Festividad de San Martín de Porres: Fray Martín, el «enfermero» de almas

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La oración es necesaria para el alma porque nos pone en contacto con Dios y sirve verdaderamente para el entendimiento de los hombres.

Martín era un ángel para los enfermos, a pesar de que los tenía muy difíciles y poco agradecidos, a él poco le importaban las ingratitudes de los demás; los trataba como al mismo Jesús, muchas veces de rodillas, en señal de respeto y humildad, curando sus cuerpos maltrechos. Lo hacía con tanta dulzura y con tanto amor que ganaba, finalmente, sus corazones. Se podría decir que curaba más con su profunda bondad para con todos que con pócimas. Por eso también era un médico de las almas, pues si curaba a los enfermos de manera tan extraordinaria era para ganar sus almas para Cristo, con el convencimiento de que Dios salva al hombre, ¡siempre! Su encuentro cercano con el Señor —el mismo que se nos ofrece continuamente desde la cruz—, lo movía a servir con cariño a los que sufren física o espiritualmente, y a cuidar a los débiles y los olvidados: glorificando a todos los miembros en un solo cuerpo por medio de un solo pan fraterno.

Igualmente los pobres lo encontraron siempre dispuesto, encontrando en Martín alivio y descanso. Tenía el oído sensible hacia ellos. Él pidió la gracia del último lugar; la cama más dura, el tratamiento más pesado. Bendijo las manos que lo empujaron hacia los caminos agrestes, y cuando el odio amenazaba con atormentar su existencia, en sus labios florecía la flor del amor y la dulce sonrisa de Santidad. Sintió con el prójimo postrado, doliente —corporal y emocionalmente—, minado por dolencias más o menos duraderas, más o menos incurables, participando cristianamente en el sacrificio y la inagotable Misericordia. Y todo, por amor a Dios. Nada más: así de sencillo, así de natural.

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El alma iluminada de Fray Martín creyó y se fio de Cristo.

San Martín de Porres, allá en Lima, después de sus agotadoras tareas de hermanito lego en la portería, en la cocina, en la enfermería, en la misma calle, caía rendido en horas de silenciosa adoración ante Cristo en la Cruz. Con el trabajo de la tribulación soportada cristianamente —a base de esfuerzo y no pocos sacrificios en el cumplimiento del deber—, su amor se acrecentaba en la obra buena con valor de eternidad. Sin duda, su noble corazón y su camino espiritual no daban lugar a pérdida alguna… Asimismo, alabar la alegría permanente (y bien entendida) de Martín. Su espíritu abierto y alegre disipaba el mal humor como un rayo de luz las tinieblas.

Es una realidad -desgraciadamente cada vez más obstinada- que la naturaleza de las personas se va viciando por los actos impropios o por sentimientos negativos no controlados (de odio, de culpa, por complejos o por miedo, acaso también por las injusticias sufridas…). Y el alma que no se cuida, como una flor, acaba por marchitarse. Pues bien, a todo esto Fray Martín era como el agua pura y cristalina que discurre por las acequias, que riega y da vida. En algunas ocasiones fue insultado gravemente, injuriado o acusado injustamente de alguna falta, pero nuestro amigo Martín perdonaba siempre: sus acusadores y sus malas conciencias, ante las injusticias cometidas, caían rendidos por la bondad y el amor que aun así Fray Martín les transmitía de manera permanente, aliviando sus compungidas almas. El bien y la verdad siempre vencen al mal y a la mediocridad. El amor al prójimo, gran virtud cristiana, nos da la gratitud de los hombres y nos abre los brazos de Cristo. Definitivamente, hay que dar rienda suelta al corazón para amar y ser amado; y poder descubrir que tenemos vida verdadera, porque sólo puede dar vida aquel que la tiene.

Para lograrlo, sin embargo, es preciso algo que revuelva nuestro tranquilo estanque de aguas superficialmente transparentes, pero con fondo de lodazal. Necesitamos ver ese «barro» y hacerlo desaparecer: un revulsivo o acicate que nos haga recapacitar sobre nuestras miserias humanas; que nos escueza la piel del alma y nos apacigüe después. Vivimos con nuestras pasiones, pero con desánimo y amargura. Por ello, qué mayor determinación que el encomendarnos a Jesús Redentor, a Nuestra Señora Madre de Dios y Mediadora, y al ejemplo e intercesión de Fray Martín (¡cómo no!) para llegar a esa transformación: la ansiada liberación de tantas ataduras.

He aquí, como colofón, una bonita historia referida a San Martín de Porres:

Después de una excursión que hizo por estas costas el pirata Jorge Spilbergen, a mediados del año 1615, con cuatro navíos holandeses, quedaron en tierra algunos de ellos. Uno, llamado Esteban y tenido por cristiano se hizo amigo de Martín. Enfermó gravemente y se acogió al hospital de San Andrés. Allí estuvo tres días, juzgándose que de un momento a otro podría ocurrir su muerte. Una noche apareció por el hospital el buen Hermano y acercándose al lecho del enfermo dijo: ¿cómo es esto Esteban, sin bautizarse se quiere morir? y con esto le animó a recibir el bautismo y a convertirse de veras a Dios. Pidió entonces el enfermo que le administrasen el sacramento que había de hacerle cristiano, como lo hizo el cura del hospital y a las pocas horas, dejó esta vida con señales de predestinación. Martín le había abierto las puertas del cielo.

Las buenas obras, las buenas acciones: he aquí el ideal de la vida y alivio para las almas. Dichosos los que vivan en el mundo cuando todos los hombres se esfuercen en practicar el bien, como así hizo nuestro amigo Fray Martín de Porres.

¡Feliz día de San Martín de Porres, siempre unidos en el Señor! fraymartinblog.wordpress.com

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Oración

Glorioso San Martín de Porres, cuya ardiente caridad abrazó siempre a sus hermanos necesitados, te saludamos e invocamos. Derrama sobre nuestras almas los dones preciosos de tu intercesión solícita y generosa, y escucha las súplicas de tus hermanos necesitados para que, por imitación de tus virtudes y siguiendo los pasos de nuestro bendito Redentor, podamos llevar con fuerza y valor nuestra cruz hasta alcanzar el Reino de los Cielos. Amén.

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Festividad de San Martín de Porres: Una visión personal (2015)

Oremos por los Fieles Difuntos

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La religión es Caridad y hasta el Purgatorio también llegan los anhelos de nuestra Madre la Iglesia, a los que debemos unir los nuestros, por las benditas almas del Purgatorio.

Después de celebrar a Todos los Santos en el Cielo, nos condolemos, con la Iglesia, en este día de los fieles difuntos y pensamos en el Purgatorio. Ayer nos deslumbró el Cielo y vivimos el triunfo de los Santos, pero los Santos no necesitan de nosotros; nosotros sí de ellos, y les pedimos vernos un día en la gloria que gozan. Nos gustó ayer pensar en el Cielo maravilloso, deslumbrante, y… nos cuesta mucho pensar hoy en el tenebroso Purgatorio, y en las almas, quizá muy nuestras, penando y sufriendo grandes tormentos, Y, estas pobres almas necesitan nuestras oraciones, nuestros sacrificios y limosnas para satisfacer por ellas gracias a la admirable caridad y misericordia de Cristo, porque «no son nuestros méritos sino los vuestros Jesús; no son nuestras virtudes sino vuestro amor, Señor, los que nos abrirán las puertas de la eterna morada. Pobres pecadores, nosotros no llegaremos a la beatitud más que por misericordia. Pero vuestro gran amor que reina por la Cruz es bastante grande, Señor, para cubrir nuestras miserias, a condición de que nos humillemos».

Los pobres fieles difuntos que no fueron malos, pero que fueron como somos nosotros, instintivos y apasionados, pensando en ellos mismos antes de pensar en Dios, preocupados de vivir, de vivir plácidamente, antes que servir a Dios…

Pobres fieles difuntos, que no fuisteis malos, que practicasteis más o menos lo que la Iglesia ordena, cuando ello no os costaba demasiado; que recibisteis los últimos Sacramentos en vuestro lecho de muerte, en algunos casos, «sub condicione» sin saber si iban a ser ya fructuosos; pobres fieles difuntos, pobres almas que vivisteis sobre la tierra en ese barullo, en esa confusión en que vivimos generalmente y que de repente os encontrasteis ante la gran luz…

¡Pobres fieles difuntos! Unamos nuestras miserias. Nosotros que somos los futuros pobres fieles difuntos, oramos por vuestras almas obscuras, a las que la gran luz no ha acabado de deslumbrar y que todavía no pueden entrar en el Cielo porque no soportarían el resplandor; oramos por vuestras almas con todo lo que tienen de impulso nuestras pobres almas.

«Pero Dios es misericordioso, Señor, es Tu misericordia lo que resolverá toda esta miseria».

«Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí vivirá, aunque hubiera muerto, y para toda la eternidad». La palabra de Dios tiene un acento de tranquilidad y de seguridad. No puede haber venido en vano.

La Iglesia tiene un bello canto de esperanza que pone en nuestros labios en el momento en que vamos a depositar en la tumba los restos de los que amamos: «Que los ángeles te conduzcan al paraíso; que los mártires te reciban a la entrada; que te lleven a la Ciudad Santa Jerusalén…»

Roguemos por los fieles difuntos: «Dadles, Señor, a todos los que han muerto con el signo de la fe; dadles junto a Vos el reposo eterno en la mansión de la luz y de la paz».

Revista Betania, noviembre de 1952. Redacción

(Santa Cruz de Tenerife)

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Preces por los difuntos (parientes, amigos y bienhechores)

¡Oh Dios, que concedes el perdón de los pecados y quieres la salvación de los hombres!, imploramos tu clemencia en favor de todos nuestros hermanos, parientes y amigos que partieron de este mundo, para que, mediante la intercesión de la bienaventurada Virgen María y de todos los Santos, hagas que lleguen a participar de la eterna bienaventuranza.

Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Imagen 1: Iglesia de San Francisco de Asís (La Orotava). Cuadro de Ánimas del Purgatorio

Imagen 2: «Entierro de un niño», de Helene Schjerfbeck

Todos los Santos de Dios, ¡Rogadle por nosotros!

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Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo. Llenos están el cielo y la tierra, de Tu gloria…

 El 1 de Noviembre celebra la Iglesia la festividad de Todos los Santos, conocidos y desconocidos, que gozan ya triunfantes de la claridad celestial de Dios nuestro Señor. Ellos, que habitaron este mundo con amor, paz y mansedumbre, bebiendo del espíritu del Evangelio, han recibido su merecida aureola y moran en el cielo de los cielos. Los santos son ejemplos vivos de amor cristiano: aspiremos a ser uno entre ellos en la festividad eterna.

Santo sin premio,
Santo para no ofenderte,
Santo para servir mejor a los demás.
Señor, en el día de hoy,
que recordamos y celebramos la memoria de todos los Santos,
ayúdame a acercarme más a Ti.
A ellos les ruego que pidan al Espíritu,
me conceda los dones necesarios para ser mejor.
No porque yo merezca algo,
Sino para que mi alabanza llegue a Ti, más plena.
Señor, Perdóname,
Por mis faltas y pecados,
Por todo lo que podía haber hecho y no hice,
Por todo lo que podía haber servido y no serví,
Por todo lo que he desaprovechado.
Dame tu Bendición para que el resto de mi vida,
Te sea Fiel y Caritativo,
Luz Tuya y Servidor de Todos,
según Tu me pidas en cada momento.
Gracias Señor por Tu Misericordia conmigo.
Amén.

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Patriarcas que fuisteis la semilla

Patriarcas que fuisteis la semilla
del árbol de la fe en siglos remotos,
al vencedor divino de la muerte
rogadle por nosotros.

Profetas que rasgasteis inspirados
del porvenir el velo misterioso,
al que sacó la luz de las tinieblas
rogadle por nosotros.

Almas cándidas, santos Inocentes
que aumentáis de los ángeles el coro,
al que llamó a los niños a su lado
rogadle por nosotros.

Apóstoles que echasteis en el mundo
de la Iglesia el cimiento poderoso,
al que es de la verdad depositario
rogadle por nosotros.

Mártires que ganasteis vuestra palma
en la arena del circo, en sangre rojo,
al que es fuente de vida y hermosura
rogadle por nosotros.

Monjes que de la vida en el combate
pedisteis paz al claustro silencioso,
al que es iris de calma en las tormentas
rogadle por nosotros.

Doctores cuyas plumas nos legaron
de virtud y saber rico tesoro,
al que es raudal de ciencia inextinguible
rogadle por nosotros.

Soldados del ejército de Cristo,
santas y santos todos,
rogadle que perdone nuestras culpas
a aquel que vive y reina entre vosotros. Amén.

                                      Gustavo Adolfo Bécquer