Plegaria del silencio

Plegaria del silencio

Te lo pido Señor.

Que se apaguen los ruidos.

Que puedan hacer nidos de silencio,
las plazas y las calles.

Que no griten los hombres,
y que aprendan la música inefable
del silencio sonoro,
para que así se salve
la armonía de DIOS.

Que aprendan a escucharte.

TÚ enseñaste el silencio.

Callaste en Belén,
y aunque en el Templo, hablaste,
después de treinta años
nos vino tu palabra,
para darnos la clave
del equilibrio exacto.

Con Pilatos callaste.

Solamente en la Cruz
de nuevo aquél sonido
de impares resonancias
se escuchó soberano y pujante.

Distes en la hermosa diana
de saber entender
la angustia de tu madre;
la admiración de Juan;
y la rabia insaciable
de Judas al venderte.

Te lo pido Señor, que sepan percibir
el concierto del agua en el estanque.

De los cisnes bogando,
y de los ojos prendidos, de quien ama,
el silencio inefable.

De las manos temblando, pero unidas
en la apacible tarde.

De las bocas selladas por la angustia
cuando viene la muerte
a visitarle.

De la montaña augusta
cerniéndose en el suave
terciopelo del cielo,
el vuelo de los pájaros;
esa cruz intocable
de sus alas tendidas.

De la noche, en que el viento,
le da miedo quebrar las ilusiones
de los que tienen hambre.

¡Te lo pido Señor!

Yo te suplico, el que sepan callarse.

¡Esos gritos de rabia!

Esa música agria, desagradable,
que sale de gargantas reñidas,
con la dulce armonía de quien sabe,
que el silencio es palabra,
y suspiro, y ternura y amor.

Comprensión impagable.

Que es Vida de la vida recóndita,
divina singladura
de ese insondable mar;
el de saber callarse.

Callar, para mirar tus ojos,
tus labios entreabiertos,
solamente besados por la luna,
ese delgado alfanje
de reflejos de plata,
que no corta ni el aire.

¡Que se callen Señor!
que sus oídos
sepan siempre escucharte.

     Gracián Quijano

Imagen ilustrativa: «Manos orantes», grabado de Alberto DURERO.