Mandato
Ya está dicho, Señor, todo a los hombres
en los siglos, la noche y la distancia.
Nos lo dijiste Tú. Entre tus brazos
se encierra el gran misterio de la lanza.
Todo está dicho ya. Nada hay de nuevo
que no sea la guerra y la cizaña,
que no sea ese frío de su odio
o el triste subsistir, aunque sin alma
—pues se ha perdido, triste entre las cosas—
sin comprender la vida y su constancia,
sin comprender la noche y su pureza,
sin saber que el dolor es quien le salva.
Ya se ha escuchado todo. Y en el hombre
se ha perdido la fe de tu llamada;
son sus huellas —el paso de otros hombres—
tristeza y desaliento. Le acompañan
porque ignora la fuerza del silencio,
desconoce el valor de la plegaria
y vive —vagabundo de su angustia,
eterno caminante de nostalgias—
torturado entre sombras y entre asfalto
apresado en su cuerpo y en su nada,
vaciando por los ojos el hastío
sin saber sonreír. Sólo, en su marcha,
le espera el desaliento junto al vicio
con las manos vacías… ¡Todo pasa!
Le esperan los sarcasmos de sus horas.
Le acechan desengaños que le arrastran
al abismo insondable del pecado
o a la cúspide atroz de tantas faltas
que son la consecuencia de sí mismo…
¡achacándote a Ti, que Tú, no hablas ..!
* * *
Ya está dicho, Señor, todo a los hombres.
Ya nos lo has dicho Tú. Y en tus palabras
—bendición de las penas y los siglos—
vibrante está el Amor: “¡Levanta y anda!”
Aurea María Fernán-Torre
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