A la Inmaculada Concepción

A la Inmaculada Concepción

Si te pudiera encerrar
en su pensamiento el hombre,
y si pudiera tu nombre
contenerse en un cantar,

cantara con frenesí
a tu Corazón fecundo,
cuyas gracias das al mundo
porque rebosan en Ti.

Mas, ¡ay!, mi lira soñó,
porque tu gloriosa palma
podrá caber en el alma,
pero en las palabras no.

Mas, ¿por qué me desconsuelo?
Si no escuchas mi canción,
escucharás mí oración,
pues la oración llega al cielo.

Toda eres pura, ¡María!,
y temo que al irte a hablar
pueda mi voz deslustrar
tu hermosura, ¡Madre mía!

El manto que te circunda
para guardar tu pureza,
y, realzando tu belleza,
en mar de gracia te inunda;

tus labios a medio abrir
de tu puro amor al peso,
rompiendo un místico beso,
sin dejar de sonreír;

y esos ojos astros bellos,
cuya luz es tan brillante,
que si tuviera delante
al sol le eclipsaran ellos;

y tu cabellera hermosa,
místico jardín divino,
que esparcida como el lino
sobre tu espalda reposa;

la beldad de tu figura,
todo, en fin, ¡Madre querida!,
da a tu pureza mas vida
y más lustre a tu hermosura.

Mas, ¿no me miras Señora?
¿Por qué no me dejas, dime,
que en esos ojos estime
el amor que en tu alma mora?

Mírame a tu pies de hinojos,
no desatiendas mi ruego,
y aun cuando me deje ciego
la luz que brotan tus ojos,

¡ciégame, brillante Estrella!,
porque la luz de tu amor
sin vista se ve mejor,
pues no es herida por ella.

Pero, ¿qué digo? ¡Insensato!
Al cielo mirando estás,
rogando por mí quizás,
que fui contigo un ingrato.

Sigue pidiéndole a Dios,
mirando al cielo por mí;
yo también te miro a Ti,
y el cielo vemos los dos.

Ya nada me causa duelo,
cesen mis quejas pasadas,
porque nuestras dos miradas
se encontrarán en el cielo.

Hazlo así, ¡Madre querida!
¡Préstame tu ayuda fuerte!
Y cuando empiece en la muerte
el nacer de la otra vida,

rotas los mortales lazos,
a Ti mi alma ha de volar
como el río corre al mar,
¡para ensancharse en tus brazos!

              Balbontín

Palio Azul

Errante salmo en el confín sonoro
va del cielo hacia el templo peregrino,
sereno y suave como un almo coro
melancólico y tierno como un trino.

Llega al oído su rumor canoro
que acoge el alma como a son divino;
envuelto viene en una nube de oro
cual blanca vela por el mar latino.

Es el férvido ritmo que proclama
el Dogma hermoso de la Inmaculada
y España entera con unción le aclama.

¡Oh, que siempre en la gloria de este día,
a la tierra que Dios hizo sagrada
la cubra un palio azul de poesía!

                   José H. Amador

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La Inmaculada Concepción: Tres miradas