una fuente
en la roca de tu pecho.
Manantial de salvación
y torrente verdadero.
Ya por tu herido costado
entra y sale un abejeo
que labora con tu sangre
el azul panal eterno.
En tus clavos ya florecen
tres diamantinos luceros.
Y tus brazos alargándose,
desde el trágico madero,
en meridianos de amor,
enlazan el Universo.

Jesús—divino Jordán—,
para lavar nuestro cieno,
para borrar nuestra culpa
se desangró todo entero.

ENVIO
Hijo de Dios, inmolado,
divina carne del Verbo:
Mi corazón, en romance
de exaltaciones, te ofrendo.
Mi corazón, bien clavado
sobre la Cruz de mi Verso.

   E. Gutiérrez Albelo