Corpus Christi

Corpus Christi

De madrugada, Dios, de madrugada…
Y, ya en las calles, hombres de rodillas
moldean su plegaria de artesanos
—amor, color y aroma entre los dedos—.
Con la rosa y el brezo y la retama
alfombran el camino que, a la tarde,
recorrerás entre el fervor de un pueblo
que te ofrece, sencilla, humildemente,
la sublime oración de su silencio.
Flores y amor, Señor, entretejidos
en tapices tendidos a tus plantas,
engalanan la piedra y el asfalto,
vistiendo la ciudad en tu homenaje.
¡Que bien verás, Señor, desde tu Altura,
esta olorosa, vegetal ofrenda,
que nosotros miramos paso a paso
en difícil —humana— perspectiva!
Da a estos hombres la flor de tu sonrisa
y alfombra sus caminos por la tierra.
Porque se han levantado con el alba
para hacer su oración, arrodillados.

                      Rafael de Sierra

Dentro de mí está Dios

Dentro de mí está Dios

Dentro de mí está Dios
y los caminos alrededor.

Si ando,
Dios se esparce por todos los caminos.

Si hablo,
por todos los caminos va su voz.

En el tacto, sus palmas
son estas mías que os entrego.

Y sus ojos de llanto
son estos míos y estas lágrimas.

Si os amo,
sólo os ama su amor, no mi medida.

Y si os silencio,
cómo me habita Dios en su silencio.

A dádivas, a entregas,
que no daré, si daros
sobrepasa su colmada alegría.

Tomadme.
Que sólo Dios me ofrece o me recibe.

                   Trina Mercader

Cuánta noche (poema)

Cuánta noche

¡Cuánta noche, mi Dios, ay, cuánta noche
sepultamos con sueño en la almohada!
Cuánta vida se queda sepultada
sin memoria, sin tiempo: negro velo.

Cuánta vigilia también, cuánta vigilia
tan sin notarse, gris, amontonada,
sin un hito, un perfil que las destaque:
de una en otra igual, cuánta jornada.

Casi dormido el gozo. Viva pena
por todas las desgracias que nos caben.
Nada nos pertenece. El tiempo vuela,
oscuro y transitorio, como un ave.

En sombras alumbrados. Acabados.
Indiferentes días cierran sumas…
¡Por cuánta bruma andando, cuánta bruma!
No me olvides, mi Dios, en esta nada.

Mota de polvo, leve criatura
que hasta Ti pretende ser alzada.
¡Hasta Ti, mi Señor, y por sí sola
no puede, no, llegar a tanta altura!

               Chona Madera
«Las estancias vacías» (1961)

Viento de Pentecostés

Viento de Pentecostés

«Al cumplirse los días de Pentecostés estaban todos juntos en un mismo lugar, cuando de repente sobrevino del cielo un ruido, COMO DE VIENTO IMPETUOSO QUE SOPLARA, y llenó toda la casa donde estaban».

Para el buen marinero no hay mayor felicidad que la de extender las velas un día de buen viento. Es un placer dejarse llevar por aquella maravillosa fuerza del cielo, gracias a la cual se avanza, en poco rato y con menos esfuerzo, mucho más que remando durante horas.

Pero muchos marineros tienen pereza de alzar la vela y manejar el timón… no saben aprovecharse del viento ni dejarse conducir por su fuerza. Y lo mismo ocurre en el plan espiritual. Pentecostés es la fiesta del gran soplo divino que se apodera de los hombres para empujarles mar adentro y darles una vida que valga la pena de ser vivida.

Pero la mayoría de los hombres se comportan como unos pobres remeros que sólo confían en sus propias fuerzas. Reman penosamente, y muchas veces sin rumbo… en vez de alzar su vela y abandonarse a la fuerza del Espíritu divino. El viento de Pentecostés es un soplo primaveral, cuya impetuosidad lo transforma todo, cuya constancia y dulzura trabajan sin descanso en renovar la faz de la tierra. A los que saben alzar las velas de la confianza les arranca de sus egoísmos para llevarles siempre más lejos por los caminas de la Verdad y del Amor.

El viento de Pentecostés que dio nacimiento a la Iglesia continúa soplando por los siglos de los siglos, empujándonos a todos en el camino del apostolado, como entonces empujó a los Doce a la conquista del mundo para Cristo. Mientras haya almas alejadas de Dios en cualquier parte del mundo, mientras no haya un solo rebaño y un solo pastor, la misión apostólica no tendrá fin, y todos estamos llamados a esta misión.

Así lo dispuso Cristo el día de su Ascensión: «recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y Samaria y hasta las extremidades de la tierra».

El Espíritu Santo, soplo divino de inteligencia y sabiduría, de fuerza y consejo, de ciencia, piedad y santo temor, es la realización de la gran promesa que hizo Cristo a los hombres al volver hacia el Padre Eterno. El Espíritu Santo, don de Dios en el día de Pentecostés, se queda en la Iglesia hasta la consumación de los siglos, para acabar en ella, por ella y con ella (lo que significa en nosotros, para nosotros y con nosotros) la misión evangélica de Cristo.

Revista Betania, 1 de junio de 1952. La Redacción.

Una imagen de San Martín de Porres en Torrevieja (Alicante)

Imagen de San Martín de Porres en la Parroquia de San Roque y Santa Ana de Torrevieja (Alicante), obra del escultor Víctor García.

Hace poco, mi compañero de habitación en un hospital —le extirparon un riñón— fue contándome a ratos (eran muchas horas solos) sus trabajos y sus días. Albañil, pero albañil con todos los aires sencillos del artesano rural. Trabajaba la piedra y la madera en sus ratos libres. Ponía empeño y lo hacía muy bien a tenor de las fotos que me enseñó. Le dije que pasado un tiempo iría a verle a su casa y que le llevaría unas fotos de San Martín para que hiciese una talla, medallón o lo que quisiera como recuerdo agradecido de los 10 días compartidos en aquella habitación. Y por la bonanza pos-operatoria. Será mi visita en octubre. Y espero que…

Todos hemos oído alguna vez la frase: “Estas cosas ya no se hacen hoy en día” cuando hemos visto una iglesia o catedral de muy bella factura, o cuando hemos ido a un museo y hemos podido contemplar obras espectaculares de imaginería religiosa u obras artísticas de otro tipo. Pues sí, se siguen haciendo obras bellas, con gusto estético, y que reflejan todo un mundo de mística interior, de creencias firmes y duraderas, que plasman rostros y actitudes que invitan a la devoción y al respeto. Una forma de avivar la memoria del corazón y alentar la fe de las gentes en gestos agradecidos.

Torrevieja nos suena a mar, a apartamento ganado en concurso televisivo, como si allí no hubiese más que sol y playa. Pues no. También hay vida y vida cristiana cuidada, presencia creyente en sus gentes y en sus imagineros imaginativos. Eso es lo que tan bien nos ha demostrado el imaginero y escultor Víctor García Villalgordo con su trabajo para la parroquia de San Roque y Santa Ana, allí, en Torrevieja (Alicante): ha esculpido una talla de San Martín de Porres en tamaño natural, 1,70 metros de altura, con un rostro joven, bello, de un mulato emigrante lugareño, en madera de tilo. El artista ha sabido captar tres elementos esenciales en San Martín de Porres: la mirada «serena» puesta en lo alto, el «crucifijo» que sostiene y la «escoba» simbólica de su actitud de servicio. Hay en toda ella un aire que hace imposible no recordar a San Juan de la Cruz en actitud similar. Y es que cuando hay santidad por el medio, los gestos se asemejan. La imagen ha sido colocada en lugar bien visible este verano, en el altar de la Virgen del Rosario, sin que se hagan competencia, sino como apoyo mutuo en las demandas y agradecimientos de las buenas gentes de Torrevieja.

Una rifa popular de una talla, a escala, del s. XVII de S. Martín, donada por Ramón Torregrosa, se ha llevado a cabo para sufragar los gastos de esta otra más imponente, más a la altura de nuestra propia humanidad. El párroco, D. Mariano Martínez Bernad, ha puesto mucho empeño en esta imagen tan simbólica como real, en estos tiempos en que los refugiados, los emigrantes, todos nosotros, necesitamos rostros en los que mirarnos, como miramos padres o familiares ausentes. Desde aquí, nuestro agradecimiento dominicano; con la esperanza de poder un día compartir con el Sr. Víctor y D. Mariano, un rato de afable charla en torno a San Martín de Porres. Seguro que tienen muchas cosas que contarnos.

Fuente: Revista Amigos de Fray Martín, Septiembre-Octubre de 2017 (Nº 560).

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El sentir de un escultor: una imagen de San Martín de Porres