A un mendigo
Llama con confianza, anciano,
al ver cerrada mi puerta;
más, si la hallares abierta,
entra sin respeto humano.
Que al saber lo que es pobreza
y lo que es caridad,
se brinda hospitalidad
al pobre aquí con llaneza.
Ya ves: cuando te avecinas
de mi portada a los hierros,
ni se enfurecen los perros,
ni se turban mis gallinas.
Mi hermana regocijada,
porque sabe que eres pobre,
una moneda de cobre
pone en tu mano arrugada.
Y al ver de hambre temblar,
te convida francamente
con gofio y leche caliente
acabada de ordeñar.
Porque al acercarte en pos
del sustento deseado,
reconoce en ti un enviado
que llega en nombre de Dios.
Entra, pues, sin dilación,
traspasa el umbral, amigo,
y entre en mi casa contigo
del cielo la bendición.
No te detenga el rubor,
que tu andrajoso sayal
es un ropaje especial
de los hijos del Señor.
Las inclemencias de Enero
te tienen yerto de frío;
siéntate aquí al lado mío
a la lumbre del brasero.
Seca el calor apacible
tus harapos remendados,
y él a tus miembros helados
dé el vigor apetecible.
En vez de tu desgarrado
y sucio traje raído,
ponte este nuevo vestido
que para ti he procurado.
Para que Dios inmortal
al cabo de mi jornada…
me abra las puertas de entrada
de su mansión celestial.
D. Juan Francisco y González, Rvdo.
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