Fray Martín (1579 – 1639)

Fray Martín (1579 – 1639)

No fue Fray Martín andariego, salvo por las calles centrales de la Lima colonial y los embarrados barrios pobres aledaños. En uno de ellos vivió con su madre Ana Velázquez, mulata de origen panameño. Su padre, hidalgo español, Juan de Porres, pronto se desentendió de ellos. En casa aprendió los gestos de la caridad y ayuda. No necesitaba más para la caridad que le urgía. Nunca imaginó que su persona humilde traspasase las fronteras. Sin saberlo, se convirtió en el predicador directo que, sin apenas palabras, conmovió a tantos corazones. Y sigue conmoviéndolos. Nunca imaginó que llegaría a ser el primer santo mulato que llegase a los altares. Le costó ser aceptado por los frailes blancos, por mucha capa negra que llevasen, venidos de tierras lejanas.

Quizá había oído decir a alguno de aquellos frailes una vieja tradición dominicana: si alguien deseaba entrar en el convento y era capaz de estar tres días y sus noches a la puerta, sin que nadie le hiciese caso, pero tuviera paciencia, perseverancia, con ayuno y fortaleza de ánimo, había que admitirlo sin más. Era toda una prueba de lo que ahora llaman de forma poco dominicana discernimiento vocacional. Posiblemente Santo Domingo se hubiera sentado a su lado, a esperar también ser admitidos juntos.

Martín supo esperar, servir de mil modos en el convento, hasta que le abrieron las puertas para ser admitido. Pasó la prueba, que, sin duda, estaba bien pensada.

Sí, primero fue un donado, un don nadie, hasta que lo admitieron como hermano cooperador; ¡cooperador, lego, decían antaño! lo que ya era desde hacía tiempo con su trabajo, su espíritu de servicio, su sencillez de ánimo, su disponibilidad y entrega. Con la reticencia de algunos, pero con el apoyo de otros, Martín se convirtió en el fraile predicador que no buscaba en el convento un refugio para su vida, sino que deseaba seguir y servir a Cristo con la escoba, con las tijeras, con la navaja, peines y cepillos, útiles de barbería, además de los ungüentos, hierbas y pócimas de la botica, y, por supuesto, en la portería, en la sacristía, en ese ir y venir donde se le requería para cualquier humilde faena.

Martín sin fronteras. Martín de los refugiados, de los humildes y desamparados. Martín del mundo, intercede por nosotros. Amén.

De la revista Amigos de Fray Martín (marzo – abril, 2021. Nº 581)