Al Santo Hermano Pedro de Vilaflor

Al Santo Hermano Pedro de Vilaflor

En los rincones dispares del mundo
Siervo de Dios, hermano de los hombres
que a los ricos motivas y a los pobres;
ejerciendo con humildad tu rumbo.
Antepones sacrificio a libertad
pleno tu corazón de valentía
la conciencia le sirve a tu valía
para poner en tus hechos caridad.
¡Qué irónica es la vida en tu actuación!
Fundador de tu escuela, sin estudios
enfermero sin la ciencia, por amor.
Hospital de vagabundos tu pensión,
refugio es tu posada de impedidos
tu casa: ¡lugar de paz y de oración!
incansable terciario franciscano;
luchador por el pobre y la injusticia
y del enfermo, predilecto hermano.
Campanilla pequeña es tu palabra
que llama con tu toque la atención;
mil cosas dice con su voz de bronce
llenando los corazones de emoción.

               Carmen Suárez Baute
   «Imágenes en verso» (2005)

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Festividad del Santo Hermano Pedro

La devoción al Patriarca San José

La devoción al Patriarca San José

Muchísimos son los devotos de San José que han atestiguado haber hallado consuelo y remedio a sus necesidades, implorando la protección de este glorioso Patriarca: hombres, mujeres, ancianos, jóvenes, todos, siendo fervientes devotos de San José, han experimentado la poderosa virtud de su patrocinio, porque según dice San Bernardo: «él mismo abre su pecho para que de sus piedades se surtan y provean todos largamente».

¡Cuántas miserias templadas y cuantas desgracias remediadas por su poderosa intercesión! Leamos la vida de Santa Teresa de Jesús, escrita por su mano y en ella encontraremos elocuentísimas palabras, asegurando que habiendo tomado por abogado al glorioso San José y encomendándose mucho a él con verdadera devoción; no recordaba haberle suplicado cosa que la hubiera dejado de hacer, y en todas las sabias y meritísimas obras de tan gran santa, recomienda eficazmente esta devoción, porque siempre resulta para consuelo de los cristianos, que San José es su protector, su amparo, su sombra y su refugio; que su patrocinio no solamente es seguro, sino también poderosísimo: que la representación de nuestras miserias, su piedad y ternura, el ejemplo de su misericordiosísima Esposa y de su Hijo, los intereses de la sangre del unigénito de Dios vertida por nosotros, y últimamente la experiencia testificada por los Santos; todo está acreditando una finísima voluntad y un patrocinio seguro.

Testimonio elocuentísimo de esta voluntad y patrocinio, lo es, el que en todo el orbe católico se celebra con la mayor solemnidad la festividad de San José, del Padre putativo del Hijo-Dios, del esposo amantísimo de la Virgen María, y cuando por todas partes y en todos los sitios se cantan las glorias del benditísimo Patriarca, entonces el alma cristiana respira de gozo y siente una verdadera satisfacción, nacida de la esperanza, porque el esposo de María Santísima no desoye nunca cuanto se le pide, escucha atento los ruegos de sus devotos, intercede é implora de la divina Providencia la realización de los favores que se le piden.

Postrémonos todos a los pies de San José, llenos de esperanza, pero practicando a la vez las virtudes cristianas, en la seguridad, de que con su patrocinio seremos verdaderamente venturosos, verdaderamente felices y verdaderamente cristianos.

Francisco Jiménez Marco (1898)

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Al Patriarca San José

Diste a Jesús tu cariño,
y es tu cariño tan fuerte,
que jamás logramos verte
si no es con el tierno Niño.

Y estés andando o parado,
y estés sentado o de pie,
siempre en tus brazos se ve,
y a ti en mirarle obstinado.

Tus brazos trono le dan;
tus labios miel y dulzor,
y tu mirada ese amor
que El busca con tanto afán.

Mas la actitud extasiada
de tu bendita figura,
también, José, nos augura
¡que en el taller no haces nada!

Pues al quererle cuidar
con tanto y tanto ardimiento,
¡no tendrás nunca un momento
para darte a trabajar!

Yo, pues, que siento gran pena
de que no ejerzas tu arte,
vengo gozoso a brindarte
un medio de hacer faena.

Para que tú, buen José,
tomes la gubia o la sierra.
¡al Rey de cielos y tierra
yo en mi regazo tendré!

Su frente es blanco jazmín;
su boca es rojo clavel,
y allí mis besos de miel
pondré con ansia sin fin…

Mis brazos trono le harán,
mis versos daránle honor,
y el corazón ese amor
que Él busca con tanto afán.

Pero… ¿no quieres?… ¿Te humilla?…
¿Qué pena tu pecho embarga?
¿Qué es esa lágrima amarga
que resbala en tu mejilla?…

Ah!, sí…, ya sé…; ¡no te atreves!
¡Tan necio y tan loco he sido!
¡Tantas veces le he ofendido
con mis acciones aleves!

Mas… ¡dámelo! ¿No querrás?
Yo mi constancia aseguro…
Déjamelo… ¡Yo te juro
no abandonarlo jamás!…

Yo pagaré con usura
todo el gran mal que le he hecho;
verás, verás en mi pecho
¡qué incendio de amor fulgura!

Y si algún día, atrevido,
Satán de nuevo me intima,
y ves que avanzo a la sima…
y ves que de Dios me olvido…;

si ves que corro obcecado
y extiendo hacia el mal mis alas…
¡oh!, sea a buenas o a malas,
¡líbrame tú del pecado!

Muéstrame que eres mi amigo…
Detén mi fuga inaudita…
¡Toma tu vara bendita,
y usa tu vara conmigo!…

      Pascual Lull Giménez

A San José

A SAN JOSÉ

Bajo tu excelsa tutela,
Casto esposo de María,
Ha crecido el alma mía
En virtud y perfección:
Deja, pues, que agradecido
Y a impulsos del sentimiento
Te dedique estos acentos
Que exhala mi corazón.

Yo recuerdo avergonzado
Que hubo un tiempo, que abomino,
En que desprecié el camino
Que conduce a la virtud;
Y en que mi alma colocada
Al borde del precipicio
Con el fango de los vicios
Profanó su excelsitud.

Tiempo lleno de inquietudes
Que mis dichas amargaba,
En que mi alma zozobraba
En el mar de la pasión,
Fueron sus frutos aciagos
Según los vi en mi conciencia.
Sombras en la inteligencia
Llantos en el corazón.

Tú, lucero de la Iglesia,
Con santas inspiraciones
Rompiste con las prisiones
Que me ligaban al mal.
¡Cuántas sombras de la mente
Disipaste cariñoso
Al influjo poderoso
De tu gracia celestial!

¡Cuántas veces de mis pasos
Cortaste la audaz carrera.
Para que el alma viviera
Y triunfara la virtud!
¡Cuántas veces en el templo
Ante ti me postré triste,
Y a mis voces respondiste
Con tierna solicitud!

Allí escuché de tus labios
Esa doctrina sublime,
Que regocija al que gime
Y consuela al pecador.
Esas máximas de vida
Del Verbo Eterno emanadas
Y a los hombres enseñadas
Por Jesús, mi Salvador.

Y creí en tus enseñanzas,
Y practiqué tus consejos,
Y percibí los reflejos
De la celeste mansión.
Y sé que tu sombra augusta
Rige y guía mi existencia,
Alumbra mi inteligencia
Y alegra mi corazón.

Ya no siento aquí, en mi pecho
Los acerbos sinsabores
Que sienten los amadores
De este mundo terrenal:
Que es el vicio, y su deleite.
Como la sierpe alevosa.
Que oculta tras fresca rosa
Clava su dardo letal.

Solo ansío la virtud,
Que en esto solo se encierra
La dicha que aquí en la tierra
Puede el alma disfrutar.
Haz que sean los afanes
De ésta mi alma agradecida.
Sufrir mucho en esta vida,
Para en el cielo gozar.

No importa que sus senderos.
Cubran flores purpurinas;
Porque ¡ay!, agudas espinas
Desgarran el corazón.
Padecer es necesario:
Mas, Dios dispuso propicio,
En la tierra el sacrificio
Y en el cielo el galardón.

Y tú, faro esplendoroso,
De la humanidad errante,
Fiel custodio, tierno amante,
Y celoso Protector.
No abandones un momento
A mi alma humilde y piadosa,
Hasta que vuele gozosa
Ante el trono del Señor.

          P. Albino Justa

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Grandeza de San José

Santa Teresa de Lisieux (Santa Teresita del Niño de Jesús)

Quiero pasar mi cielo haciendo bien en la tierra

Nació en Alençon (Normandía, Francia) el dos de enero de 1873. Fue la mayor de las cinco hijas de los esposos Luis Martin y Celia Guerin. Inteligente y sumamente tierna, escribe: «Si no hubiese sido educada por padres virtuosos, hubiera llegado a ser muy mala y tal vez perderme eternamente». Más tarde, visitando el Carmelo de Lisieux sintió la llamada divina en su alma. A causa de su poca edad y de una grave enfermedad, no podía lograr su deseo. En su habitación la imagen de la Virgen «le sonrió«, recuperando milagrosamente la salud. En 1887, delante de León XIII, arrodillada y bañada en lágrimas pidió ser admitida al Carmelo. Al poco tiempo de morir su madre se cumplieron sus deseos, ingresando en las benedictinas de Lisieux el 9 de abril de 1888. Llevó una vida de amor y heroico sacrificio, mereciendo durante toda ella el elogio que recibió una vez: No hizo ninguna cosa extraordinaria, pero todo lo hizo extraordinariamente bien. Únicamente sentía un deseo: ¡Amar a Jesús hasta la locura! Teresita se entrega como ofrenda al cuidado de los pobres y necesitados, siguiendo con humildad su «caminito espiritual« que ya claramente tiene trazado hacia el cielo: «El amor se paga nada más que con amor, mi misma debilidad me da valor para ofrecerme como víctima a vuestro amor». Pasó diez años dentro de la clausura y su salud no tarda en resistirse. Enferma de tuberculosis, en una larga noche de santa expectación dolorosa, sólo en el corazón de Santa Teresita florece la paz. En su lecho de dolor pronunció estas proféticas palabras: «Sólo amor he dado a Dios durante mi vida, y sólo amor me devolverá el Señor. Después de mi muerte derramaré una lluvia de rosas». Murió el 30 de septiembre de 1897.

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“La vida es con frecuencia pesada. ¡Qué amargura, pero también qué dulzura; Sí, la vida cuesta; es penoso comenzar un día de trabajo; tanto el débil capullo como el hermoso lirio lo han experimentado. ¡Si al menos se sintiese a Jesús…! ¡Oh, con qué gusto se haría todo por El! Pero no. El parece estar lejos… estamos solas con nosotras mismas. Oh, la enojosa compañía cuando Jesús está ausente!

¿Pero qué hace, entonces, este dulce Amigo? ¿No ve nuestra angustia, el peso que nos oprime? ¿Dónde está, por qué no viene a consolarnos puesto que no tenemos otro amigo que a El? ¡Ay…! El no está lejos, está muy cerca y nos mira; y nos «mendiga» esta tristeza, esta agonía… El la «necesita» para las almas, para nuestra alma: ¡Quiere darnos tan bella recompensa! ¡Sus ambiciones para nosotras son tan grandes…!

…¡Oh, qué destino! ¡Qué grande es nuestra alma! ¡Elevémonos por encima de la tierra! Más arriba el aire es puro. Jesús se esconde, pero se le adivina adivina… Derramando lágrimas se le enjugan las suyas, y la Santísima Virgen sonríe. ¡Pobre Madre! ¡Ha sufrido tanto Ella por causa nuestra! Justo es que nosotros la consolemos un poco llorando y sufriendo con Ella…”.

(Extracto de una carta de Santa Teresa de Lisieux a su hermana Celina, Sor Genoveva de la Santa Faz).

Oración

¡Oh Santa Teresita del Niño Jesús, modelo de humildad, de confianza y de amor! Desde lo alto de los cielos deshoja sobre nosotros esas rosas que llevas en tus brazos: la rosa de humildad, para que rindamos nuestro orgullo y aceptemos el yugo del Evangelio; la rosa de la confianza, para que nos abandonemos a la Voluntad de Dios y descansemos en su Misericordia; la rosa del amor para que abriendo nuestras almas sin medida a la gracia, realicemos el único fin para el que Dios nos ha creado a su Imagen: Amarle y hacerle amar Tú que pasas tu Cielo haciendo bien en la tierra, ayúdame en esta necesidad y concédeme del Señor lo que Te pido si ha de ser para gloria de Dios y bien de mi alma. Así sea.

Enlace recomendado: La Basílica de Santa Teresita

Festividad de San José de Cupertino, fraile franciscano conventual

San José de Cupertino, fraile franciscano conventual

La familia religiosa del Seráfico padre San Francisca de Asís, en la rama más antigua de su primera Orden, llamada de Menores franciscanos conventuales, celebra la fiesta de este santo, singular premio por sus virtudes —humildad y paciencia ante las humillaciones y los fracasos— y por los dones que recibió del Señor. Nació José María Desa el año 1.603, en la localidad italiana de Cupertino, de la provincia de Lecce, de padres pobres y religiosos que educaron a su hijo en el santo amor a Dios. En su deseo de ofrecerse al Señor, intentó ingresar en la religión capuchina, más hubieron de despedirlo por su ineptitud para los oficios; no desistió el joven y solicitó su ingreso entre los padres conventuales, quienes movidos de la bondad del postulante, le admitieron como hermano lego. Más tarde, a causa de su excelente comportamiento y por especial disposición del Señor, le hicieron estudiar y a los 25 años se ordena sacerdote. Sus virtudes, los favores que recibía del cielo y otros prodigios  —arrobado de éxtasis, levitaba a grandes alturas— hacían que la gente acudiera, a su pesar, en tropel a venerarlo. Más de sesenta fueron los éxtasis públicos, con la particularidad de que cesaban a la voz de la obediencia. Su paciencia era inagotable, ya que muchos le atacaban por su sencillez, por su humildad y por su extremada pobreza; y vivió muchos años con grandes tribulaciones, de las que le libró después el Señor, llevándolo al descanso eterno desde Osimo el 18 de septiembre de 1663, cuando contaba sesenta años. Sus últimas palabras fueron para la Virgen: Monstra te esse Matrem: Muestra que eres mi Madre. Contaban los frailes que aquel perfume milagroso que indicaba su presencia en los conventos se difundió en ese momento y duró muchos años. Conocido como «el santo volador» es, además, considerado patrono de los estudiantes, pues sus oportunas invocaciones a la Virgen le bastaban para lograr prodigios de sabiduría en los exámenes.

Protector de los examinandos 

Vivió San José de Cupertino en el siglo XVII (1603-1663). Joven todavía, y vencidas ya no pequeñas dificultades motivadas por su escasísima aptitud para las letras, fue admitido en calidad de lego en la Orden de Franciscanos Conventuales y destinado inmediatamente al convento de Santa María della Grotella, cuyos religiosos diéronse muy pronto cuenta del gran tesoro que Dios les había confiado, que a las reiteradas y a las justas instancias de ellos debió el Santo la singular merced de ser admitido entre los religiosos del coro, a pesar, según hemos dicho, de su poca disposición para el estudio.

Por su parte, haciéndose cargo el joven Religioso de sus nuevos deberes de estudiante, dióse con ánimo esforzado a observarlos, y después de mucho trabajo y diligencia pudo penetrar algo en el conocimiento del latín y aun a traducir con seguridad aquel fragmento del Evangelio, donde, entre otras cosas, se leen aquellas tan conocidas palabras: Beatus venter qui te portavit.

Preparado de esta suerte y puesta toda su confianza en la Santísima Virgen presentóse para recibir el Diaconado, siendo de advertir que la primera clerical tonsura, las cuatro Órdenes menores y el subdiaconado los recibió sin previo examen, atendida su pura santidad. Era el señor Obispo de Nardó, D. Jerónimo de Franchi, quien debía conferirle tal Orden, y lo hubiera realizado pasando por alto el requisito del previo examen, a no habérselo recordado uno de los que le acompañaban. Por este motivo se dispuso aquel Prelado a cumplir los sagrados Cánones, y a tal fin abrió al azar el libro de los santos Evangelios, señalando como materia para el examen el pasaje que tan providencialmente se había ofrecido, esto es, el único ya citado, que el Santo conocía con perfección. Tradújolo el humilde religioso y lo comentó luego con tan santa maestría, ponderando las excelencias de la Virgen, que dejó al Obispo sumamente satisfecho y admirados a los demás presentes.

Pero mayores y hasta humanamente insuperables eran las dificultades con que parecía haber de tropezar para recibir el Presbiterado, pues, dada la fama de riguroso que tenía el señor Obispo de Castro, Don Juan Deti, era de temer que por esta vez saliese mal parado el Santo, y esto le habría sucedido a no contar con la protección y amparo de la Santísima Virgen, la cual le infundió tal ánimo que se presentó con toda confianza a exámenes en compañía de otros ordenandos de su Instituto muy aprovechados en ciencias divinas y humanas. Preguntó el señor Obispo a varios de los mismos con el rigor que acostumbraba, y deduciendo, luego, de la notoria aptitud de los ya examinados la de los que quedaban todavía por examinar, entre los cuales estaba San José de Cupertino, dejó de preguntar a estos últimos, dándose por satisfecho de todos.

Pedro Mártir Bordoy i Torrents

Oración

Querido Santo, purifica mi corazón, transfórmalo y hazlo semejante al tuyo, infunde en mí tu fervor, tu sabiduría y tu fe. Muestra tu bondad ayudándome y yo me esforzaré en imitar tus virtudes. Gloria…

Amable protector mío, el estudio frecuentemente me resulta difícil, duro y aburrido. Tú puedes hacérmelo fácil y agradable. Esperas solamente mi llamada. Yo te prometo un mayor esfuerzo en mis estudios y una vida más digna de tu santidad. Gloria…

Oh Dios, que dispusiste atraerlo todo a tu unigénito Hijo, elevado sobre la tierra en la Cruz, concédenos qué, por los méritos y ejemplos de tu Seráfico Confesor José, sobreponiéndonos a todas las terrenas concupiscencias, merezcamos llegar a El, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén.

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San José de Cupertino, por José María Feraud