San Martín de Porres, orante y penitente

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La virtud esencial de la oración es la humildad. 

La oración y el trabajo fueron las coordenadas en las que siempre se enmarcó la vida de San Martín. En aquel inmenso ámbito conventual, en claustros y capillas, en escaleras y celdas, en talleres y enfermería, siempre estaban a la vista las imágenes del Crucificado, de la Virgen y de los santos. En aquella silenciosa colmena espiritual dominicana el estudio y el trabajo se desarrollaban en una oración continua.

Fray Martín se veía especialmente atraído por la capilla de la Virgen del Rosario, y allí se recogía por la noche y en el tiempo de silencio por la tarde. Al paso de los días, la celebración de la eucaristía, que solía ayudar en la capilla del Santo Cristo, el Rosario, la celebración en el coro de las Horas litúrgicas y del Oficio Parvo, eran para nuestro santo fraile tiempos de gracia y de gloria…

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Fray Martín vivía ardientemente con Dios, una profunda amistad nacida del trato íntimo en la oración. Por eso fue santo y feliz.

Junto al Crucifijo y la Virgen María, su devoción predilecta era la eucaristía. Le fue dado permiso, cosa rara entonces, de comulgar todos los jueves, y para no llamar la atención, esos días recibía la comunión fuera de la misa. En el coro había hallado un rincón donde podía ver la eucaristía, escondido de todos, en adoración silenciosa, durante horas del día y de la noche. Su amigo don Francisco de la Torre, oficial de la guardia, que le estaba buscando, le encontró allí una vez en oración extasiada, de rodillas, alzado a unos palmos del suelo. Según muchos testigos, fray Martín tuvo numerosos éxtasis y arrobamientos en la oración, y con frecuencia fue visto, estando en oración, levantado del suelo, envuelto en luz y abrazando al Crucificado.

Su devoción a Cristo Crucificado fue inmensa. En el convento de Santo Domingo hay un tríptico en el que el pintor representó a Cristo llevando la cruz y a San Martín de rodillas. De la boca de Jesús salen estas palabras: «Martín, ayúdame a llevar la Cruz», y de la de Martín: «¡Dios mío, Redentor, a mí tanto favor!».

Del libro «San Martín de Porres, humilde mulato peruano» (José María Iraburu)

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