¡Madre mía!

¡MADRE MÍA!

Purísima Virgen, que alegras el cielo
Con solo el encanto de tu almo mirar,
Tus ojos convierte y atiende a mi duelo
Que Tú sola puedes, Tú sola aliviar.

El mundo en mil lenguas tus glorias proclama
Bondades sin cuento refiere de Ti;
Escucha propicia la voz que te llama,
Gemido tristísimo del triste de mí.

Viajero perdido en selva intrincada
Sin norte, ni guía, camino al azar;
Cual nauta infelice, que en noche cerrada
En mísera tabla surcara la mar.

Los ojos errantes do quiera dirijo
Buscando anheloso remedio a mi mal;
Mas ¡ay! que solo hallo pesar muy prolijo,
Miseria y engaño, veneno letal.

Del hombre eres Madre; sin Madre me encuentro:
Mi Madre Tú seas, por Hijo me ten;
Que entonces ¡oh Madre! serás Tú mi centro,
Tu pecho mi escudo, tu amor mi sostén.

Cual niño indefenso al seno materno,
Peligros huyendo, seacoje veloz,
Así, Madre mía, temiendo al Averno
Amparo yo busco en tu corazón.

Dirije mis pasos con mano potente
Al trono do impera la excelsa Virtud;
Conseja mis dudas, alumbra mi mente
Con rayo purísimo de célica luz.

Y allá en las mansiones del cielo glorioso
Por siglos, eternos vivamos los dos,
Gozando abrazados en lazo amoroso
La vista hermosísima de tu Hijo y mi Dios.

                             (Autor desconocido)

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