A los pies del Maestro Niño

A los pies del Maestro Niño

¿A quién se puede llamar maestro con letra mayúscula? Al que tenga en su maestría la plenitud de la sabiduría, del sacrificio y del amor.

¿Quién tiene inscrito en su círculo el polígono perfecto de esas tres perfecciones? Pasan por nuestra imaginación las grandes figuras de la Historia. El dibujo maravilloso de estos hombres de las cumbres acusa virtudes y facultades magníficas… Pero, nos acercamos a los elegidos de la inmortalidad y cuando los conocemos bien, advertimos que en el triunfo de sus perfecciones hay bellezas espirituales impresionantes, pero allí mismo se acusan defectos que ponen en la maestría una arruga, una imperfección, un contraste, porque al lado de la luz esplendorosa, llena de transparencias hay sombras que deforman el concepto metafísico de la maestría integral.

¿Dónde está el Maestro absolutamente perfecto? Vamos a buscarlo. Una mujer bella, pura y pobre, ha dado en sus entrañas carne a un Niño. Es una azucena en cuyo cáliz cayó de lo azul un lucero. Viene el Niño, con frío y pobreza. Una sonrisa dulce tiene el recién Nacido para su Madre y para el Patriarca que apadrina el tesoro de su niñez. Al Niño lo festejan y adoran los ángeles, los pastores y los Reyes. El mundo de la gracia y de la naturaleza han acudido a Belén.

La Cátedra es un pesebre; la voz el llanto de un Niño; y la idea de la lección es una realidad que no cabe en el entendimiento humano porque Dios se ha hecho Niño para sufrir en la carne los Dolores de la Redención.

¡Ah, Niño! Tú eres la Maestría perfecta, sin sombras ni defectos. Tú eres con tu triple corona de ciencia, de sacrificio y de amor, el único Maestro que puede escribirse con mayúscula. Eres lo infinito convertido en Niño pobre; el placer infinito convertido en dolor y la gloria de Dios cuajada en una lágrima.

Revista Guía Centro Parroquial, 31 de diciembre de 1939.

Fuente: jable.ulpgc.es