A San José

A San José

Bajo tu excelsa tutela,
Casto esposo de María,
Ha crecido el alma mía
En virtud y perfección:
Deja, pues, que agradecido
Y a impulsos del sentimiento
Te dedique estos acentos
Que exhala mi corazón.

Yo recuerdo avergonzado
Que hubo un tiempo, que abomino,
En que desprecié el camino
Que conduce a la virtud;
Y en que mi alma colocada
Al borde del precipicio
Con el fango de los vicios
Profanó su excelsitud.

Tiempo lleno de inquietudes
Que mis dichas amargaba,
En que mi alma zozobraba
En el mar de la pasión,
Fueron sus frutos aciagos
Según los vi en mi conciencia.
Sombras en la inteligencia
Llantos en el corazón.

Tú, lucero de la Iglesia,
Con santas inspiraciones
Rompiste con las prisiones
Que me ligaban al mal.
¡Cuántas sombras de la mente
Disipaste cariñoso
Al influjo poderoso
De tu gracia celestial!

¡Cuántas veces de mis pasos
Cortaste la audaz carrera.
Para que el alma viviera
Y triunfara la virtud!
¡Cuántas veces en el templo
Ante ti me postré triste,
Y a mis voces respondiste
Con tierna solicitud!

Allí escuché de tus labios
Esa doctrina sublime,
Que regocija al que gime
Y consuela al pecador.
Esas máximas de vida
Del Verbo Eterno emanadas
Y a los hombres enseñadas
Por Jesús, mi Salvador.

Y creí en tus enseñanzas,
Y practiqué tus consejos,
Y percibí los reflejos
De la celeste mansión.
Y sé que tu sombra augusta
Rige y guía mi existencia,
Alumbra mi inteligencia
Y alegra mi corazón.

Ya no siento aquí, en mi pecho
Los acerbos sinsabores
Que sienten los amadores
De este mundo terrenal:
Que es el vicio, y su deleite.
Como la sierpe alevosa.
Que oculta tras fresca rosa
Clava su dardo letal.

Solo ansío la virtud,
Que en esto solo se encierra
La dicha que aquí en la tierra
Puede el alma disfrutar.
Haz que sean los afanes
De ésta mi alma agradecida.
Sufrir mucho en esta vida,
Para en el cielo gozar.

No importa que sus senderos.
Cubran flores purpurinas;
Porque ¡ay!, agudas espinas
Desgarran el corazón.
Padecer es necesario:
Mas, Dios dispuso propicio,
En la tierra el sacrificio
Y en el cielo el galardón.

Y tú, faro esplendoroso,
De la humanidad errante,
Fiel custodio, tierno amante,
Y celoso Protector.
No abandones un momento
A mi alma humilde y piadosa,
Hasta que vuele gozosa
Ante el trono del Señor.

P. Albino Justa

* * *

Grandeza de San José

Imagen ilustrativa: San José con el Niño dormido en brazos, óleo de Francisco Camilo (Museo del Prado).