«Retacitos» de Zenaida Bacardí de Argamasilla

¡Perdóname!

Por mi temor para sufrir, por mi afán por abarcar y por mis tropiezos para crecer.

Perdóname cuando me tarde para reponerme del dolor y lo deje ahí aposentado, desperdiciando las oportunidades que me das para dejarlo correr.

Perdóname cuando me das la mano y yo te digo: “¡No puedo!”  Cuando me das la luz y yo te digo: “¡No veo!” Cuando me llamas y yo te digo: ¡”No oigo”!

Perdóname, porque seguro me he quedado con muchas sonrisas dentro, con muchas flores en las manos ¡y ni siquiera me he dado cuenta!

Por no saber que lo que muere en mi corazón todos los días son espacios que debo preparar para recibir las alegrías del nuevo amanecer.

Perdóname por no saber aceptar el frío y las nevadas del invierno, lo mismo que acepté antes la fragancia y las rosas de tantas primaveras.

Perdóname los desperdicios de la vida.  Es muy dura y muy compleja: unas veces he sido yo quien he querido bebérmela de un sorbo y otras es ella la que me ha ido absorbiendo a mí.

Perdóname esas pequeñas indiferencias que duelen más que un pecado, esa pesadez de algunos días que lastima más que una ofuscación y esos olvidos imperceptibles que duelen más que una caída.

Perdóname cuando me faltan los detalles, me aparecen las arideces y se me cansa el alma de luchar y de sufrir … ¡cuando me siento tan poca cosa!

Perdona mi ineficacia, mi falta de fe y mis impedimentos humanos.  Por no darme cuenta de que no hay muerte: lo que hay es principio, tierra y cielo.

Une tu misericordia y mi humildad, para ver nacer el perdón…

¡Y quédate conmigo!

Quédate conmigo, con valiente arraigo.
Mira que me entibio, me turbo, decaigo.
Fúndete a mi alma, invade mi ser.
Que la sombra humana nos impide ver.

Porque si te quedas, si te vas mostrando,
estas arideces se me irán quitando.
Que si Tú te quedas junto a mi dolor,
en la propia hondura sentiré tu amor.

Quédate conmigo, razón de mis razones.
Conoces ese frío que dan las decepciones.
Quédate en la rutina, en la pena, en el desvío,
¡te necesito tanto, Jesús mío!

Quédate conmigo, mira que anochece,
La tarde declina, todo se oscurece.
Dulces resplandores tendrá la partida,
¡si quedas conmigo por toda la vida!

* * *

La Misericordia

La Misericordia de Dios, es un rocío de la
mañana…
lo que tenemos que hacer es ver salir el sol.

Es un goteo constante…
lo que tenemos que hacer es poner debajo nuestro
cántaro…

Es un ramaje que nos columpia…
lo que tenemos que hacer es dejarnos llevar.

Es una aguja que Dios ensarta…
lo que tenemos que hacer es bordar la vida.

Su Misericordia no es tribunal de juicio…
sino brazos de redención.

Le pido a Su Misericordia que ponga algún
brote verde al tramo oscuro de mi vida…
Alguna huella nueva a la parte estrecha de mi
camino…
Algún impulso de vida a la parte seca de mi
raíz…

¡Unos cuantos toques a mi corazón….
¡Y unas cuantas rosas a mi cruz…!

* * *

La sabiduría de las madres

La sabiduría de las madres es la primera que
enseña a los hijos donde nace el amor.

La sabiduría de las madres es la primera que
enseña a los hijos el comienzo de la vida.

La sabiduría de las madres es la primera que
enseña a los hijos cómo se secan las lágrimas
del corazón.

La sabiduría de las madres es la primera en
intuición y en instinto, con lo que suple a veces
la razón y la inteligencia.

La sabiduría de las madres viene de Dios.

El Sol aprendió el amor, besando la Luna.
El poeta aprendió el amor haciendo cantar la
tierra. La madre aprendió el amor cuando le
acariciaste las entrañas.

Por eso su amor inmedible, gratis, mágico
e invulnerable.

Más sobre la obra de la poetisa cubana Zenaida Bacardí en el siguiente enlace: Aquí

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