Al pie de la Cruz

Al pie de la Cruz

Al pie de la cruz estaba
afligida y dolorosa,
la Madre triste llorosa
traspasado el corazón
sufriendo junto a su hijo
el dolor de su pasión.

Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros al redentor.

Lloramos madre la culpa
por la muerte de tu hijo,
Y nos conmueve el perdón
de un amor tan infinito
Que a ti nos da como madre
y a nosotros como hijos.

Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros al redentor.

Tus lágrimas Madre nuestra
van teñidas de esperanza,
aun cuando tu hijo expira
crees tú en su palabra
si el grano de trigo muere
resurge una nueva espiga.

Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros al redentor.

Contigo estamos Señora
Madre  de dolor transida,
para enjugar esas lágrimas
que corren por tus mejillas
ofreciéndote el consuelo
de una vida arrepentida

Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros al redentor.

* * *

El Calvario de María

El Calvario de María

Déjame que a tus plantas, Virgen María,
ponga las rosas frescas de mi dolor,
que mis penas te sigan en la agonía
de ver morir a un Hijo, que es mi Señor,
Déjame que mi lira llena de llanto
cante tus amarguras y tus dolores
y ya que por mi causa sufriste tanto
mira de mi tristeza los resplandores.

Al escribir ¡oh Madre! tiembla mi pluma
todo vueltas y vueltas da en mi redor;
ante mi pensamiento todo se esfuma
y mi frente se baña en frío sudor.

Se cierran mis pupilas de sentimiento;
de entre los claros ojos el blanco manto
en un entreabrirse pausado y lento
desciende a la mejilla dolido llanto.
Tu dolor, Madre mía, ver no quisiera
porque pedazos hace mi corazón.
¡De tal modo mi noble pecho se altera
que siento rudos golpes en la razón!
Vosotras nobles madres que habéis sufrido
la pérdida sensible de un hijo amado,
comprenderéis la pena que habrá sentido
cuando viera a su Hijo crucificado.

Figuraos el trance tan doloroso
de una afligida Madre que ha de seguir
un camino erizado, crudo, espinoso
donde el Hijo adorado debe morir.

Camina Jesucristo bajo pesada
cruz que sus santos miembros ruda lacera
cuando se halla de frente a la desolada
Virgen que sobrehumana llorosa espera.

Un grito en el espacio vibra sonoro
y en los brazos el alma de la cuitada
confúndense la sangre y el blando lloro
de la dolida Madre desesperada.
Apartar a la Madre del Poderoso
tratan los fariseos; pero es en vano
y con rudos modales, de modo odioso
en la sagrada Virgen ponen la mano.

Como mofan y vejan al desdichado
mira la gran Señora sin desmayar
con un dolor intenso tan desgarrado
que ni fuerzas le quedan para llorar.

Las piedras se estremecen al ser pisadas,
las avecillas callan en la arboleda
y las fieras confusas y atolondradas
huyen sin explicarse lo que sucede.
El sol entre las nubes avergonzado
oculta temeroso su resplandor
y el Universo entero queda parado
como señal de duelo por su Señor.
Las nubes en el cielo despavoridas
chocan unas con otras por no mirar
y ante el horrendo crimen desvanecidas
abren sus manantiales para llorar.

Solamente los hombres endurecidos
hacen mofas y burlas de su dolor
y piden embriagados, enardecidos
la sacrílega muerte del Redentor.

La Madre, como imagen del sufrimiento
no se aparta un instante del Hijo amado
¡Sintió desvanecerse solo un momento
cuando en la cruz siniestra le vio clavado!

                                S. Pérez de Bustamante
                  (Madrid. Semana Santa de 1934)

Unión de lágrimas a la Dolorosa

Unión de lágrimas a la Dolorosa

¿Cómo anhelará mi alma
felicidad y ventura
contemplando tu amargura
meditando tu dolor?

¡No llores, Madre inocente!,
reparando desvaríos
yo he de llorar los desvíos
con que atormenté al Amor.

¡Cruel, ay, fui!, pues cegado
por los goces mundanales
te clavé aquesos puñales
que te hacen tanto sufrir…

¡Perdón!… Madre de clemencia,
que fui criminal confieso;
mas de mis culpas al peso,
¿me dejarás sucumbir?

No, Madre, sé mi abogada,
y acercándome al madero
con la sangre del Cordero
mi mente baña en salud.

Y, borradas mis maldades,
en el resto de mi vida
contigo, Madre afligida,
lloraré al pie de la Cruz.

       Publio Alonso, C.F.M.

Dedicada a la Santísima Virgen de los Dolores

Al Pie de la Cruz.
(Dedicada a la Santísima Virgen de los Dolores)

I

Venid en derredor, cercadme todos,
Mirad al Hijo tierno mármol frío,
Y entre los varios modos
Con que el pecho combate al albedrío.
Decid, ¿dónde hay un dolor igual al mío?

Su sangre es leche mía, sus entrañas
Entrañas mías son ¿quien tal dijera?
¡Ay! ¿cómo al alma extraña
Podrían ser las penas que sufriera
Aquel por cuya vida miles diera?

Torno los ojos sin su luz perdidos
Que mi sol se anubló ¡tristes amores!
Si al cielo fueron idos.
Coronada de espinas, flor de flores,
Virgen y madre soy, más de dolores.

De aquí no apartaré la planta esquiva
Hasta quererlo y ordenarlo el Padre,
Sea yo mientras viva
La efigie del dolor para que cuadre:
“No hay un amor igual al de una madre”.

Dijo María, y con pesar profundo
Muda, a sus pies lloró la humanidad:
¡Oh! ¡cuán cara ha costado siempre al mundo
La inestimable luz de la verdad!

Amargura del mar, mar de amarguras
Dice a todos tu santo y dulce nombre;
Más por eso entre tantas criaturas
Mereciste ser madre del Dios-hombre.

Lágrimas mil mas puras que el rocío
Tu herido corazón tierno manó;
Más, ¡cuántas almas del averno impío
Cada gota de aquellas rescató!

Si una madre no acepta ya consuelo
Cuando vela el sepulcro de su amor,
Temple al menos tu pena en este suelo
Ver los hijos que engendra tu dolor.

Veelos unidos…. tu piedad imploran
Porque amaron también, y en este día
Recuerdos de su amor perdidos lloran
Juntando su dolor al de María.

Helos todos aquí que al Hijo amado
Con inefable afán ruegan y admiran;
Más al tocar tu pecho desgarrado,
¡Ya no pueden orar…. solo suspiran!

II

“Amad y perdonad”: Jesús lo dijo
Y de amor y perdón nos dio el modelo
Cuando en sufrir prolijo
Tras descender cual hostia desde el cielo,
Por nuestro amor no más murió en el suelo.

Pues no saben lo que hacen, exclamaba,
Padre mió, perdónalos te pido:
¡Ah! con ello enseñaba
Que el Justo de ignorantes ofendido,
La injuria debe dar siempre al olvido.

Se estremece la tierra adolorida
Mientras el árbol de paz firme se ostenta
Cual roca combatida:
Así vence la Iglesia a la tormenta
Que a los pueblos sacude y amedrenta.

Turbado el sol en convulsión tan fuerte
Viste por luto fúnebre capuz;
Más, ¡cuál es nuestra suerte!
Pío temáis si del sol muere la luz,
Que otra eterna ha nacido de la cruz.

Si aurora sin ocaso blanda hiere
Los ojos en el vicio adormecidos,
Un día el que creyere,
Con los ojos del alma enaltecidos
Verá al sol de justicia entre escogidos.

Y las nieblas del mal que al orbe entero
Amagaron cubrir, temerá en vano
Cuando al fulgor primero
Que su imagen tomó del Soberano,
Torne el destino del linaje humano.

Si el hierro al sauce hiere, aun más pomposo
Extiende a su placer tallos y sombra;
Tal el mártir glorioso
Con sentir en su cuerpo mal que asombra
Extiende más y más la fe que nombra.

Árbol a cuyo pie, si herido, fuerte,
Reúnes hoy la humanidad perdida
En busca de su suerte;
La palabra de Dios está cumplida,
Un árbol dio la muerte, otro da vida.

Mas, ¡ay! que entre tus vástagos lozanos
Tinta en llanto de sangre tan preciosa,
Por nuestra culpa, hermanos,
Está de Jericó la blanca rosa,
Triste como el dolor, cual él hermosa.

¡Ah! Madre virgen, si entre mil dolores
Ves cual hombre morir al Dios que admiran.
Perdonen tus amores
A estos hijos que al verte cual le miran.
Como amaron también, también suspiran.

                                 C. Pascual y Genís

Imagen ilustrativa: «A tus plantas», pintura a acuarela y tinta china del artista Domingo J. Cabrera.

Plegaria a la Virgen de los Dolores

Plegaria a la Virgen de los Dolores

Virgen cuyos dolores
Parten el alma,
Virgen cuyos pesares
Roban la calma;
Madre amorosa,
Casta y pura azucena,
Cándida esposa.

Consuelo del que triste
Llora en el mundo,
Amparo del que sufre
Dolor profundo;
Madre querida,
Tan sólo para amarte
Quiero la vida.

Del huracán mundano
Corrí impelido,
Y náufrago en los mares
Luché perdido;
Que mi inocencia,
Cual rosa marchitada,
Perdió su esencia.

Del mundo los placeres
Me subyugaron,
Y mis labios tu nombre
No pronunciaron;
Que mi locura
En dicha transformaba
La desventura.

Así pasé los días,
Meses y años,
Creyendo realidades
Del mundo engaños.
Y en mi carrera.
Ni un recuerdo a María,
¡Ni uno siquiera!

Hoy tu nombre en mi boca,
Virgen querida,
Le devuelve a mi pecho
La paz perdida;
Porque confío
Que habrás de perdonarme
Mi desvarío.

Mírame en tu presencia
Puesto de hinojos,
Y en lágrimas bañados
Los tristes ojos;
Y en mi agonía,
Tu perdón implorando,
Virgen María.

   J. Conde de Salazar y Souleret.

* * *

Imagen: Virgen de los Dolores de la Iglesia de Santo Domingo de La Orotava (Foto: Bruno J. Álvarez)