La Virgen de la Paloma
Enfermo se encuentra el niño,
y su madre, que le adora,
vierte lágrimas amargas
y no sale de su alcoba.
En vano de la botica
apuró todas las drogas;
en vano del arte médico
se agotó la ciencia toda;
nadie puede dar la vida
a aquella flor que se troncha,
a aquella luz que se extingue,
y que merma hora por hora.
Se duerme; la calentura
le rinde al fin y le postra;
la madre afligida entonces
toma una vela, llorosa,
y se encamina a la Virgen,
la Virgen de la Paloma.
∼
He tenido un sueño, madre,
que mis sentidos conforta:
soñaba que se acercaba
a mi lecho una señora
vestida de negro el cuerpo,
la frente de blancas tocas;
y cogiéndome las manos
entre las suyas hermosas,
—“Vive, niño, me decía,
vive, tu madre te adora”;
y me besaba la frente…
¡Bendita sea su boca!
∼
Ya está bueno el niño; juega
y corre la casa toda;
su madre le lleva al templo.
—Hijo, las rodillas dobla,
y da gracias a la Virgen
porque la salud te torna.
—Sí haré; ¡ay, madre, es ella, es ella!
—¿Quién es? —Aquella Señora
que cuando yo estaba enfermo
fue a visitarme a mi alcoba;
la que tomando mis manos
entre las suyas hermosas,
—“Vive, niño, me decía,
vive, tu madre te adora”;
la que me besó en la frente…
¡Bendita sea su boca!
—¡Bendita sea la Virgen,
la Virgen de la Paloma.
Narciso Serra
—
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