La Oración del Huerto
I
En sus bases de pórfido
del Erego la mística montana
sus encumbradas cimas
hasta el cielo levanta.
La luna melancólica,
escondida entre lóbregas nimbadas,
traslucir deja, en vaga intermitencia.
su moribundo resplandor de plata.
Las nieblas vagarosas,
extendiendo del monte por las faldas
sus húmedos vapores,
por el extenso campo se dilatan.
El viento, entre los cedros,
y las robustas palmas
que se yergen altivas en el valle,
hondos suspiros de tristeza exhalan,
y del verde olivar en el ramaje,
los pardos búhos de pupilas anchas,
en agorera queja
sus tétricos ronquidos desparraman.
En sus nidales las palomas sueñan
y en los cañales del Cedrón, las garzas
empiezan a dormir, mientras el río,
como un sollozo, su caudal arrastra.
II
Es media noche.
En el obscuro seno
de una abrupta caverna,
con dolorosas ansías,
orando está Jesús, el rostro en tierra.
En sedosa madeja a sus espaldas
flota su cabellera
y por el blanco cuello
en guedejas undívagas se enreda.
Conmueve la caverna sus entrañas
y retumbar escúchase en sus grietas
la voz de Dios que exclama:
«Si hay alguien en el mundo que se atreva
a servir de holocausto por el hombre,
responda a mis acentos. Dios lo espera».
Y alzando Cristo su angustiada frente,
sin vacilar contesta:
—»Señor, estoy dispuesto,
en redención te ofrezco mi existencia…
Soy obra de tus manos;
hágase en mí la Voluntad Eterna!».
III
Y se rompen de nuevo
los senos de la gruta, y un arcángel
se yergue en ella en actitud altiva…
Y en ese mismo instante
llena la caverna de relámpagos
y un trueno sordo suena por el Valle.
El ángel habla a Cristo:
-¿Dime, Jesús, vas a verter tu sangre
para salvar al hombre?
-Sí, contesta Jesús, por su rescate
ofreceré mi vida
y le abriré los cielos. Ya lo sabes.
Un rugido infernal de sus entrañas
exhala, ardiente de furor, el ángel,
y volviéndose al Cristo:
—¿Cómo te atreves, dícele, a inmolarte
por la prole de Adán, raza maldita,
con millones de crímenes culpable?
Troncha Caín el cuello de su hermano
y vaga ahora por el mundo errante;
vende a Sansón la pérfida Dalila;
asesina Aristóbulo a su madre;
Absalón es traidor y sanguinario…
¿Y aún así piensas, Jesús, sacrificarte?
—Sí, le responde Cristo dulcemente.
Yo cumpliré la voluntad del Padre…
Y, en tanto, rueda por su sacro rostro,
tembladora, una lágrima de sangre.
Comprimida sonrisa de despecho
muestra en su labio el ángel,
y con acento irónico,
—Óyeme, dícele, óyeme un instante,
oh Cristo, que el Eterno me concede
tres horas más aún, para tentarte.
Si los pasados crímenes,
para calmar tu afán no son bastantes,
mira la historia que vendrá mañana.
En un inmundo dédalo de sangre
Nerón, Tiberio y el feroz Calígula
harán del trono pedestal infame…
Vendrá, quizá, otra Venus más impura
y el Odio y el Rencor tendrán altares;
erguiráse en un solio la Soberbia
y estos vicios será nuevas deidades
que en su locura adorarán los hombres.
Infesta Babilonia las ciudades
consumarán el crimen de Sodoma…
¿Y así vas, oh Jesús, Divino Mártir,
a morir por el hombre?
—Sí, yo ofrezco
gustoso mi existencia en su rescate,
Cristo, de nuevo, le responde, y rueda
otra vez una lágrima de sangre
por su pálido rostro…
El ángel presuroso
se aleja blasfemando,
mientras los senos de la gruta se abren.
Se llena la caverna de relámpagos
y los truenos retumban por el valle…
Tomás Gatica Martínez
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Imagen ilustrativa: «La Oración en el Huerto», óleo de Mariano de la Roca y Delgado.
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