Fray Martín y la diversidad racial

la diversidad racial

La gracia divina le envolvía y hacía de él un faro de resplandor, de luz sobrenatural.

En la época de Martín el problema racial, la mezcla de razas, el aspecto social y la cultura impuesta a los nativos por los europeos llegados a América, crearon ciertamente una situación compleja. San Martín de Porres no tenía lo solución, o quizá sí: vio a todos los hombres como miembros del cuerpo místico de Cristo; vio a Cristo en cada hombre, libre o esclavo, pobre o rico; vio sin distinción de colores el alma del negro, del indio, del blanco o del asiático.

En San Martín de Porres se funden dos estirpes, dos razas, dos mundos; mientras en su rostro se acentúan las diferencias entre ambas. Dos mundos que circunstancias históricas y raciales han mantenido separados, se estrechan en Martín y proclaman al orbe la profunda e íntima unidad de toda estirpe humana, que se basa en haber sido creada a imagen y semejanza de Dios y en haber sido redimida por la misma sangre de Cristo Nuestro Salvador.

San Martín es americano, por haber nacido en Perú; tiene sangre europea, por ser su padre español; africano, por ser esa su raza natural. Y todos pueden decir que es suyo, porque es de todos…No es un santo de una nación sino para el mundo entero. Martín es un símbolo viviente de la necesidad de concordia y comprensión de los pueblos y las razas. Supo equilibrar de manera admirable la dignidad de hijo de Dios con la humildad de su nacimiento y menosprecios raciales. Y es que ninguna raza ni sangre impone limitaciones al espíritu:

Dios por medio de Fray Martín, ha sabido hermanar la diversidad racial. Y, bajo la serena mirada de sus ojos, todos los colores son bellos. Negrito entre los blancos y blanco entre los negritos. Porque Fray Martín es azabache en el regazo de su escapulario negro. Pero es también de nieve blanquísima en el brazo anchuroso de su túnica blanca: penitencia y sonrisa: unidad en el amor.

Cuando la escoba de Fray Martín comenzó a acariciar el polvo de nuestro suelo, su humildad apenas nos permitía ver la nubecilla de sus milagros. Pero, poco a poco, sus manos han ido levantando, a través de los siglos, una brisa de protección (dirigida a todos los pueblos). Y, cuando nos hemos querido dar cuenta, ha penetrado en nuestros hogares y se ha sentado a nuestro lado, como un hermanito mayor que se hubiera ausentado por un poco de tiempo».

Anónimo

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