El Calvario de María

El Calvario de María

Déjame que a tus plantas, Virgen María,
ponga las rosas frescas de mi dolor,
que mis penas te sigan en la agonía
de ver morir a un Hijo, que es mi Señor,
Déjame que mi lira llena de llanto
cante tus amarguras y tus dolores
y ya que por mi causa sufriste tanto
mira de mi tristeza los resplandores.

Al escribir ¡oh Madre! tiembla mi pluma
todo vueltas y vueltas da en mi redor;
ante mi pensamiento todo se esfuma
y mi frente se baña en frío sudor.

Se cierran mis pupilas de sentimiento;
de entre los claros ojos el blanco manto
en un entreabrirse pausado y lento
desciende a la mejilla dolido llanto.
Tu dolor, Madre mía, ver no quisiera
porque pedazos hace mi corazón.
¡De tal modo mi noble pecho se altera
que siento rudos golpes en la razón!
Vosotras nobles madres que habéis sufrido
la pérdida sensible de un hijo amado,
comprenderéis la pena que habrá sentido
cuando viera a su Hijo crucificado.

Figuraos el trance tan doloroso
de una afligida Madre que ha de seguir
un camino erizado, crudo, espinoso
donde el Hijo adorado debe morir.

Camina Jesucristo bajo pesada
cruz que sus santos miembros ruda lacera
cuando se halla de frente a la desolada
Virgen que sobrehumana llorosa espera.

Un grito en el espacio vibra sonoro
y en los brazos el alma de la cuitada
confúndense la sangre y el blando lloro
de la dolida Madre desesperada.
Apartar a la Madre del Poderoso
tratan los fariseos; pero es en vano
y con rudos modales, de modo odioso
en la sagrada Virgen ponen la mano.

Como mofan y vejan al desdichado
mira la gran Señora sin desmayar
con un dolor intenso tan desgarrado
que ni fuerzas le quedan para llorar.

Las piedras se estremecen al ser pisadas,
las avecillas callan en la arboleda
y las fieras confusas y atolondradas
huyen sin explicarse lo que sucede.
El sol entre las nubes avergonzado
oculta temeroso su resplandor
y el Universo entero queda parado
como señal de duelo por su Señor.
Las nubes en el cielo despavoridas
chocan unas con otras por no mirar
y ante el horrendo crimen desvanecidas
abren sus manantiales para llorar.

Solamente los hombres endurecidos
hacen mofas y burlas de su dolor
y piden embriagados, enardecidos
la sacrílega muerte del Redentor.

La Madre, como imagen del sufrimiento
no se aparta un instante del Hijo amado
¡Sintió desvanecerse solo un momento
cuando en la cruz siniestra le vio clavado!

                                S. Pérez de Bustamante
                  (Madrid. Semana Santa de 1934)

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