Fray Martín y Dios

Fray Martín y Dios

El Señor se regalaba con su hijo Martín. Pocos siervos de Dios han sido favorecidos de Cristo con tan exquisita finura. En aquellos tiempos de tan poca frecuente comunión él comulgaba tres veces por semana. Después se escondía bajo una escalera, o en la sala capitular y se le pasaban las horas en hondo éxtasis. Había que ordenarle por obediencia volver a la vida normal. Ayudaba todas las misas que podía, y no soltaba el santo rosario de sus manos morenas. Todo el día estaba sumergido en Dios. Sus mortificaciones, y las terribles disciplinas que varias veces al día se infligía entre insultos a su persona eran voz común entre sus hermanos. De una castidad angelical, nadie pudo notar en él que la desdorara…

…Desde el cielo Martín de Porres continúa su labor de bendición. Principalmente sobre el Tercer Mundo, compuesto de esta innumerable muchedumbre de sus hermanos de raza y de sangre, que padecen hambre, golpeados por las setentas plagas de la miseria universal. En la gloria de Bernini, Martín de Porres va a ser una nota pintoresca de “color”. En su carne morena Dios se ha volcado en un alma angélica, condenando con la manifestación de sus beneficios ese horrendo crimen humano que se llama discriminación racial. El Señor, como en su Madre bendita, hizo también en aquel humilde mulatico, maravillas. En San Martín de Porres se une África y Europa en este cemento de nuestra raza latinoamericana, que queda canonizada en él.

Juan M. Ganuza, S.J. (de «San Martín de Porres, el Santo del Tercer Mundo»)

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