El Corazón de Jesús y la Cruz
No pocas capillas y altares dedicados a Jesús crucificado se van mudando y consagrando al Corazón de Jesús. Este es un hecho. Ahora bien: ¿reúne el Corazón de Jesús la sublimidad del misterio doloroso que redime y ama, el concepto comprensivo de los destinos de la Cruz en la evangelización del mundo? Creo que esta nueva fase de la teología mística es perfectamente explicable y corresponde al refinamiento de las aspiraciones del espíritu cada vez más complejo y sediento de emociones que acorten la distancia que media entre el hombre que asciende a Dios y Dios, que desciende al hombre para comunicarse íntimamente estableciendo el lazo religioso que se apretará allá donde lo bueno se mejora y lo perfecto se perfecciona con progresión indefinida. No queremos deprimir el culto a Jesucristo Redentor; pero sus relaciones con el misterio de su Corazón merecen atento estudio: si el Crucifijo es el amante que se martiriza como Hostia cruenta, el Corazón de Jesús es la misma Hostia que perpetúa su holocausto con vida interminable, con vida viva, si cabe la frase; el Crucifijo ama y muere por amar, el Corazón de Jesús sufre y vive cara seguir sufriendo; Jesús crucificado purifica las almas por el dolor amoroso, el Corazón de Jesús por el amor doloroso; en la Cruz se exhibe Cristo vencedor de la muerte en todos sus miembros; aquí reconcentra todos sus dolores y los brinda en el cáliz de amargura de su Corazón; como si dijéramos el mar hecho una gota, el sol condensado en una chispa.
Mas, si alguno hubiere que exija la efusión de sangre expiatoria y las supremas hermosuras de la muerte, que medite bien, le suplico, en los misterios del Corazón de Jesús. ¿Le falta la Cruz acaso? ¿No la lleva sobre el corazón? ¡Ah! Que ya no es Cristo extendido en ella, sino la Cruz que brota y culmina en su mismo pecho: es su Corazón convertido en Cruz. Y como si fuera insuficiente todo esto y quisiérase integrar el misterio añadiendo los pensamientos a los afectos, despréndese de la cabeza del Crucificado la corona de espinas y cae sobre el Corazón, a fin de que no solamente sea torturado el órgano de la idea, pero también el de las afecciones, y así, entrelazados corazón y entendimiento, prorrumpan en llamas de caridad que suban al cielo y en hilos de sangre que caigan sobre la tierra cual lluvia de amor.
Fray Pedro Fabo del Purísimo Corazón de María (Marcilla, Navarra, 1873-Roma, 1933)
La Hormiga de Oro, 18 de junio de 1936.
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